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miércoles, 23 de enero de 2019

Ana Grynbaum – El llamado de las sirenas –

El fascinante libro de Carlos García Gual “Sirenas. Seducciones y metamorfosis” recorre con erudición, inteligencia y placer el mito de las sirenas en la cultura occidental, en su larga travesía
desde “La Odisea” homérica hasta su banalización en la actual sociedad de consumo.

Crátera ática, Stamnos, 480-470 A.C., British Museum 

Habiendo nacido como una mera voz dulce que invitaba a los navegantes a detener su viaje, y con ello perder su vida, en la era de la represión cristiana las sirenas pasan a encarnar el peligro de la mujer como trampa sexual. El Romanticismo encontrará en ellas la imposibilidad radical del amor. El siglo XX producirá nuevas lecturas, especialmente sobre las relaciones entre los géneros y el papel del arte, realizadas por autores tan diferentes como Kafka, Brecht, Elliot, Blanchot, Adorno y Horkheimer. En el terreno de la cultura popular infantil, amén de la de Walt Disney, vale conocer a la sirena que interpreta Tasha de los Backyardigans -una de mis favoritas.

En la vasta y heterogénea iconografía las sirenas fueron representadas primero como híbridos entre mujer y ave, para devenir luego combinación de mujer y pez. A lo largo de los siglos el papel de la voz cede su preponderancia a la imagen visual, centrada en la belleza y el sex appeal de estas personajas acuáticas. Sin embargo, en el siglo XIX en lengua romance se bautizará como sirena esa voz mecánica de aviso y alarma, que regirá a los obreros en las fábricas, abrirá paso a coches de bomberos, ambulancias y patrulleros, y advertirá de los bombardeos durante las guerras. El peligro y el control social roban la escena a la dimensión erótica.

Si algo podemos afirmar es que “las sirenas” engloban una constelación de significados que atraviesa el conjunto de nuestra tradición cultural. En el presente texto tomaré algunas aristas que sedujeron a mi imaginación.


Ulises y las sirenas en “La Odisea” de Homero

La historia original es muy simple. En “La Odisea” homérica Ulises, advertido por su cómplice Circe, al aproximarse al lugar donde habitan las sirenas tapona con cera los oídos de sus remeros y se hace atar al mástil del navío. De esa manera escucha las alabanzas que las sirenas con su voz meliflua entonan respecto de sus hazañas como héroe de Troya pero, restringido en sus movimientos, resiste a la tentación de tirarse al agua para ir hacia ellas y así evita perder la vida y la posibilidad del regreso glorioso a su patria. La nave de Odiseo sigue de largo y las sirenas fracasadas se dan a la muerte.


Un héroe demasiado humano

El esquema básico del relato consiste en un héroe enfrentado a un peligro mortal. Pero, como García Gual enfatiza, Ulises no es un héroe trágico a la manera de Aquiles. Carece de origen divino, actúa como un hombre. No se abalanza hacia un destino fatal. Antes bien todo lo contrario.

El artero Odiseo es un aventurero, un pícaro, un burlador, un héroe de la supervivencia. Un sobreviviente que del peligro sale enriquecido en aquello que, en tanto griego antiguo, más le importa: su fama. Superar el escollo engrosa su valor.

Desde otro punto de vista, Ulises es un cobarde. Un verdadero héroe se hubiera enfrentado al enemigo. A lo mejor la profecía no se cumplía, quizá hubiera encontrado otra forma de zanjar la cuestión. Alguna divinidad amiga pudo haber intervenido a último momento. Tal vez la isla de las sirenas, florida y rociada de huesos humanos como se la describe en el texto homérico, fuera el paraíso que sin saberlo estaba buscando. Quizá esos restos humanos oficiaban cual memento mori.


En el inicio fue la voz

El peligro mortal se presenta a través de una voz cuyo soporte material no se menciona. Debería atarme al mástil para no evocar aquí la voz como objeto que causa el deseo en el lenguaje lacaniano. No me até, pero tampoco seguiré con este tema, respecto del cual existe bibliografía.

Lo único que sabemos de esa voz femenina cantora es que se caracteriza por su dulzura y proviene de más de una garganta. Dos sirenas se mencionan en el texto homérico. En las versiones antiguas del mito siempre se trata de un personaje plural, que actúa colectivamente. Así como las musas, las harpías, las gorgonas, etc. Este plural señala una condición. Para el caso: la voz que seduce haciendo peligrar la continuidad del viaje.


¿Qué cantan las sirenas?

El relato original solo se refiere a lo que las sirenas comienzan a cantar para Ulises: el elogio de sus hazañas guerreras en Troya. El valor de ese mensaje es que contribuye a la fama del héroe, es decir: a la sobrevida de su nombre, forma humana de la inmortalidad. La fama consolida al héroe. No hay héroe sin memoria que lo celebre y en dicho acto lo reconozca como tal.

Ahora bien, no sabemos cómo continúa el relato de las sirenas, Odiseo pasa de largo. Él se salva, pero el desarrollo de la historia se pierde. Tampoco sabemos si las sirenas cantan a cada navegante según su fama particular. De hecho, el mensaje de las sirenas constituye un misterio, un punto ciego en el relato, que la imaginación puede llenar a su gusto y parecer.


Ulises, el garronero

Hablando en criollo Ulises “garronea” a las sirenas. Su estratagema le permite escuchar el delicioso canto sin dar nada a cambio. Ni siquiera le pesa haberlas destruido. (Todorov entiende que provoca su muerte para inmortalizarlas en el relato…)

Ahora bien, ¿qué es lo que garronea? Un goce. Se ha señalado la semejanza entre Odiseo aferrado al mástil y Cristo clavado en la cruz. Pero, que yo tenga noticia, no se ha establecido ninguna asociación con esas prácticas eróticas, conocidas en la actualidad como bondage, que utilizan la restricción del movimiento para exacerbar el deseo hasta alcanzar un goce particular. Muchas ilustraciones del mito apoyan esta lectura.


Una fantasía masculina

La interpretación del mito de Ulises y las sirenas como una fantasía masculina, que expresa el al terror al sexo encarnado en la mujer, se desprende sola en nuestra Era del Psicoanálisis.

Los estudiosos del mito antiguo han insistido en que el deseo de Odiseo es un deseo de conocimiento. Más precisamente de conocer su fama. Sin embargo, es imposible trazar una división tajante entre deseo de saber y deseo sexual. No habría ningún afán de saber que excluya toda erotización. En uno de sus sentidos más primitivos –como la Génesis lo muestra- conocer significa el encuentro sexual.


El llamado de las sirenas

Puesto que el contenido de la invitación que hacen las sirenas es un misterio, a partir de su interpretación como fantasía masculina, podemos unir este misterio con el tan mentado enigma del goce femenino que interpeló a Freud.

Y para echar alguna luz sobre este misterio así duplicado podemos cambiar la pregunta acerca de qué es lo que cantan las sirenas por la siguiente: ¿a qué invita la feminidad en su lengua inquietante? ¿qué es aquello del erotismo que el hombre desea y teme conocer, porque quien lo conoce ya no vuelve idéntico a su punto de partida?

Acaso las sirenas transmiten una enseñanza -los exégetas cristianos no dudaron en extraer de la fábula las moralejas que les convinieron. A lo mejor, aunque sus consecuencias sean fecundas e irremisibles, el mensaje es sencillo.


El mensaje

Tal vez el mensaje consista en que un encuentro libre entre el sujeto y el objeto del deseo provee de un repertorio de goces inéditos, para acceder a los cuáles el “héroe” debe abandonar el camino de la pauta social, debe perderse.

Ese repertorio es necesariamente particular para cada quien. Pero en todos los casos, se trata del despliegue de un erotismo que alcanza la cualidad de lo maravilloso. Erotismo que solo es posible encontrar al apartarse de los modelos que la sociedad impone al deseo, sean estos los de la heteronormatividad reproductivista burguesa o de la compulsividad pornográfica consumista.

Puesto que el mito sigue vivo es posible imaginar un Ulises que, verdaderamente heroico, aborda a las sirenas y sobrevive al encuentro, conquistando así un nuevo territorio para habitar.