martes, 6 de abril de 2010

- Sobre la "Trilogía de la infidelidad" de Lissardi, por Germán Scalona para Inrocks libros -


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Un hombre llamado Hugo se dedica a escribir en la acogedora oscuridad de su privacidad, al reparo de sus labores domésticas, entre las que se encuentra el vender libros, mientras algo exterior llamado biografía va trazando sus pasos y dejando sus huellas tanto en el país natal como en el exilio. Escribe llevando una doble vida: aquella que lo hace oscilar entre el recaudo y la mesura que trata de imponerle a sus obsesiones, en este caso los límites difusos de una literatura que va y viene de lo erótico a lo pornográfico, y la desproporción de esta pendiente que lo llevaría seguramente hacia un fin trágico si dejara libres sus fuerzas. Clasicismo en estado puro, este justo equilibrio en el que se enfrentan muerte y deseo sería el que delinearía a este personaje si fuera un personaje, casi podríamos decir un personaje del escritor uruguayo Ercole Lissardi. Pero resulta que, antes bien, el librero Hugo es el autor del personaje-autor Ercole Lissardi ––quien sale a la luz como si se tratara de un escritor póstumo– así como de los textos que se ocultan tras esa máscara con la que se lanza al público recién a los cuarenta años en un intento por liberarse del pudor que le ocasiona haberse dedicado, no a este tipo de literatura escandalosa, sino simplemente a escribir.

Es así, entonces, como si de un retruécano literario se tratase, que bajo el seudónimo de Ercole Lissardi llega a la Argentina la “trilogía de la infidelidad” compuesta por Los secretos de Romina Lucas, Horas Puente y Ulisa. Pero, ¿acabamos de decir trilogía sobre la infidelidad? ¿En estos tiempos, luego de la liberación sexual, luego de haber dejado tan atrás los juicios a Emma Bovary? ¿Estamos acaso frente a un escritor anticuado que nos habla aún hoy de la necesidad que tienen algunos de buscar la satisfacción en los rincones más oscuros de su sexualidad, fuera de los sagrados lazos del matrimonio? ¿Es un ironista consumado? Miremos más de cerca. Bien podríamos dejarnos llevar y decir que desde el siglo XIX el capitalismo encontró en lo pornográfico tal vez su fantasía más acabada con respecto a la sexualidad, a la vez que lograba hacerle rendir a ésta los mismos réditos que el dinero que había puesto en la usura varios siglos antes. Así como el historiador Le Goff nos advierte que el purgatorio fue creado para que pase por la puerta del reino de los cielos el usurero, así podríamos creer que la pornografía fue creada para hacer pasar esos deseos inconfesables, incontrolables, por la caja registradora, única purificadora de ellos. Todo rinde en el capitalismo, nada debe quedar por fuera de sus fronteras. ¿No lleva a cabo acaso la pornografía, con su desintegración de todo gesto de organicidad erótico donde el dolor y la ternura se aúnan, la construcción y mercantilización de máquinas eficientes del placer absoluto, sin fallas, sin devolución, en las que una vez finalizada una escena de sexo otra se sucede con la misma eficacia, donde producción y gasto intentan siempre estar equilibrados? ¿No es acaso la pornografía otro límite donde experimentar la deshumanización, esa que vuelve a los humanos prótesis, posturas perfectas, performances extremas, ángulos y ampliaciones, pases orgásmicos a destajo? Tema de desvelo de algunas feministas, en los textos de Lissardi uno no estaría tan seguro de condenar a la pornografía, así como uno nunca esta seguro de si el erotismo ha dejado de ser tal en determinado momento para pasarse del lado de la pornografía, o viceversa. ¿Cuál es el umbral? Pareciera que este momento no está dado tan sólo por su mercantilización, sino también por la desaparición de su marca fundamental: el dolor. ¿Hay en el erotismo dolor, sufrimiento, ternura, mientras que en la pornografía es sólo representado, actuado, marionetizado? ¿Pero no hay acaso también una pornografía con destellos eróticos en estos textos?

Cada novela de Ercole, como la vida del señor Hugo, oscila entonces entre estos temas. Pero también deja entrever umbrales que los personajes atraviesan para poder moverse dentro y fuera del matrimonio. Dice el personaje principal de Lissardi en el comienzo de la última parte de la trilogía, Ulisa: “…la infidelidad, de pensamiento o de hecho, está en la naturaleza misma del vínculo conyugal…todo es cuestión entonces, de moderación y discreción…y el que no sepa frenar sus tendencias al exceso, mejor hará en prescindir de los beneficios del vínculo conyugal”. Volvamos a preguntarnos, ¿es esto lo que piensa Lissardi a través de sus personajes, o es un ironista que se encarga de desenmascarar la hipocresía de ciertos machos, de cierta parte de la sociedad que aún hoy, tal vez por verse retratada en toda su imposibilidad, y no simplemente por tratarse de novelas pornográficas, ha querido desterrar a este escritor del Uruguay? Después de todo, ¿no se venden revistas pornográficas en todos los kioscos?

Tenemos entonces tres historias sobre la infidelidad. Tres historias que en definitiva, así como en ciertas narraciones lo fantástico invade lo cotidiano por un umbral inadvertido, nos hablan de cómo la domesticidad se ve invadida por las fantasías y los fantasmas del erotismo y la pornografía. Tres historias que describen un arco que va desde la reincorporación de los personajes perdidos en sus obsesiones al seno de lo doméstico, pasando por la comedia ligera entre amantes que tratan de reconstruir su vida conyugal, al desborde y la tragedia absoluta. Esencialmente relato del vínculo heterosexual y de sus peripecias más conservadoras, Lissardi delinea en su trilogía, no así en muchos de sus otros relatos, ciertos personajes masculinos que parecen tener horror de perder su tesoro más preciado –la seguridad de su ano–, y por sobre todo horror de descubrir que la vulva puede ser tan poderosa como el mito del pene erecto. Pero lo que quizás más angustie a estos personajes sea la necesidad de enfrentarse literalmente con fantasmas, con restos, con trozos con los que deben construir y destruir su deseo si es que quieren sobrevivir. Vemos entonces que en Los Secretos de Romina Lucas –tal vez la mejor obra de la serie, donde muchos relatos deciden su finalidad en el clímax de la tragedia donde todo se cierra bajo el manto de la muerte–todo comienza: un hombre sale a pasear al perrito caniche que vive junto a él y su esposa, cruza su mirada con la de una mujer en el espejo retrovisor del auto de ella, e inmediatamente siente que ambos están predestinados. Ella muere dejando un rastro de posibilidades que se deberán cumplir como sea, aún a riesgo de ponerlo todo en peligro, aún debiendo buscar una sustituta. Fino estilista de la brevedad y de los roces con el sentimentalismo, Ercole Lissardi se coloca en el centro del matrimonio como ese monigote burlón, de resortes simples, que salta del interior de una caja que se vuelve por demás atractiva ya que ha sido diseñada como mecanismo bien cerrado.


https://inrockslibros.wordpress.com/2010/04/06/ercole-lissardi-los-secretos-de-romina-lucas-horas-puente-y-ulisa/
(6/4/10)

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