La gente hoy no languidece melancólica, triste o desesperanzada, ni se entrega al spleen o al taedium vitae, como en otros tiempos. La tristeza, la infelicidad y el descontento parecen insuficientes para describir nuestro malestar. Nosotros estamos angustiados, en eso hay consenso.
El psicoanálisis ha tenido un papel fundamental en la promoción de la angustia al nivel de una emoción digna de ser tomada en cuenta. Pero, cierta versión de la angustia que predomina en la literatura psicoanalítica actual, y de la que se ha apropiado la clase media intelectual que consume psicoanálisis, lleva la cuestión de la angustia a terrenos que vale la pena interrogar. En particular algunas formas en las que puede ser interpretada en el lenguaje vulgar la popular frase de Lacan que dice: la angustia es lo que no engaña.
Por otra parte, uno de los empleos habituales del término angustia apela a cierta justificación de acciones, u omisiones, por el hecho de que el sujeto se declare angustiado. Como si la angustia fuera una suerte de enfermedad que habilitara cierta exoneración de responsabilidades, ante los demás o incluso en relación con uno mismo. Desde esta perspectiva, el angustiado se haría acreedor a cierto respeto del que, en ocasiones, se puede sacar rédito. Incluso rédito político.
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Para poner un ejemplo reciente de la esfera pública, voy a citar algunas declaraciones del Intendente de Montevideo, Daniel Martínez, respecto de la recolección –y la no recolección- de residuos en la ciudad, en las que su angustia juega un papel importante.
El 29 de diciembre pasado, el Intendente dijo a la prensa que le daba “mucha angustia” ver los contenedores desbordados de basura a lo largo y a lo ancho de la ciudad. (Diario El País versión digital, 29 de diciembre de 2015.)
El 14 de julio Martínez declaraba: “Hubo un período, en el que yo salía a explicar lo que pasaba y a pedirle disculpas a la población, en donde no nos funcionaba el mantenimiento y teníamos pocos camiones para la cantidad de basura. Fueron de los peores días de mi vida. Una situación de una angustia descomunal.”(Sitio web de Teledoce, 14 de julio de 2016)
Según el jerarca, el problema de la basura en Montevideo sería resuelto a través de la compra de nuevos camiones. El pasado 27 de abril, Martínez declaró a la televisión: “Hasta fines de mayo, principios de junio, cuando estén los cinco nuevos camiones vamos a pasar mucha angustia. Es un esfuerzo económico, es un espantoso momento para la Intendencia, pero hay que intentar controlar por lo menos la situación de la basura, no hay otro remedio.” (Sitio web de Teledoce, 27 de abril de 2016.)
No conocía yo la expresión pasar angustia. ¿Pasar angustia como quien pasa hambre o frío? ¿O como quien pasa vergüenza…?
Nos encontramos a mediados de julio y los camiones no han llegado. Martínez dixit: “la empresa, radicada en Europa, los armó al revés” -…-, por lo que han tenido que desarmarlos y armarlos nuevamente -…-."Es una angustia no poder contar con esos camiones ya”, agregó. (Diario El Observador versión digital, 8 de julio de 2016.)
¿Es una angustia? ¿Es una lástima? ¿O es una cagada? ¿De quién, concretamente?
Respecto al mes y medio de retraso previsto para la llegada de los camiones, el jefe comunal expresó: “Seguimos con un mes y medio más de angustia”. (Sitio web de Teledoce, 14 de julio de 2016)
¿Los meses son una unidad de medida para la angustia…? ¡Qué novedad! La angustia ahora se mide y además en meses.
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¿Cómo entender esta insistencia de Martínez en su peculiar angustia? ¿Estamos asistiendo a una nueva generación de discursos políticos centrados en las emociones de sus voceros? ¿Qué es lo que está enfatizando el Intendente? ¿Lo que él como persona siente importa tanto o más que las deficiencias en su gestión? Insistir en su angustia ¿es una forma de distraer a los vecinos de Montevideo?
Alguno de los lectores lo conocerá personalmente a Daniel. Y si no, no es difícil empatizar con él. Tiene la cara y la pelada típicas de un padre de familia montevideano de la clase media. Y una expresión tan bonachona en el rostro que verdaderamente da pena enterarse de que se angustia. El hombre vive acá en el Buceo, lo vemos pasar pedaleando por la rambla hacia su despacho de la Intendencia –al menos a la ceremonia de asunción del cargo fue en bici-. Toma mate todos los días, como la mayoría de nosotros.
Foto del diario El observador, versión digital, 8 de julio de 2016 |
Expresar la propia angustia tiende a generar solidaridad en los escuchas, porque angustiarse es humano. ¿Quién no conoce la angustia? ¿Quién no ha sentido alguna vez, cuando no a diario, su opresión en el pecho? ¿Cómo no sentir solidaridad hacia un prójimo sufriente?
Además, según el supuesto de que la angustia no engaña, ¿cómo desconfiar de Daniel? Si su angustia es auténtica, él también es auténtico. La expresión de su angustia convierte al Intendente en un hombre honesto. El hecho de que no pueda con la basura pasa, automáticamente, a segundo plano.
Por otra parte, hablar de su angustia convierte a Daniel Martínez en una persona sensible, comprometida emocionalmente con los problemas de la ciudad. Su confesada angustia lo vuelve, ante los ojos de quienes se solidarizan con su padecer, un ser vulnerable. Mostrarse vulnerable, como una conducta agonística, apunta a reducir la agresividad de los vecinos furiosos. La angustia puede así convertirse en una forma sutil de inimputabilidad. Caro que ello depende de nuestros oídos.
Es posible que la honestidad y la humildad rankeen más alto, en el imaginario colectivo de los montevideanos, que la eficiencia y la higiene. O capaz que no, pero de eso nos enteraremos cuando sean las próximas elecciones.
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La pregunta central es: ¿qué es lo que angustia a Martínez? ¿El caótico estado sanitario y estético de Montevideo? ¿El hecho de no poder realizar su gestión como es debido? ¿O que el enojo de los vecinos de Montevideo le puedan hacer perder caudal electoral?
No parece descabellado sospechar que el Intendente de Montevideo utiliza su angustia como estrategia de imagen. Es posible que la tan mentada angustia de Martínez sea sincera, pero a la manera de Emma Zunz, el personaje de Borges que logra la inimputabilidad del crimen que ha cometido, pues “Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”.