jueves, 28 de agosto de 2014

Ana Grynbaum - La mujer cruel

Cuando hace una década empecé a interesarme por esa erótica figura de la mujer cruel que aletea en nuestra cultura no recordé a Joan Crawford ni a Bette Davis, aunque les deba a ellas algunas de las horas más horroríficas de mi niñez. Pero su maldad ilimitada no se desprende de la retina infantil así
nomás: días atrás volví a ver What Ever Happened to Baby Jane?


Entre todas las voces que se elevan para acusar al psicoanálisis de “entrometerse en la cultura”, muchas tienen razón: los pseudo-psicoanálisis de objetos culturales abundan en el mercado. Sin embargo, también es cierto que existen obras de arte que son directamente subsidiarias del psicoanálisis. La historia de Baby Jane es una de ellas.

Si esta película sostiene tan magistralmente la tensión morbosa y sólo al final escupe su verdad como un último suspiro, es porque toda ella gira en torno a un secreto familiar. Dicho secreto refiere a una escena traumática –en el más freudiano de los sentidos- que aun estando silenciada no deja de proferir sus gritos en sordina. Es decir: la trama gira en torno a algo que se sabe sin saberlo y que recién al final, ya contra las cuerdas, se dirá con todas las letras. Ese aire malsano del secreto terrible y culposo es el ambiente siniestro en el que la acción tiene lugar, su hábitat.

Sin ese saber inconsciente pero intuido que nos mantiene expectantes y espantados –y sin la inenarrable actuación de las dos monstruas, claro- la película no sería otra cosa que un melodrama más. Jane y Blanche Hudson –Davis y Crawford respectivamente- son hermanas inseparables en su folie à deux, una suerte de vínculo sado-masoquista descontrolado y a muerte. Cierto aleteo molesto, de verdad amordazada, impide al espectador tragarse que la hermana víctima sea realmente buena y la hermana victimaria inexcusablemente mala. Hay algo que no tiene nombre hasta el final pero que como un ruido molesto no deja de estar presente insinuando algo. Imposible no escuchar ese ruido, aunque la violencia crezca para acallarlo. Debe haber un motivo por el cual la supuestamente buena vive sometida a la supuestamente mala...

¿Dónde surge ese sufrimiento que encadena a las hermanas para siempre? En la niña prodigio –gran negocio familiar- que fue Jane en sus primeros años de vida. Jane: el talento en estado puro, la nena divina de papá, con el mundo a sus pies. Igual que Shirley Temple, con muñecas a imagen y semejanza; mientras en Blanche crece la envidia y el deseo de venganza.


Pero los niños crecen, y las mujeres envejecen. Del mismo modo que con la Temple, el talento de Jane no creció con ella. En cambio el de su hermana Blanche, que era una niña común, sí creció y la hizo una deseada actriz adulta. ¿Qué le resta a una mujer cuando perdió todo el brillo con la edad infantil y, encandilada por sus propias luces, no puede renunciar a ellas? A Jane le quedan todos los litros de whisky que pueda absorber y el sueño del retorno a la estrella que fue. Pero sobre todo le queda la voluntad de vengarse de Blanche, cuyas películas se emiten por televisión en ciclos especiales a pesar de que su carrera se cortó a raíz de un accidente dudoso en cuya escena se encontraban sólo las dos hermanas y desde hace tiempo está en silla de ruedas.

Entre los muchos elementos siniestros del film, la niña vieja que encarna Jane cuando el alcohol la pone a punto, es uno de los más escalofriantes. Pero ¿qué es lo que nos eriza la piel?


La cámara adopta frecuentemente el punto de vista infantil, el mundo desde abajo, los personajes magnificados, resaltados los caracteres. A simple vista se reconoce en la apariencia de estas mujeres la tradicional figura de la bruja. Una bruja siempre es malvada y vieja. En cuanto a sus características fisonómicas, existen distintas versiones. A partir de Crawford y Davis, el gran tamaño de los ojos y la boca serán fundamentales para identificar a una bruja –¡quedé afuera!-.

Sin embargo, los ojos de lechuza, en nuestra más antigua tradición, son atributos de la diosa de la sabiduría… Entonces, los ojos desorbitados y la mirada penetrante de Davis y Crawford encarnan un tipo de mujer: mala e inteligente. Nótese además –y no sólo en esta película- que ellas son malas con otras mujeres, no con hombres. Hoy en día resulta evidente el contenido erótico –lesbiano sado-masoquista- de estas escenas entre mujeres malísimas e ilimitadas en su poder maligno, aunque circunscrito al ámbito de lo doméstico.

¿Qué es lo chocante de una niña vieja? Una mujer que se marchita sin dar frutos: un desperdicio. Desde el punto de vista de aquella lógica de que la mujer fructifique en hijos, estas solteronas –como se decía por entonces- encarnan el horripilante fantasma de la hembra sin macho y sin cría. Por otro lado, está el drama de la mujer-muñequita-star que, adicta a la gloria, no puede vivir sin ella. Acaso la moraleja sea: una mujer reducida al papel de muñeca corre peligro de convertirse en bruja perversa.

Es llamativo que Crawford y Davis, habiendo sido divas, emblemas de la belleza femenina en su juventud, hubieran aceptado de mayores estos papeles de viejas esperpénticas. La mayoría de las divas hollywoodenses rehúyen empresas de tal índole: cuando ya no pueden verse hermosas abandonan el escenario –la Garbo es el ejemplo extremo-. Las actuaciones de Bette Davis y Joan Crawford en What Ever… sellan su lugar de auténticas artistas de cara a la posteridad. Su performance es tan inolvidable como aleccionadora.

 https://www.youtube.com/watch?v=--RI7tlWuaM

What Ever Happened to Baby Jane?, film de 1962, dirigido por Robert Aldrich. 

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