domingo, 30 de octubre de 2011

Reseña sobre "La bestia" de Lissardi en Revista Ñ de Clarín

Las encrucijadas del deseo 


Con una sintaxis precisa y la prosa concentrada, el escritor uruguayo Ercole Lissardi se reconoce en la transgresión.


Desde mediados de los años 90, el uruguayo Ercole Lissardi ha publicado más de una docena de novelas en las que explora esa astilla de la experiencia que es el erotismo. Su hibridación genérica con otras formas narrativas es parte de una experiencia literaria que hace pasar las representaciones del deseo por la retórica del policial, la literatura fantástica, la ciencia ficción, la novela sentimental y la ficción política. Es su manera, díscola y transgresiva, de poner en escena su fe en la necesaria promiscuidad entre fábula y ficción; es decir: entre el deseo de la escritura y la escritura del deseo.

Cada trabajo de Lissardi parece venir a corroborar esa insistencia, que no envía a un sistema sino al asedio de lo sistemático: desde Aurora lunar (1996) a La bestia, su última novela, la narrativa lissardiana se inscribe en una suerte de programa de investigación sobre la naturaleza laberíntica e incomprensible de lo faunático, esa modalidad de ser de lo erótico que, antinomia del Amor Puro, remite a la tradición oculta y a veces reprimida que expresa la ansiedad, la violencia y la agitación desplegadas en la pulsión erótica.

Desde su “trilogía de la infidelidad”, que exhibe ya la rareza de una literatura que se mantiene en relación con autores tan disímiles como Ross MacDonald, Isaac Bashevis Singer, Marco Vassi o Arno Schmidt, Lissardi ensaya una indagación sobre lo erótico que, siguiendo la línea del Marqués de Sade y Leopold von Sacher-Masoch, pone en segundo plano el sexo para enfocar el deseo. Pero La bestia, segunda parte del “Díptico fálico” abierto por No (comedieta en que el deseo se manca entre el coito y la masturbación), profundiza una arista resistente pero subrepticia de su proyecto narrativo. La sintaxis precisa y la prosa concentrada que ciñen la pesquisa, el carácter de ensoñación alucinada que prolifera en desvaríos, cortes abruptos, sinsentidos y digresiones inesperadas, y la articulación temática sobre un tópico erótico-cultural fundamental para Occidente, devuelven la imagen de una literatura que se reconoce en la estela de la transgresión ensayada en los textos de Georges Bataille.

El monstruo

Lo que caracteriza a La bestia es sin duda lo deliberado y complejo de la encrucijada por la que transita. El deseo es esa fuerza ciega que viborea en una zona de indefinición entre naturaleza y cultura. El falo descomunal y descomunalmente activo de una bestia venida de la espesura conmociona tanto el espacio natural, donde las nínfulas desean lo que las hiere, como al mundo comunizado de los homúnculos, donde su “garrote” erecto es a la vez un arma y un castigo: por él, en virtud de las pasiones y los deseos que infunde, la bestia experimenta el cautiverio y la servidumbre; por él se descubre envuelta en una “erótica del enjaulamiento”. Lo monstruoso viene de lo natural y a lo natural anhela retornar. Lo placentero roza la muerte o directamente va hacia ella. La bestia pierde lo bestial cuando, en ese monólogo distante que empuja la trama, se pregunta por la voz que habla en su nombre, cuando se presiente objeto de un raro experimento, cuando aún sin hablar se sabe hablada por un “fantasma que habla sin voz, que comúnmente tiene necesidad de decir, y de recordar”; es decir, cuando sale del espacio de la naturaleza para entrar en el tiempo de la cultura.

De ahí en más, la bestia es el personaje que trata de explicar o explicarse su propio papel en la escena. Eventualmente, los acepta sin mucha resistencia, como se acepta una realidad inverosímil en lo arbitrario de un sueño.


https://www.clarin.com/rn/literatura/resenas/La-bestia-Ercole-Lissardi_0_S1vZaH33wXl.html

(4/10/2011)

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