viernes, 31 de julio de 2015

Ana Grynbaum, Ercole Lissardi - EL HAMBRE, obra teatral escrita y dirigida por MARCEL GARCÍA -

Esta semana fuimos al estreno del El hambre, segunda obra escrita y dirigida por Marcel García. Tanto nos interesó el evento que decidimos compartir esta entrada presentando nuestros respectivos puntos de vista.



Ercole Lissardi - EL SECRETO DE MAJO


Sobradamente conocíamos los notables talentos de Marcel García como actor. Con El hambre hemos descubierto sus virtudes como dramaturgo y como director.

En tanto dramaturgo García da en El hambre una demostración exquisita de maestría en el difícil arte de la vuelta de tuerca. Transitamos la obra convencidos de que el mal que padece Majo –no come- es el que padecen tantas chicas que quieren ser modelos, y especulamos con sus hermanos acerca de las posibles causas y los posibles remedios para su mal. Pero en la última línea de diálogo, con los pelos de punta aterrizamos en el territorio de lo fantástico.

Dado su material de base García pudo haberse empantanado en las densidades y las truculencias del melodrama familiar. Tal cosa no sucede porque, joven maestro del diálogo como esgrima mordiente, en la primera parte de la obra, que presenta las dinámicas de relación de los cuatro hermanos, diluye las asperezas y el mar de fondo en un chisporroteo de bromas y burlas. En la segunda parte, cuando el hermano mayor, José Pedro, pone en funcionamiento el Gran Juego, destinado a terminar con las negaciones de Majo, es la dinámica lúdica misma, y el suspenso que genera lo que determina el tenor de la pieza. De la escena final, donde la palabra, tan requerida, finalmente se desborda hay que decir que es electrizante. La lógica impecable de la locura se adueña de la escena, pro aún así el remate nos toma totalmente por sorpresa.

García domina los recursos propios del dramaturgo con total seguridad, tanto en lo estructural –marcando la evolución dramática con trazos precisos- como en los diálogos –tanto en el vértigo de la aceleración como en el balbuceo al borde del silencio, como en las entrevistas con el psicoanalista.

En tanto director, como no podía ser de otra manera dada su condición de gran actor, es necesario destacar la calidad de la dirección de actores. En uno de los pozos densos de silencio y quietud escénica luego de algún remolino de gritería entre furiosa e impotente, apreciamos con admiración con cuánta precisión y naturalidad nos ha sido dado el carácter de cada uno de los cuatro hermanos. Observamos su gesto y sabemos de cada uno hasta qué se ha quedado pensando, de qué manera precisa lo ha afectado la escena de la que sale. Los conocemos.

La impotencia furibunda y angustiada del hermano mayor, que se siente responsable del grupo y no ha podido ni puede con el embrión de tragedia con el que conviven, está magníficamente dada por Alain Blanco. Y Karina Molinaro, Majo, indefensa y siempre al borde de la histeria frente al mal que avanza en ella y que comprende finalmente con horror, está a la altura de las dificultades de la escena final, donde el torrente de palabras parece escapar de ella y expandirse por la escena y por la platea como un monstruo invisible, inaudito y letal.

Para ejemplo de la intensidad con que García sabe interiorizar sus personajes en sus actores me quedo con un detalle. Cuando Majo estalla en su monólogo final sus hermanos enmudecen, expectantes ante la inminencia de la explicación tan esperada. La mirada del hermano menor, José Luis –Diego Devincenzi-, aletea, incapaz de anclarse en el rostro arrasado por la angustia de su hermana, aletea ansiosa por saber y temerosa de lo que implique la revelación inminente. Es la mirada de un chico joven a su hermana a la que descubre al borde de la locura. Devincenzi desaparece, ese chico es el hermano de Majo. En este nivel de sutileza se juego la minuciosidad de la dirección de actores de Marcel García.

Ana Grynbaum - Una artista del hambre - 


María José tiene un hambre que no puede saciar con comida. Ese hambre insaciable, y el hecho de no ingerir alimentos, amenaza gravemente su vida y tiene en vilo al grupo familiar, compuesto por ella y sus tres hermanos (José Pedro, Juan José y José Luis).

Ningún intento explicativo, ni curativo, puede afectar a la pulsión que lleva a Majo a no comer. Ni los profesionales, ni la tan mentada incomunicación en el seno de las familias, acribilladas éstas por el opio del fútbol, la publicidad que incita al consumo y los siniestros discursos periodísticos banalizando desgracias. No alcanza con considerar a la única nena de la fratría como chivo expiatorio del grupo, ni poner en la cuenta del machismo lo que le pasa a Majo. Tal vez haya algo de esto y de aquello, pero no se trata, en lo esencial, de ninguna de estas cosas.

De hecho, cada uno de los integrantes de la familia José está pendiente de Majo, de su salud, de su malestar, de eso que interrogan en ella y que ella guarda, bien apretado, exclusivamente para sí misma. Porque ella tiene algo, un secreto, que sólo al final habrá de ser revelado. Por momentos, ella hace bailar a los hermanos al ritmo de su síntoma, pero el desenlace pone al descubierto cierto real que ubica las cosas de otra manera. Se devela algo radical, inalcanzable, situado más allá de víctimas y victimarios, enfermos y sanos.

Majo nunca tuvo novio, el objeto de su deseo no puede estar en otra persona… No voy a decir más, pues confío en que esta “pergeñada” por Marcel García volverá pronto a la cartelera teatral montevideana.

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La Cultura -máquina de diálogos- me remitió de El Hambre a otras dos obras literarias: Un artista del hambre, de Franz Kafka, y Bitácora de una persecución amorosa, de quien suscribe.

En el texto de Kafka, no comer, elevado a la categoría de arte, también es otra cosa que simplemente no comer. Trasciende la dimensión negativa, de falta o ausencia, para generar algo, positivamente. La resistencia del protagonista a la ingesta de alimentos, su heroísmo, lo prodigioso de su aguante, también se revela al final como una fachada que esconde cierta verdad más íntima. Tanto en el artista como en Majo, el prolongado hambre se convierte en una forma de existencia, basada en una corriente pulsional con mayor peso que las convenciones sociales, más fuerte que la vida y la salud.

Marina, la protagonista de Bitácora, emprende una búsqueda autoerótica que la lleva –entre otros avatares- a engordar o adelgazar más allá de los límites de lo bueno y de lo esperable. Pero ese viaje también la conduce a experimentos con su propio cuerpo que, desde un punto de vista médico, se calificarían como autodestructivos. Tanto Marina como Majo están en una particular relación erótica consigo mismas y no se encuentran en posición de respetar los límites del sentido común. Además, ambas defienden a muerte esa relación que han logrado establecer, porque es allí donde está su libido, su deseo y su goce.

En Bitácora retomaba unas palabras que Lacan tomaba de Apollinaire (seminario sobre las psicosis): quien come no está solo.  De acuerdo, pero ¿qué pasa con quien se autofagocita…? ¿Cuánto vale la compañía, la preocupación e incluso el amor de los demás para quien encuentra el supremo alimento en sus propias entrañas…?

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