viernes, 18 de diciembre de 2015

Ércole Lissardi - LOVE, DE GASPAR NOÉ -

Sobre todo a partir de El imperio de los sentidos (1975) de Nagisa Oshima, existe una tendencia a nivel mundial de realizar films en los cuales se incluye escenas sexuales no simuladas. La lista, aún no numerosa, incluye a directores por demás prestigiosos, como Catherine Breillat, Lars von Trier, Bruno Dumont, Michael Winterbottom y Gaspar Noé. Cada vez son más los actores profesionales
que aceptan actuar este tipo de escenas. La razón que los asiste para aceptar es la misma que hace quinientos años asistía a Michel de Montaigne cuando decía: “¿Qué ha hecho la acción genital a los hombres, tan natural, tan necesaria y tan justa, para no osar mencionarla sin vergüenza? Hablamos tranquilamente de matar, robar y traicionar, pero de aquello no osamos hablar más que entre dientes”. De la misma manera mucha gente de cine hoy en día se pregunta si es aceptable que el cine muestre los cuerpos violentados, desmembrados, reventados hasta el último detalle y aptos para todo público, y ponga peros a la presentación de los cuerpos entregados al acto de amor.

Afiche publicitario de LOVE 

En Love, de Gaspar Noé, se justifica plenamente la cruda exhibición de la pasión sexual. Sin ella no se comprendería la dimensión de pérdida de este amor desgraciado. El deseo que une desde el primer momento a Murphy y Electra es tan intenso que les parece inextinguible, suficiente como para llenar con él toda una eternidad, o sea, prueba incontrovertible de amor verdadero, del que todo lo justifica, matrimonio y progenie incluidos. Sólo que ni el uno ni la otra son suficientemente lúcidos como para vivir a fondo lo que los une.

Electra es titular de un físico exuberante, se sabe presa imaginaria de todos los deseos masculinos y no es muy reticente a abandonarse a esos deseos, especialmente cuando pueden contribuir a la evolución de su carrera como artista plástica en un medio tan especial como el parisino. Ama a Murphy. Él es realmente aquel que ella esperaba, pero cuando aparecen las pruebas de fuego no da el ancho y literalmente desaparece del mapa. Murphy ha venido a París a estudiar cine y ha descubierto que París es una especie de capital del libertinaje. Se enamora de Electra, pero imagina que podrán cruzar juntos e incólumes en su amor, todas las experiencias que París ofrece. Casi lo consiguen.

Me gusta el diseño de los personajes que hace Noé. No son personajes razonablemente lúcidos y omniscientes. Nos muestra sus limitaciones intelectuales y emocionales y nos muestra cómo sus limitaciones los llevan a cometer errores de consecuencias irreversibles. Son personajes con los cuales no podemos identificarnos fluidamente, no tenemos con ellos sobreentendidos. Tenemos que construirlos comprendiéndolos, captando sus límites y comprendiendo sus errores. Esta tarea de construcción de los personajes en la que Noé compromete a sus espectadores se hace especialmente difícil si el libreto contempla sólo un mínimo de diálogo, diálogo además improvisado por los actores. Y más difícil aún si la línea narrativa no avanza hacia un futuro, procediendo por simple acumulación, sino que retrocede hacia el pasado de ambos, hacia el origen de la relación, hacia el comienzo de la pasión y de los errores. Una dificultad adicional para la lectura del film es que Noé cae demasiado a menudo en la tentación de esteticismo, en lagunas en las que todo lo que el film ofrece es el puro regodeo en la dimensión estética, entendiendo estética en el peor sentido del término.

La pasión sexual en que están atrapados Murphy y Electra corre pareja con lo que vamos sabiendo de ellos y que nos explica de qué manera específica han echado a perder su relación. Incurren en trío con la rubiecita vecina de apartamento, Omi. Y todo funciona de maravillas. Hasta que Murphy, en ausencia de Electra –error- se acuesta con Omi. Sucede que el condón se perfora y Omi queda embarazada. Eso es lo que Electra –que por algo se llama Electra- no puede perdonar: que Murphy sea padre con otra. Si al menos el accidente hubiera ocurrido estando en situación de trío, sentimos que algo podría haberse negociado. Pero así, a espaldas, en ausencia de la titular, resulta imperdonable. Son los límites de ambos: Murphy no puede con sus erecciones, Electra no puede con su complejo de Electra.

Love es un film por demás valioso. Noé es un gran director y a menudo en sus excesos experimentalistas encuentra soluciones de valor dramático extremadamente originales. Y Love está ahí para decir una vez más, por si fuera necesario que una cosa es erótica y otra es pornografía y que la línea divisoria entre ambas nada tiene que ver con qué es lo que muestran y lo que no muestran.

Para terminar, aquí les dejo un fotograma de la primera imagen de Love: un plano fijo de casi tres minutos en el que Electra y Murphy, sus cuerpos desnudos y cruzados uno sobre el otro, se masturban mutuamente. La fijeza del encuadre y de los cuerpos –solo las manos se agitan en busca del placer del otro-, el lento crescendo de la excitación, nuestra mirada nerviosa barriendo de lado a lado el encuadre, todo confluye en una sensación de belleza melancólica y enigmática perfectamente acorde con la frágil melodía de Satie. Todo el deseo y todo el fracaso de Murphy y Electra quedan condensados en esa imagen. El semen que se desborda es casi una lágrima. Hoy por hoy cuerpos desnudos se ven por todas partes, pero no cualquiera sabe qué hacer con ellos –en términos de arte, se entiende.

Aomi Muyok, Karl Glusman en LOVE, de Gaspar Noé 

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *