lunes, 30 de noviembre de 2009

Sobre "La vida en el espejo" de Lissardi, por Diego Recoba

Reflejo fallido


La vida en el espejo se titula la última novela de Ercole Lissardi (Montevideo, 1950), escritor que últimamente ha dado muestras de una envidiable capacidad creadora, si se toma en cuenta la permanente aparición de nuevas novelas publicadas por este autor de obras de temática erótica.


La novela cuenta la historia de un treintón que se separa de su pareja y al irse de la casa que compartía con ella, alquila un apartamento en el Parque Rodó. La particularidad que tiene dicho lugar es que todas las paredes están revestidas de espejos. A partir de ese hecho, la acción de la novela gira en torno a la relación del personaje con su reflejo, y las relaciones sexuales que tiene con diversas mujeres.

En este sentido el tratamiento que hay sobre el tema del acostumbramiento de vivir acompañado del propio reflejo cae en lugares comunes tanto en las acciones (susto en medio de la noche creyendo ver a otra persona en la oscuridad) o en las divagaciones filosóficas sobre la realidad y su reflejo que muchas veces parece extraída de algún tomo de Lacan para principiantes.

Pero todo se complica más cuando el personaje descubre que su reflejo (de ahora en más Simulacro) tiene vida propia, es más poderoso que él mismo, y se trata de su versión demoníaca, o al menos bestial, salvaje. En un principio se podría pensar en el Dr. Jekill y Mr. Hide de Stevenson pero a medida que avanza la novela y Simulacro comienza a arruinarle la vida, la forma torpemente maniquea en que están presentadas las características de las dos facetas por parte del narrador hace acordar más a El profesor chiflado de Tom Shadyec, en donde el Eddie Murphy flaco le complica la vida con su lascivia y cinismo al pobre Eddie gordo y moral. Por otra parte, la idea del mundo paralelo, donde los reflejos trabajan de reflejos siguiendo a su referente por todos lados no escapa al tratamiento caricaturesco de un reciente aviso publicitario de un antisudoral.

El problema del doble personaje le trae complicaciones al narrador (o al menos se los crea el narrador mismo) porque tratando de encontrarle la vuelta filosófica se le pasan muchas páginas que se transforman en los pasajes más tediosos de la novela. Por momentos son laberintos que no llegan a nada, divagaciones que rozan lo cursi, y afirmaciones que pintan para transgresoras y resultan más conservadoras que las ideas a las que se pretende transgredir. A causa de esto, en el medio del proceso de lectura de la novela, el lector anhela la próxima conquista del tipo para que por lo menos pase algo en la historia. Aunque los capítulos dedicados a las relaciones sexuales del personaje, en las que interviene Simulacro para apropiarse de los logros del otro, tampoco se lucen demasiado y más bien son esperados por el lector por una cuestión de deseo erótico, de la erótica de la lectura. Estos momentos no ofrecen más de lo que se puede encontrar en descripciones de escenas sexuales de otras novelas actuales.

Donde si se encuentran pasajes disfrutables y de buena prosa, poética y con humor, es en las escenas de la seducción y de la previa de recibir en su apartamento a las eventuales conquistas. Es en estos momentos en que el narrador, quien es a su vez el protagonista, tiene salidas inesperadas que sorprenden al lector. Aquí, es también cuando el personaje se desprende de la moralidad, por momentos burlándose de ella, requisito imprescindible para cualquier obra que tenga a las relaciones sexuales como tema, considerando que la moralidad occidental judeocristiana se ha encaramado como opositora a toda expresión de deseo sexual pura y salvaje.

En la información de las solapas se reproduce un fragmento de una nota de Pagina 12 en la que se tilda a Lissardi como el César Aira pornógrafo. Resulta inentendible la elección de este texto por parte de los editores para esta novela, ya que no solo que está extremadamente lejos de cualquier obra de corte pornográfico, sino que se trata de las novelas más softcore de Lissardi, donde el erotismo aparece en cuentagotas y con una escasa carga de energía libidinal. También es extraña la inclusión de ese texto por la mención de César Aira, ya que más allá de sus defectos y virtudes, y de cierta irregularidad de la obra del escritor argentino, uno de los sellos fundamentales constantes en su obra es el escape a cualquier solución obvia para resolver los nudos de la historia, una supremacía de la imaginación ante la razón. En cambio La vida en el espejo carece de imaginación y cae permanentemente en obviedades. No pretendo comparar a dos muy buenos escritores como son Aira y Lissardi, sino solicitar como lector que los textos complementarios no presenten (más allá de motivos publicitarios obvios) graves contradicciones con relación a la novela que complementan, o al menos no apostar a los textos con una clara intención publicitaria para vender una novela sino valorar, y generar, creaciones que escapen a los tiempos del mercado y que se vendan fundamentalmente por brindar una obra de arte que valga la pena. Habrá que esperar la próxima de Lissardi y ver que pasa.


http://piberepoyo.blogspot.com/2009/11/reflejo-fallido.html

(28/11/2009)

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