Hace más de un año que arrastro como un cargo de conciencia el deseo de compartir algunas fotos tomadas en el Mercado de plantas y flores de Xochimilco, en el sur de la Ciudad de México.
Aunque se lo conoce como “el mercado” en realidad consta de varios mercados con una importante actividad comercial. En la feria callejera abierta al público se ofrece una inmensa variedad de plantas, desde las más comunes hasta las más exóticas. Algunas tan originales que parecen exceder su condición vegetal para semejar animales, minerales o seres de otro mundo.
A pesar de haber visitado sólo una pequeña parte de la feria fascinada tomé una gran cantidad de fotos, la mayoría de las cuales fueron “sacrificadas” en pos de la presente selección.
Todas las palabras admirativas serían insuficientes para describir la experiencia de visitar el mercado de flores de Xochimilco. También las imágenes lo serán.
Mis “relatos de viajes” suelen estar motivados por algo del orden del exceso o el exabrupto, al menos desde la óptica del visitante. La desidia al grado del maltrato me llevó a escribir sobre Celestún y la Sierra de Minas, la intensidad natural de lo macabro sobre las momias de Guanajuato, el peculiar uso de la lengua española escrita sobre algunos carteles vistos en México (ver entradas de fecha 24/3/17, 10/10/14, 5/4/17, 13/3/15). En tal sentido estas reflexiones sobre el Mercado de las Flores de Xochimilco constituyen una excepción.
Lo único que se podría llamar “excesivo” en el Mercado de las Flores de Xochimilco, si el término no fuera peyorativo, es el goce estético que se experimenta.
El deleite del paseo surge en la deriva a través del espacio abierto de la feria y el espectáculo de los objetos que orgiásticamente se ofrecen a la vista. Espectáculo que se conforma de manera única en cada oportunidad para cada quien según el rumbo que vaya tomando. A propósito de la Feria de Tristán Narvaja en Montevideo he descripto esa experiencia del paseante en la feria (ver entrada de fecha 11/9/14).
Los objetos de Xochimilco son seres vivos. Incluso agrupados y numerosos continúan siendo una sumatoria de individuos con características diversas que saltan a la vista para comunicarnos su particularidad.
El modo de agrupamiento de las macetas en los diferentes stands constituye en sí mismo un arte visual, pariente del ikebana, que produce el escenario del espectáculo y transmite sus propios mensajes.
Es imposible no relacionar la configuración de estas plantas con la particular presencia de las criaturas del reino vegetal en el arte mexicano pre y post hispánico. (Acerca de los seres metamórficos, limítrofes entre los tres reinos de la naturaleza, en la pintura de Diego Rivera versa la entrada del 21/4/17).
Lo que las fotos no pueden contar –me hago cargo- es la extrema amabilidad de los vendedores, producto de su auténtica pasión por el reino vegetal y el compromiso con esos seres que tienen en sus manos.
En un mundo globalizado donde la mayoría de los vendedores están tan poco involucrados con la mercadería que ofrecen el Mercado de Flores de Xochimilco resulta un lugar especial. Allí el potencial cliente es mucho más que eso, es el eventual tutor de un ser vivo, que ha sido cuidado con esmero y que se espera continúe siéndolo. El cliente debe ser educado, iniciado en el arte de cuidar cada planta.
Fue sorprendente la libertad con que pude tomar mis fotografías. Lejos de celar sus ejemplares los vendedores transmitían su orgullo por ellos. Incluso cuando les aclaraba que no iba a comprar nada, porque me esperaba el control aduanero, me brindaban información con una generosidad que denotaba no sólo sabiduría sino también una relación profunda y poética con la naturaleza, propia de las culturas indígenas a las que pertenecen.
El único detalle que nubló mi paseo fue justamente el hecho de no poder traerme ni una hojita. En su lugar vienen estas imágenes.