de la agudeza de mi reflexión –y casi todo me lo parecía. Utilizaba unas libretas de topógrafo que compré en Mosca, de tapas duras, forradas con áspera tela verde y con hojas cuadriculadas.
A mí, como a todo escritor, me llegó la hora de revisar
papeles viejos, de manera de ir soltando lastre. Así fue como vine a dar, en
esta libreta de topógrafo, con un textito que me dejó por un largo rato con la
boca abierta por la sorpresa. Lo reproduzco a continuación de manera
absolutamente literal.
2/3/89 – Últimas reflexiones antes de intentar (¿por última vez?)la
literatura.
1 – El círculo es el mismo cada vez que pienso en
transformar un libreto en una novela (transmogrification al decir de Robert
Graves). Empiezo preguntándome a la manera de quién podría reescribirla (olvido
así que al poner en imágenes lo he hecho en trance, espontánea, inconscientemente).
Ross McDonald, Arno Schmidt, Cabrera Infante, Cortázar son los modelos
recurrentes. Luego de darle varias vueltas acabo en la depresión (no podría
hacer lo que Arno Schmidt, etc, tan bien como ellos) y la náusea, por el
vértigo del carrousel. Y llego una y otra vez a la conclusión lógica. No tengo
que buscar fuera sino dejar que fluya desde dentro (como al poner en imágenes).
2 – La conciencia de que he escrito los libretos
autorreprimiéndome (porque el cine es un espectáculo de masas y el acceso a la
producción implica, o así lo imagino, límites, por lo económico (dinero
disponible), por el nivel intelectual del público necesario, por los límites de
la censura de los espectáculos públicos. Nunca escribí un libreto como PPP
(Pier Paolo Pasolini) con la deliberada intención de empujar los límites de la
permisividad. ¿Por conciencia de lo que es posible hacer en un film
(espectáculo público) o por barreras interiores, diques que me impiden
íntimamente el estallido expresivo?
3 – Quizá por lo segundo. Siempre me he sentido culpable al
ir a ver un film erótico o pornográfico. Siempre tuve que vencerme para
hacerlo. Si uno tiene tantas pudibundeces en la cabeza no puede obviamente ir
hasta el fondo de su visión del mundo y expresarla.
4 – Y sin embargo estoy convencido (siempre lo estuve,
aunque sólo hoy lo hago totalmente consciente) que es necesario ser radical.
Primero porque el que no es radical en este infecto mundo hipócritamente
totalitario y genocida en que vivimos, es simplemente un malnacido. Estoy con
los verdaderos anarquistas, antis, radicales y petardistas (y digo los
verdaderos porque bien sabemos la de disfraces que se gasta el poder). Segundo:
hay que ser radical porque el arte es por naturaleza radical. El arte es la
destrucción de la ideología, el desplazamiento a un lado del punto de vista, la
corrección de paralaje que hace caer las máscaras y los clichés. Tercero: hay
que ser radical porque en el mundo de la simultaneidad absoluta y de la
hegemonía de la máquina no es posible recurrir a modelos antiguos por más
discretamente que se lo haga, porque en la híper-información todo lo alguna vez
producido está a la vista. Cualquier modelo que adoptemos a) es inmediatamente
denunciado por el infinito de la información, y b) la computadora lo hace igual
o mejor que uno. Es necesario saltarse la barda y producir de cara al futuro.
Más allá de la computadora. ¿Es esto posible? ¡Ay! ¿Pero no lo consigue Saló y
Ciudades de la noche roja, y El Maestro y Margarita, y Bajo el volcán, y
Paradiso?”.
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A este humilde, aunque compacto, sancocho de ética, estética
y política, olvidado creo tan pronto como lo hube formulado, estuvieron sin
embargo ateniéndose las cuarenta nouvelles que llevo escritas.
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