Más allá de sus murales apoteóticos y sus retratos magníficos asoma otro Diego Rivera, diferente del gran artista exitoso e histriónico. Hay una serie de cuadros de caballete en los que se expresa una dimensión que no es la de los grandes episodios de la Historia, ni de los personajes famosos, ni siquiera la de los gráciles cuerpos de las mujeres indígenas ni el esfuerzo laborioso de los campesinos.
Los cuadros a que me refiero están protagonizados por seres detenidos en algún punto de una extraña metamorfosis, que los vuelve genéricamente indefinibles. Son cactus con tetas, rábanos montados sobre un gran falo –el suyo propio-, árboles humanizados, o pedazos de árbol doliente, ramas que se retuercen como animales, raíces animadas.
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Paisaje con cactus, 1931 |
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Posguerra, 1942 |
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Paisaje simbólico, 1940 |
En estas figuras se produce una antropomorfización de la naturaleza, que se mantiene en un alto grado de ambigüedad. Esas formas que están entre lo humano y lo otro, parecen hablar de la relación entre el hombre y los otros seres, una relación emparentada con el animismo característico de las religiones antiguas, como la nahual. Pero esta ambigüedad señala también la relación entre el hombre y lo que en él hay de no tan humano, de animal, de planta, de piedra. Dan cuenta de lo no humano en el hombre, del terreno en el que la civilización no termina de plantar sus banderas. Dicho terreno puede pensarse como el inconsciente, pero también como la cultura indígena que sobrevive a la colonización occidental.
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Copalli, 1936 |
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Las manos del Dr. Moore, 1940 |
Algunos de estos cuadros con criaturas metamórficas han sido categorizados como paisajes; los más complejos recibieron la etiqueta de surrealistas. Ambos rótulos se muestran insuficientes para dar cuenta de su naturaleza. Sobre el conjunto de estos seres ambiguos de Rivera, en tanto línea de trabajo realizada, prácticamente no hay discurso. Como si esos seres bizarros hablaran en una lengua desconocida.
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El Paricutín, 1943 |
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Paisaje nocturno, 1947 |
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Diego Rivera vivía en Europa cuando el estado mexicano le financió sus estudios de la técnica del fresco en Italia. En 1921 regresó a México para realizar esos murales que son el proyecto de un estado que, tras la Revolución, se propuso educar a la población para que ésta pudiera reencontrarse con la dignidad de su cultura.
Rivera aterrizó en México y rápidamente descartó su caligrafía vanguardista europea –mayormente cubista- para poner manos a la obra de una verdadera revolución cultural. Para ello se dedicó a viajar por el país y anotar los rasgos de las culturas indígenas que fue incluyendo en las escenas monumentales y pedagógicas de sus murales.
También por entonces Rivera entró en contacto, y se fascinó, con los objetos estatuarios prehispánicos, que comenzó a coleccionar, y cuya colección, y divulgación, se convirtió en uno de los principales objetivos de su vida. Recorrer el museo Anahuacalli hoy es, para el más ateo de los laicos, una experiencia religiosa. El propio Rivera llamaba a sus piezas “mis ídolos”.
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Diego Rivera con uno de sus ídolos |
La población mexicana no necesita siquiera estar alfabetizada para comprender “Lo que el mundo le debe a México” y las muchas otras mega escenas de los murales de Rivera, buena parte de las cuales están protagonizadas por indígenas, en cuyos rasgos pueden reconocerse a sí mismos, y a sus antepasados. La tarea de Rivera fue monumental, colosal. Con todos los kilos de su cuerpo y de su talento, Diego se agenció, en lo alto del andamio, con su papel de muralista.
Sin embargo, allá por 1937, Rivera se apartó de la producción mural, para abrazar –en un mismo movimiento- al trotskismo y al surrealismo. El abrazo resultó intenso pero breve, muy pronto volvió a sus murales entre lo naïf y lo épico, y a su amor por el Partido Comunista estalinista. Sin embargo, haber recalado en la liberación poética de la subjetividad, dejó en su obra algunas trazas, camufladas, pero visibles y duraderas.
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Los vasos comunicantes. Homenaje a André Breton, 1938 |
Mi hipótesis es que, por más compenetrado que estuviera Diego con la función ideologizante de sus murales históricos y antropológicos, como artista necesitaba expresar otras cosas, más personales, menos diáfanas y aleccionadoras. La serie de cuadros protagonizados por criaturas metamórficas caen por fuera del proyecto patriótico y también de los encargos retratistas y ornamentales de los clientes adinerados. De hecho, estos seres ambiguos no parecen haber encontrado todavía un lugar propio, en el que se reconozca todo su valor.
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Raíces, 1937 |
Los cuadros protagonizados por criaturas metamórficas son de índole intimista, están dictados por la subjetividad del pintor, más allá del control consciente y racional del ciudadano ilustre y políticamente comprometido que Rivera encarnaba. En tal sentido, se conectan con algún aspecto del surrealismo, pero de forma muy lateral. Más próximos en su estética se encuentran respecto de muchas de las piezas prehispánicas, en las que los objetos de uso diario suelen tener forma humana, animal o vegetal, o están a medio camino entre lo animal y lo humano, o entre lo vegetal y lo animal.
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Pieza prehispánica del Museo Anahuacalli |
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Museo Anahuacalli |
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Museo Anahuacalli |
Por otra parte, tampoco los murales, ni los retratos, ni los dibujos de campesinos, están completamente exentos de la participación de algún ser metamórfico, cual detalle bizarro o polizón.
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Bañista de Tehuantepec, 1923 |
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Germinación, del ciclo Canto a la tierra (La revolución natural),
pintura mural, 1926-1927 |
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Campesinos, 1947 |
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Para mi gusto, la vedette de todos los seres ambiguos de Diego Rivera es Las tentaciones de San Antonio, mágica conjunción de las formas y lo amorfo, de la figura y lo no figurable. Hay un análisis de este cuadro en la entrada del 10/07/15, y habrá pronto, si todos los espíritus se alinean, una nueva producción al respecto.
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Las tentaciones de San Antonio, 1947 |
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Agradezco enormemente a Tely Duarte, del Munal (Museo Nacional de Arte) de la ciudad de México, por su generosísima colaboración en orientación y materiales sobre la obra de Diego Rivera.