miércoles, 18 de marzo de 2020

Ercole Lissardi - PARA UNA ARQUEOLOGÍA DE MÍ MISMO

Tenía yo entonces 38 años. Llevaba escritos una decena de libretos cinematográficos, dos de los cuales fueron filmados en México, pero no había escrito por entonces ninguna de mis novelas ni de mis cuentos. Leía de todo y escribía compulsivamente notas acerca de todo lo que me parecía digno
de la agudeza de mi reflexión  –y casi todo me lo parecía. Utilizaba unas libretas de topógrafo que compré en Mosca, de tapas duras, forradas con áspera tela verde y con hojas cuadriculadas.

A mí, como a todo escritor, me llegó la hora de revisar papeles viejos, de manera de ir soltando lastre. Así fue como vine a dar, en esta libreta de topógrafo, con un textito que me dejó por un largo rato con la boca abierta por la sorpresa. Lo reproduzco a continuación de manera absolutamente literal. 



                              2/3/89 – Últimas reflexiones antes de intentar (¿por última vez?)la literatura. 

1 – El círculo es el mismo cada vez que pienso en transformar un libreto en una novela (transmogrification al decir de Robert Graves). Empiezo preguntándome a la manera de quién podría reescribirla (olvido así que al poner en imágenes lo he hecho en trance, espontánea, inconscientemente). Ross McDonald, Arno Schmidt, Cabrera Infante, Cortázar son los modelos recurrentes. Luego de darle varias vueltas acabo en la depresión (no podría hacer lo que Arno Schmidt, etc, tan bien como ellos) y la náusea, por el vértigo del carrousel. Y llego una y otra vez a la conclusión lógica. No tengo que buscar fuera sino dejar que fluya desde dentro (como al poner en imágenes). 

2 – La conciencia de que he escrito los libretos autorreprimiéndome (porque el cine es un espectáculo de masas y el acceso a la producción implica, o así lo imagino, límites, por lo económico (dinero disponible), por el nivel intelectual del público necesario, por los límites de la censura de los espectáculos públicos. Nunca escribí un libreto como PPP (Pier Paolo Pasolini) con la deliberada intención de empujar los límites de la permisividad. ¿Por conciencia de lo que es posible hacer en un film (espectáculo público) o por barreras interiores, diques que me impiden íntimamente el estallido expresivo? 

3 – Quizá por lo segundo. Siempre me he sentido culpable al ir a ver un film erótico o pornográfico. Siempre tuve que vencerme para hacerlo. Si uno tiene tantas pudibundeces en la cabeza no puede obviamente ir hasta el fondo de su visión del mundo y expresarla. 

4 – Y sin embargo estoy convencido (siempre lo estuve, aunque sólo hoy lo hago totalmente consciente) que es necesario ser radical. Primero porque el que no es radical en este infecto mundo hipócritamente totalitario y genocida en que vivimos, es simplemente un malnacido. Estoy con los verdaderos anarquistas, antis, radicales y petardistas (y digo los verdaderos porque bien sabemos la de disfraces que se gasta el poder). Segundo: hay que ser radical porque el arte es por naturaleza radical. El arte es la destrucción de la ideología, el desplazamiento a un lado del punto de vista, la corrección de paralaje que hace caer las máscaras y los clichés. Tercero: hay que ser radical porque en el mundo de la simultaneidad absoluta y de la hegemonía de la máquina no es posible recurrir a modelos antiguos por más discretamente que se lo haga, porque en la híper-información todo lo alguna vez producido está a la vista. Cualquier modelo que adoptemos a) es inmediatamente denunciado por el infinito de la información, y b) la computadora lo hace igual o mejor que uno. Es necesario saltarse la barda y producir de cara al futuro. Más allá de la computadora. ¿Es esto posible? ¡Ay! ¿Pero no lo consigue Saló y Ciudades de la noche roja, y El Maestro y Margarita, y Bajo el volcán, y Paradiso?”.



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A este humilde, aunque compacto, sancocho de ética, estética y política, olvidado creo tan pronto como lo hube formulado, estuvieron sin embargo ateniéndose las cuarenta nouvelles que llevo escritas. 

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