"Dos faunos", Rubens. |
Cuatro veces he tomado al Fauno como centro de un devenir textual. Y cuatro no es poca cosa: es la décima parte de mi obra, inéditos incluidos.
Tres de esos textos nos presentan al Fauno trasplantado al mundo actual, siguiendo una fórmula que inaugurara con éxito Rémy de Gourmont bajo la influencia del célebre fauno mallarmeano.
El primero de mis transculturados –Últimas conversaciones con el Fauno, 1997- despierta del sueño eterno de los mitos con la prosaica misión de recordar a los humanos los deberes de la Voluptuosidad. No le va mal. Se gana sus galones, pero tiene un feo final en el Hospital de Clínicas.
Al segundo de mis retratados –La bestia, 2010- lo presento totalmente despegado de referencias reconocibles en el mundo real. Vive en un mundo de fantasía hecho de represión, decadencia y perversión. Por padecer la crueldad humana puede que se haya ganado el ansiado retorno a la húmeda canícula mallarmeana.
El tercero de mis faunos –El innoble, 2019- intensamente aquejado de un realismo benedettiano u oficinesco, retoma el perfil de sátiro misionero con éxito, tal que consigue fundar una secta.
El cuarto de los textos en que encaro al Fauno directamente, aunque esta vez sin ficcionarlo, se llama, muy programáticamente, Acerca de la naturaleza de los faunos -2006-, y hace honor al título ya que, camuflado en el artilugio del diario literario, permite que un escritor de erótica –un tal Lissardi- deje por escrito lo que sabe acerca del Fauno y su progenie, notas que a la postre darán lugar al ensayo La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en Internet (2013).
Estos son, pues, los cuatro devenires textuales en que he encarado directamente a la –para mi obra- emblemática figura del Fauno. Estoy satisfecho con estos intentos de dar cuenta de mi musa. Más allá de los parecidos que pueda haber en los proyectos, a nivel de escritura exploran vetas diversas y peculiares.
No sabría negar que, más allá de la maravillosa imaginería grecolatina sobre el tema, tan deliciosamente abundante, el fauno de Mallarmé –que conocí en la biblioteca del IAVA en mis lejanos años de preparatoriano-, y el bello retrato de Dos faunos de Pieter Paul Rubens, que capta insuperablemente la psiquis fáunica, han mantenido encendida en mí, en largos períodos muy escondida, la llama fáunica.
Pero no es menos cierto que el fauno de Arno Schmidt –Momentos en la vida de un fauno, 1953- fue el que me ofreció la ecuación, hecha de aprender a ver la dimensión mítica de la realidad cotidiana, y de saber mezclar en la misma marmita la voluptuosidad intelectual y la pasión sexual, sin escrúpulos, ecuación a partir de la cual, a ciegas, como todo lo que hago –pensar siempre viene después-, pude dar a luz a mi Fauno emblemático.
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Pero más allá de esas veces en que encaré de frente al Fauno, con intenciones retratista o de faunólogo, encuentro en otros de mis libros dimensiones que hacen asimismo razonable decir que han sido concebidos bajo el signo del Fauno.
Me refiero aquí a libros en que los personajes parecen poseídos por una especie de fiebre fáunica, como si fueran incapaces de identificarse en otra cosa más que en la voluptuosidad de los sentidos.
En el mundo de los amos, de Interludio, interlunio, 1998, estos parecen encerrados a perpetuidad con un solo juguete: su genitalia.
El mundo catastrófico de Evangelio para el fin de los tiempos, 1999, evoluciona hacia la orgía, como si sólo desde ella pudiera quizá operarse el milagro de la supervivencia.
En La vida en el espejo, 2009 (ver entrada del 14/11/18), es como si la falla producida entre el fulano y su imagen, que deviene su doble, sólo pudiera resolverse, para bien o para mal, en el campo de batalla de una orgía incesante.
Y esto sólo aludiendo a algunos de los libros de la primera etapa de mi escritura. Baste con ellos por ahora.
Lo que en ellos se opera es un desplazamiento. Aquí el Fauno ya no está en el centro de la escena sino a un lado, y es su mirada la que da vida a este teatro de marionetas lúbricas.
¿Tengo algo que reprocharle a esta weltanschuung puramente erótica? ¿Es peor un mundo dominado por el deseo que uno dominado por la sentimentalina o por la violencia?
Y sin embargo, después de una década de escritura salvaje, sin hacerme preguntas ni mirar atrás, de pronto, puntualmente como para cerrar mi primer período de producción, llegué a una crisis de la resolución de la cual comprendí que dependería seguir adelante.
La pregunta que se me aparecía como imposible de eludir era esta: ¿por qué esa unidimensionalidad de mi mundo ficcional. La respuesta, al cabo de meses de reflexión y de investigación, se encuentra ahora encapsulada en La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en Internet, en que postulo la existencia de dos paradigmas opuestos que recorren la cultura de Occidente: el Paradigma del Amor, que invita a la trascendencia y la espiritualidad, y el Paradigma Fáunico, que se limita a recordarnos los deberes de la Voluptuosidad.
Nacidos en la Antigüedad Clásica, ambos paradigmas recorren los siglos, uno apoyado por los poderes de éste mundo y del otro, el otro perseguido y reprimido por esos mismos poderes. Mi literatura ignora olímpica y totalmente al primero y cede la escena al segundo.
Así de simple. O no tanto. Porque esa visión fáunica de la peripecia humana no es todo lo que hay en esos relatos. En los ejemplos que mentaba los temas de fondo son: la frialdad del genocida, el fin del mundo, la imposibilidad de coincidir con la propia imagen.
Así, pues, el Fauno es, efectivamente, mi figura emblemática, mi obra ha sido y sigue siendo escrita bajo el signo del Fauno, borrada ha sido de la escena luego de eras de predominio, al menos retórico, la parafernalia del idealismo y de la hipocresía.
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