sábado, 7 de junio de 2014

Ana Grynbaum - Contra las drogas prescritas

Dos meses atrás, El País de los Domingos me consultó sobre la ansiedad y el uso y abuso de drogas, pero publicó una parte mínima de mis opiniones. Acá va el texto completo, más algunas reflexiones acerca de la Gran Conspiración Médico-Fármaco-Estatal, inspiradas en Thomas Szasz.

“Cuando alguien consulta motivado por algo que denomina ‘ansiedad’, es preciso escuchar a qué le llama así en el contexto de su vida cotidiana. Hay que interrogar cómo funciona esa ‘ansiedad’, en qué se ha vuelto problemática, por qué en determinado momento la persona decide ponerle un límite. Cada cual atribuye significados personales a las cosas que le pasan en función de su propia historia. Por eso, difícilmente alcanza con tratar un problema anímico particular mediante un remedio general (ese producto industrial llamado medicamento).

A menudo ansiedad y angustia aparecen asociadas, señalando la presencia de un deseo que produce un conflicto. En tal caso, es necesario descifrar ese deseo, así como la red que lo atrapa.

A veces, un estado emocional se vuelve insoportable porque está expresando la urgencia de operar algún cambio. Cierto malestar puede persistir como señal de que algo en la forma de vivir ya no está funcionando. Entonces, hace falta descubrir qué es, para poder dejarlo caer. De esto se trata en la clínica psicoanalítica.

***

El estado actual del Capitalismo, no cesa de generar nuevos nichos de mercado para su proliferante oferta de objetos de consumo. El Mercado carece de ética a la hora de seducir o sugestionar al eventual cliente. La industria farmacéutica constituye una de las más poderosas y prósperas del planeta. Los productos que ofrece satisfacen antes a una lógica del mercado que a la salud de la población.

En el caso de los ansiolíticos, la publicidad se apuntala en algunas características de nuestra actual sociedad, que propone un exacerbado ideal del placer que va de la mano con un mandato de evitar el dolor. La publicidad juega con la angustia existencial. El mensaje subyacente es: la vida es corta, hay que apurarse a consumir -¿a consumirla...?-. Ese apuro, que se promueve, genera ansiedad. Y angustia, porque detrás asoma la idea del final, de la muerte.

Pero consumir no es igual a consumar; para realizarse como persona no basta con aceptar enchufarse a los productos que nos quieren embutir. El mero consumo genera insatisfacción. Es frecuente recibir en la consulta a personas que pasaron por la experiencia del consumo de ansiolíticos sin obtener los resultados que esperaban. E incluso, personas para quienes el consumo de psicofármacos se convirtió en un problema mayor que la ansiedad. No hay que perder de vista el hecho de que estas pastillas, aun presentadas en atractivos diseños y colores, no son golosinas. Se trata de drogas, no menos ‘duras’ por ser legales: la prueba está en que se recetan bajo una modalidad especial (receta verde).

***

Por otra parte, estamos cada vez más regidos por el signo de la diversidad. El ciudadano del siglo XXI ya no aspira a ser tan igual a los demás, ni a vivir tranquilo, como en un pasado tan reciente como imaginario. Hoy en día muchas personas buscan gozar con la intensificación de sus sensaciones. Esa excitación no tiene por qué ser necesariamente vivida como algo que se debe reducir, efecto que se busca con los ansiolíticos. Cierto es que cuando esa ‘energía’ choca contra los límites de lo posible, pueden generarse situaciones perturbadoras. En esos casos requiere una atención especial. De todos modos, es necesario desmitificar el poder ‘maligno’ que se le atribuye a la ansiedad. Un cierto monto de ansiedad es necesario para vivir, pero el discurso de los laboratorios y su imperio contra la ansiedad es parte de un proyecto ideológico y económico.

***

Por último, recordemos que las formas de lidiar con ansias y anhelos, responden a estilos de vida que se transmiten de padres a hijos. Los chicos aprenden de los adultos ciertas maneras, más o menos ‘exitosas’, de capitanear sus deseos y circular por el mundo. Los niños y los adolescentes aprenden mucho más de lo que creemos, e inclusive más de lo que nos proponemos que aprendan. La capacidad para tolerar mejor o peor las frustraciones momentáneas y el recurso más o menos inmediato a los psicofármacos, se adquieren fundamentalmente en el seno del hogar.”


La Gran Conspiración Médico-Fármaco-Estatal 


Soldado de la Primera Guerra Mundial recibiendo tratamiento eléctrico
 para obtener "efectos psicologicos" en la Bergonic chair 

Como resultado tenemos una radical expansión de la autoridad, legitimidad y poder del Estado, 
que ha pasado de utilizar la fuerza para protegernos de otros 
a emplear la fuerza para protegernos de nosotros mismos.”
Thomas Szasz (Libertad fatal)

Thomas Szasz constituyó una pieza fundamental en el desenmascaramiento del sistema de poder médico-fármaco-estatal en el campo psi –psiquiatría, psicología, psicoanálisis-. Sin embargo, en nuestros amables ambientes intelectuales, raramente alguien osa pronunciar su nombre.

El análisis que Szasz hizo del discurso médico –revistas y boletines especializados- y de los artículos periodísticos que forman opinión en su país –Estados Unidos- y en su tiempo, está dotado de una claridad y una contundencia que no encontré en ningún otro autor contemporáneo –Szasz murió hace menos de dos años-. Los mecanismos por los cuales el Estado controla la vida y la muerte de la población mediante el largo brazo de la medicina y a través del uso, y las restricciones al uso, de los poderosos fármacos que hoy la industria produce, son exhibidos por este autor en toda su escandalosa desnudez. (Y digo autor, porque se trata de alguien que se autoriza a decir la verdad como acto –preñado de consecuencias-.)

Se puede objetar que la antipsiquiatría no nació con Szasz -que Artaud es anterior a esta, y así siguiendo- pero lo que resulta especialmente interesante de sus planteos, es el lugar desde el cual los hace.

Szasz fue psiquiatra y psicoanalista, profesor universitario, ocupó cargos relevantes en varias instituciones y publicó muchos libros que recorren el mundo. No se trata de un filósofo ni de un loco, y sus argumentaciones llevan la impronta de un clínico; es decir: de alguien que ha estado expuesto al sufrimiento de otros y que ha tenido que dar respuestas precisas en situaciones particulares.

En nuestra época asistimos al ascenso de lo que Szasz denominó el Estado Terapéutico. Bajo el lema de defender la vida, los cruzados de la medicina efectúan el control de la vida y –en el límite- el control de la muerte de los ciudadanos.

Como hombre sensible al lenguaje, Szasz propuso llamar a las cosas por su nombre –de lo contrario no sabemos de qué estamos hablando-. Así acusó a la psiquiatría de constituir una pseudociencia, funcionando como “enormemente influyentes instituciones de control que se apoyan en sus afirmaciones, llamadas ‘teorías’, o en su coerción, llamada ‘tratamiento’”. Y también habla de “la farsa de la enfermedad mental” (cuestión que valdrá la pena profundizar, en otra oportunidad).


Prisión química 


Actualmente la inmovilización de los locos -así como la de los promitentes suicidas y de las personas diagnosticadas bajo el título depresión, trastorno bipolar et al.- no es física. Los lugares de encierro quedaron chicos y cuestan demasiado. Las ataduras no son físicas sino químicas, se producen mediante la “medicación”, la ingesta de drogas pesadas recetadas por médicos.

Pero el problema mayor no es que los médicos receten drogas con el fin no de curar sino de controlar –aunque la mayoría de los propios médicos lo ignoren-. El verdadero problema está en que la gente esté convencida de que tiene que tomar esas drogas. Y que lo haga sin sopesar los efectos que le pueden causar y sin decidir libremente si quiere o no quiere estar bajo el efecto de esos fármacos. Tomar la medicación prescrita se ha convertido en un acto de obediencia, una forma de sumisión al Estado.

Y, en tanto acto, tiene efectos duraderos. Después de cierto tiempo de ingerir psicofármacos, difícilmente se pueda dejarlos de golpe sin sufrir las consecuencias. También para eso se depende de los médicos. Como otrora Dios, ellos dan y ellos quitan. Pero si no quieren, no quitan nada. E incluso agregan. (La respuesta habitual a una medicación psiquiátrica que falla es el aumento de la dosis, o el cambio por otra medicación más pesada.)

Por más que los epidemiólogos de la salud mental teoricen y re-teoricen, lancen y relancen señales de alarma respecto del estado de la salud: nada justifica la coerción médica. A no ser que nos posicionemos –consciente o inconscientemente- en la óptica de la industria farmacéutica. Esta industria -como cualquier otra- se enfoca exclusivamente a producir y vender, a incrementar las ganancias, como sea.


Señor: protégeme de mis amigos… 


Casi medio siglo después del surgimiento de la antipsiquiatría, resulta necesario continuar revelando los mecanismos de control médico sobre los seres humanos. No sólo porque nunca se la ha escuchado lo suficiente, sino además porque estos mecanismos se transforman en función de los cambios del mercado.

Las campañas prevencionistas y tutelares en el ámbito de la “salud mental” responden a intereses capitalistas y de control. Su objetivo es generar una “población de riesgo” para avanzar sobre ella convirtiéndola en clientes y –si tienen éxito- en clientes cautivos.

El consumo de drogas es una cuestión de derechos humanos. Y por tanto de responsabilidades. Si el sistema médico tiene el poder que tiene, es porque los ciudadanos se lo conferimos.

Es frecuente escuchar, en boca de quienes se oponen al libre consumo de drogas, que el que se droga busca evadirse. Pues sí. También es un derecho, si a dicha práctica se la ejerce libremente.

Siguiendo el mismo razonamiento se puede afirmar que entregarse, atados de pies y manos, al control médico es una forma de evadir la responsabilidad por las decisiones fundamentales de la propia vida.

A las drogas prescritas, el ciudadano puede decir: NO.

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *