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lunes, 14 de enero de 2019

Ercole Lissardi - LA VERDAD EN LOS SUEÑOS -

Durante mucho tiempo pensé que los sueños eran algo así como detritus mentales, chatarra mental –en el sentido en que hablamos de chatarra espacial- que eventualmente emergían en la conciencia y
a los que por pura superstición le adjudicábamos el sentido que mejor se adaptara a nuestro antojo.

Henri Rousseau, "La gitana dormida"
Fue necesario que se produjera una crisis en mis tiempos de descanso cotidianos –con interrupciones frecuentes en el sueño pero con una duración total más extensa de las horas de sueño- para que cambiara decididamente mi comprensión de la función y el sentido de los sueños.

En efecto, he comprendido que, para decirlo con pocas palabras, la función de los sueños es comunicarnos sabiduría. Sabiduría que es el producto refinado de nuestra experiencia y de la experiencia de los que nos son cercanos.

El problema es que rara vez el mensaje nos llega. Demasiado a menudo nuestra recepción de los sueños es pésima y el acto comunicativo no se realiza.

Lo primero que no sabemos acerca de los sueños es que se trata de relatos extensos, a veces de horas de duración y que, como lo hacen las fábulas, se cierran con una moraleja. Creemos que en el Océano de Oniros nuestros sueños son las plateadas sardinas que fácilmente recogen nuestras redes, y no es así, nuestros sueños son las enormes y cantarinas ballenas que, de sentirse perseguidas, se llevan su canto a las profundidades. Como ellas, nuestros sueños en su plena manifestación y eficacia, son escasos.

El que cree que sabe algo también cree que acerca de ese algo, puede profetizar. Esta es mi profecía: así como los océanos de la Tierra volverán a estar poblados en abundancia por las ballenas, así nuestras vidas volverán a estar dirigidas por la sabiduría que nos transmiten nuestros sueños.

Alan Lowndes, Hombre durmiendo 
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Así como dormimos mal, soñamos peor, y lo que al despertar emerge en la superficie de la conciencia son sólo fragmentos del naufragio de nuestros sueños. Imágenes diversas y dispersas cuya trascendencia intuimos de inmediato pero de las que inútilmente nos esforzamos por adivinar su significado, ya que son sólo fragmentos de un relato perdido.

Como dije los sueños son relatos extensos, hasta de horas de duración. Si en medio de su desarrollo necesidades nos despiertan lo normal es que, al volver a dormir, el relato se continúe, sea punto por punto, o en su sentido general.

¿Por qué, entonces, no experimentamos a los sueños como lo que realmente son, sino más bien como imágenes diversas y dispersas, sin relación lógica, y que rechazan nuestro deseo de interpretarlas, de dialogar con ellas? Porque el mundo, tal y como lo padecemos, es una fuente agotadora de inquietudes y temores, y cuando vamos a descansar allí nos acompañan, o nos alcanzan nuestras ansiedades y nuestras desesperanzas. Dormimos en nuestros dormitorios como si estuviéramos durmiendo a la intemperie, en medio de una floresta, al alcance de las alimañas, y tan pronto nuestro sueño se vuelve alerta, superficial y frágil, como se vuelve profundo y estéril como la muerte. Ya no conocemos casi la beatitud y el relajamiento del dormir en paz, y por consiguiente ya no sabemos dialogar con los sueños: no sabemos invocarlos, no tenemos paciencia para oír sus fábulas, y mucho menos sabemos aplicar a nuestra vida lo que nos enseñan.

Demás está decir que en las últimas décadas la marea de imágenes e historias con que los medios atiborran hasta la saturación a nuestro espacio mental, ha venido a obstaculizar definitivamente nuestro diálogo con las fábulas de que los sueños nos proveen.

¿Es esta una situación irreversible? Por cierto que no. La historia demuestra que no son irreversibles circunstancias que atenten contra el pleno desarrollo de las potencialidades de los seres humanos.

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Nada más claro que el mensaje de los sueños. El relato onírico avanza mediante secuencias en las que más o menos repetitivamente se expone, sea de manera llana, fantasiosa o exagerada, alguno de los problemas que nos aquejan, alguno de los problemas que con o sin criterio hemos estado rumiando en la vigilia.

La carne y la sangre de nuestro relato onírico están hechas de nuestra experiencia del mundo, de nuestro saber del mundo y también de nuestra imaginación del mundo. ¿De qué si no? Y es reelaborando esas materias primas que el relato onírico alcanza una precisión y una nitidez por momentos verdaderamente alucinantes. La intensidad de la vivencia onírica es tal que, recibiéndola, nos sentiremos como en un déjà vu increíblemente sostenido.

Recorriendo en el relato onírico un complejo mapa de recurrencias, parecidos y mutaciones inesperadas llegaremos a un punto que se nos presenta, como en cualquier relato, como la escena final. Agotada esta escena, se disuelve, autorizando el despertar.

Es indispensable que el despertar, el regreso del mundo de los sueños, sea vivido como un momento de calma y meditación, de modo que nuestra conciencia termine de aflorar y de paladear las últimas imágenes.

No tardará entonces en presentarse en nuestra mente, con la nitidez de una moraleja el sentido profundo y el mensaje de la historia, el consejo o advertencia que el sueño contenía, por única vez y solamente para el soñante. No hará falta decodificador ni intérprete: la verdad que el sueño vehiculiza se nos hace tan evidente como podamos desearla.

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El relato onírico, que es aquello que el dormir nos reserva, tiene su propio tiempo, que no se ajusta al tiempo del reloj ni a las rutinas del trabajo o del estudio. Es necesario volver a aprender a instalarse en el fluir del relato onírico, sin intentar detenerlo ni modificarlo, sin aceptar que nuestra semi-conciencia onírica le imponga censuras ni restricciones.

Al relato onírico se ingresa con espíritu de invocación y con respeto por las verdades y los recursos de la sabiduría, y se sale ceremoniosamente, conservando el embeleso tanto como sea posible, como se conserva en el paladar el sabor de un néctar, hasta que en nuestra mente se iluminan las pocas palabras del mensaje que nos estaba deparados.

La suma de los mensajes de los sueños es todo el saber que necesitamos para vivir la vida de la mejor manera posible. Destruido nuestro dormir y nuestro diálogo con los sueños, somos un barco sin timón en medio de una tormenta.