¿Cómo fue que me puse mojigato? (dos novelas de Ercole Lissardi)
Ayer me sucedió algo extraño. Un amigo (de Facebook) leyó en Yahoo una noticia sobre una chica que participaba en el Gran Hermano de Argentina y tenía no se qué novio nuevo. En verdad no tengo idea de que decía la nota porque lo único que hice fue mirar las dos fotos de la mujer (con una lencería muy cachonda) que ilustraban la nota. Pues parece ser que Yahoo publica sin permiso las lecturas que uno hace. Por lo tanto a las dos horas Yahoo anunció en mi muro que había leído esa nota, con las fotos de la voluptuosa mujer y todo. Una amiga notó esto y me lo señaló con humor y con cierta ironía. En ese instante me vino como una vergüenza inexplicable, un ataque de pacatería que todavía me molesta. ¿Cómo fue que me puse tan mojigato? Creo que pensar en lo que podrían decir mis compañeras feministas pesó más sobre mi conciencia que la posibilidad de no hacer ni decir nada o reivindicar el deseo, el placer o simplemente la privacidad.Autorretato con June, su esposa, y modelos. París, 1981. © Helmut Newton Estate |
A raíz de este pequeño evento me puse a pensar en un texto que escribí hace exactamente cuatro años y que la diaria publicó el viernes 8 de febrero de 2008. Era un artículo sobre el narrador uruguayo Ercole Lissardi, que desde hacía años venía cultivando lo que el llama “relatos de relaciones sexuales”. Allí un yo menos mojigato que el de hoy se burlaba un poco de la moralina de la literatura uruguaya. Como no recordaba exactamente qué cosas había escrito, y estaba muy consternado con el hecho que les acabo de narrar, me puse a buscarlo y lo encontré. He aquí lo que escribí en aquella oportunidad:
Vale todo
Una de las novedades del 2007 fue la publicación de la Biblioteca Ercole Lissardi en la nueva editorial Hum. La colección implica una apuesta arriesgada que combina el interés comercial por un escritor cuya imagen pública fue un misterio y un proyecto literario típico -aunque cada vez menos en el mercado literario local que cruza pornografía (o mejor, como el propio Lissardi sugiere, “relatos de relaciones sexuales”) y alta literatura. Entre agosto y octubre de este año ya fueron publicadas dos entregas de una trilogía inédita del autor compuesta por Los secretos de Romina Lucas y Horas-puente. La tercera novela, de la serie, Ulisa, estará próximamente en las librerías.
En 1994 apareció Calientes, el primer libro de cuentos de Ercole Lissardi. Por aquel entonces los lectores supuestamente se encontraron con la obra póstuma de un autor desconocido en el medio. Sin embargo, hacia fines de 1998 fueron publicadas algunas conversaciones del escritor con Álvaro Buela (en El País Cultural) y Carlos Rehermann (en el suplemento Insomnia de Posdata). Las contratapas de sus primeros libros mentían,Lissardi no estaba muerto, ocultaba su identidad tras un seudónimo. El misterio alrededor de su imagen pública se acrecentó, hasta que en diciembre de 2004 tomó la palabra en el relanzamiento por parte de H Editores de la novela Artigas Blues Band, de Amir Hamed. No había demasiadas personas presentes en ese evento, pero en marzo de 2006 Lissardi concedió una “microentrevista” a la diaria para la que envió una fotografía de sí mismo, con el torso desnudo. Hace tres meses, la editorial Hum y el propio autor decidieron darle intensidad al asunto, y Ercole Lissardi apareció públicamente, en las entrevistas para la promoción de Los secretos de Romina Lucas, cortando definitivamente con años de especulaciones de lectores y críticos.
Sin embargo, todos estos juegos ya son parte de la obra firmada por alguien que dice llamarse Ercole Lissardi. En un artículo publicado en henciclopedia (“Del seudónimo: confesiones verdaderas”) el autor sugiere, basándose en el cuento “La vida privada” de Henry James, que llegó a pensar en la posibilidad de contratar a alguien que se ocupara de su vida pública. ¿Y si lo hizo? ¿Y si este hombre que vemos en las entrevistas no es el narrador? Está bueno dudar, mantener el misterio un poco más, aunque Lissardi aparezca ahora entre nosotros con una identidad. Porque, en algunas ocasiones, la jugada consiste (o consistió) en confundir la identidad del autor (Lissardi) con la del narrador (con las características de un fauno, como él mismo escribió en alguna parte), una práctica llevada adelante por otros escritores con diferentes estrategias y resultados en todas partes del mundo. En este caso alguien inventa un pseudónimo y la mayoría de las veces escribe en primera persona representando las relaciones sexuales sin vueltas. Una estrategia que suena bien en una literatura (y una cultura) bastante mojigata en ese punto, salvo en versiones “científicas” de abuelos sabios y picarones que se “atreven” a decir clítoris frente a la cámara de TV.
Las cosas por su nombre
Si el lector compara un relato en una revista pornográfica y un cuento o novela de Lissardi inmediatamente podrá darse cuenta de las diferencias. Para empezar, el medio. El escritor utiliza formas y procedimientos reconocidos como “literarios” y no una revista en la que las fotografías son el centro y, a veces, hay textos. Luego porque si bien la representación de las relaciones sexuales son un ingrediente importante, no son el centro de la narración en sentido estricto. Lo novedoso (en Uruguay, claro) es la introducción de una importante gama de fantasías sexuales -que la pornografía explota, pero sobre las cuales no tiene el monopolio- dentro de unas formas que pertenecen a la “alta cultura” literaria. El propio autor se ha encargado periódicamente de reflexionar sobre la no pertinencia de la separación entre erotismo y pornografía, y de analizar la historia y el significado cultural de la representación de las relaciones sexuales en la literatura y las artes plásticas occidentales (una zona del mercado editorial y del consumo de hombres y mujeres muy poco abordado por el análisis cultural en Uruguay).
Se podrá decir que Lissardi denigra a la mujer o la convierte en un objeto sexual como cierto feminismo intenta demostrar al atacar la pornografía y sus modos de representar las relaciones sexuales. Pero sería una forma del reduccionismo que tal vez sea injusto incluso con la pornografía. Lo que no cierra definitivamente la posibilidad de hacer una lectura de Lissardi desde el feminismo, que sería por demás interesante y que está pendiente como tantas otras lecturas que nos debe la crítica literaria feminista local (si es que existe). Sin entrar en detalles -por ahora- se puede adelantar que las mujeres representadas en las novelas comentadas aquí no son meros sujetos pasivos, pobres víctimas de las vejaciones masculinas, sino más bien lo contrario.
Otro capítulo aparte son las referencias literarias de Lissardi que muestran a un hombre de letras. Un paseo por algunos de sus artículos, disponibles en www.henciclopedia.org.uy, permitirá al lector conocer las preferencias literarias de Lissardi tanto locales como universales, así como distintas reflexiones sobre sus elecciones estéticas, sobre su imagen pública y sobre su perspectiva. Para conocer sus afinidades a nivel local conviene leer una nota del autor publicada en 2004 en la revista Relaciones y que está colgada en Henciclopedia. Allí el autor traza una zona de conexiones entre diferentes novelas uruguayas: Semidiós de Amir Hamed (H Editores, 2001), Julián, el diablo en el pelo de Roberto Echavarren (Trilce, 2003), Yo, el otro de Coral Godoy (H Editores, 2003) y Arena de Lalo Barrubia (Planeta, 2003) en lo que señala como la “emergencia -tardía, por supuesto, como lo prescribe la manera nacional de hacer las cosas- de la temática sexual pura y dura, sin mediaciones ni metaforizaciones”. Todo esto deriva en otro elemento que distingue a Lissardi. Se trata de su actitud casi militante respecto a cierta “pedagogía” sobre el relato de relaciones sexuales, dándole un cierto marco entre teórico y crítico a su obra, y como se ve, a la de otros escritores locales. Algo que puede explicarse en parte por el escaso interés que la mayoría de la crítica literaria tiene (tanto en el periodismo como en la academia) por explicar el presente y establecer genealogías, trayectos, hallazgos o novedades en la literatura local.
El enigma del otro
En aquel artículo de 2004 Lissardi afirmaba que uno de los ejes de esta literatura emergente era la cuestión de la relación amorosa con un otro enigmático que tortura al narrador y lo impulsa a resolver esta tensión. Éste podría ser el resumen argumental de Los secretos de Romina Lucas. Sólo que Lissardi introduce un elemento inesperado y trágico. E incluso, si se quiere, sobrenatural. Porque el enigma al que se enfrenta Domingo -el narrador de esta novela, un cincuentón de clase media, felizmente casado con Lita- no es el de un otro vivo sino una mujer que muere trágicamente, unos minutos después de cruzar miradas, en un accidente automovilístico. A partir de allí Domingo inicia una búsqueda obsesiva para intentar conectarse con Romina, si se quiere con su espíritu, y confirmar si estaban predestinados, unidos por algún vinculo especial.
Pero la búsqueda obsesiva no tiene nada místico en principio, incluso por momentos se torna una investigación, con vueltas detectivescas, sobre Romina y su vida sexual. La novela es más el relato de una búsqueda en la vida material de Romina (su ropa sucia, su agenda,su auto destrozado) y también a través de los trazos que dejó en la vida de los otros: Felicia, su compañera de juegos sexuales; el doctor Ferrari, su amante; Cecilia, la esposa resentida del doctor; el Sr. Lucas, milico retirado y padre de Romina; y Gloria Fernández, madre y esposa sumisa. Con unos pocos restos materiales y en sucesivas conversaciones con esos otros de Romina, Domingo va componiendo en su interior una imagen de la mujer-enigma que lo obsesiona, con la ayuda incluso de Lita -su esposa quien comenta y sugiere cosas, y a quien por supuesto el narrador debe ocultar algunos detalles. En Horas-puente el tema es otro y el mismo. Se trata de la atracción sexual de dos sujetos cuyas vidas matrimoniales son opuestas. Ambos encuentran uno en el otro la solución a las carencias que tienen en sus matrimonios. Irina, profesora de Idioma Español casada infelizmente con Manuel, y Andrés, profesor de Historia casado felizmente con Julieta, inician una relación extramarital. La relación se da cada martes y jueves en un fragmento de tiempo ocioso dentro de su actividad laboral en un liceo montevideano (las “horas-puente”del título).
A partir de un encuentro fortuito ambos deciden encontrarse en un viejo hotel, fuera del circuito turístico y que tuvo en un pasado remoto su momento de gloria. Así en horas muertas de su trabajo y en un hotel marginal, Irina encuentra la satisfacción sexual que su marido no puede darle (o mejor, que prefiere darle hace años a su amante) y Andrés realizar las fantasías que no puede concretar con su esposa, a la que adora. Hacia el final de la novela hay un momento en que el narrador, en esta oportunidad en tercera persona, parece sugerir que una transgresión a la institución matrimonio siempre es buena para mantener el sistema, para que todo se corrija. Julieta accede a las peticiones sexuales de Andrés, Manuel abandona a su amante y recompone su relación con Irina. Sin embargo, la novela sugiere otra posibilidad, otra lectura. El deseo del otro es más grande que la insatisfacción que inició la relación y que finalmente se corrige. La relación entre los amantes se convierte en algo más que un simple escape a malas experiencias matrimoniales para pasar a ser el motor del deseo de los dos profesores de secundaria, entre ellos y con sus respectivas parejas también.
Estas dos novelas continúan el proyecto de Lissardi. Hay tal vez una escritura menos “libresca”, con abundantes usos rioplatenses y coloquiales, algo diferente al que utilizó, por ejemplo, en Conversaciones con el fauno (1997). Hay también un manejo interesante de la ironía, en las referencias al “lector medio y razonable” como escribe en Los secretos de Romina Lucas. Pero no se puede evitar hablar de sexo, de la representación de las relaciones sexuales. En ambas novelas las mujeres gozan igual o más que los hombres, y todo lo que parece “aberrante” para una perspectiva puritana del sexo, aquí aparece como relaciones en las que no hay lugar para los límites. Lo cierto es que Lissardi explora todas las fantasías sexuales atendidas por la pornografía y que pertenecen al mundo real de los hombres y las mujeres, mal que le pese al moralista. Si ustedes quieren, y en un nivel menos “refinado”, más funcional, esta literatura calienta a un pueblo.
Alejandro Gortázar
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Hasta aquí el artículo y cómo me mofaba de los moralistas. Tal vez la pregunta no sea ¿cómo fue que me puse mojigato? sino ¿cuándo fue que convencí de que no era un mojigato? En fin.
https://sujetos.uy/2012/04/13/como-fue-que-me-puse-mojigato-ercole-lissardi-y-los-relatos-de-relaciones-sexuales/
(13/4/2012)