viernes, 10 de octubre de 2014

Ana Grynbaum - Uruguay natural y místico

Cuando una prosaica racionalista como yo es invadida por el misticismo de un lugar no puede dejar de explorar la circunstancia. La primera vez que visité la Posada Serrana, en las Sierras de Minas, fui tomada por una sensación de felicidad no sólo inexplicable sino también indescriptible… Por eso, acompañada de mi medio pomelo y el pomelito chico, incurrimos en una segunda visita al comienzo de esta primavera. 

Para el dueño de la posada, la cosa mística parece cifrarse en unas pocas palabras: “Estamos en la cima del mundo”, “Este es un sitio energético”. Y se autoriza a llamar “arroyo” a la cañada que atraviesa el valle, “lago” al pequeño tajamar donde bebe el ganado, “piedra de relax” a una piedra en la que es posible sentarse dentro del “arroyo”, etc.



Sin embargo, cierto es que bastó echarse sobre una reposera frente a nuestra cabaña para estar tête à tête con las águilas que sobrevuelan el monte y, teniendo el valle a los pies, recorrer visualmente los infinitos matices de verde y amarillo de la vegetación, el blanco fluorescente de los líquenes que cubren las rocas, el dibujo cambiante de las nubes… todo enmarcado en ese silencio profundo que el canto de los pájaros condimenta. Es como recibir en ofrenda un pedazo de inmensidad... 




Llevé conmigo “El Castillo interior o Las Moradas” de Teresa de Ávila –también conocida como Santa Teresa de Jesús-. No podía haber escogido lectura más propicia, de seguro que el libro me eligió a mí… Sin la intención de arrebato místico no se me habría ocurrido entregarme a la lectura de Teresa. ¡Imperdonable falta que no cometí! 


Cuando una se sienta a contemplar el paisaje, al principio sólo ve una gran masa verde-grisácea bajo el horizonte, pero de a poco comienzan a aparecer todo tipo de cosas… A la manera de Cosmos de Gombrowicz, no demoraron en fulgurar los indicios… En primer lugar, el menor de nuestra expedición, mantuvo una desenfrenada lucha contra los arbustos espinosos hasta rescatar el cráneo de una oveja, que ahora se exhibe en nuestro patio cual trofeo de guerra. 


Luego descubrimos dos cáscaras de naranja, simétricamente colgadas en el poste contiguo a nuestra cabaña… Y la gota que no terminaba de caer junto a una delgadísima telaraña prendida al musgo. Después hizo su aparición el Ángel de las Naranjas en persona, posando como demonio. No faltó el yin yang de corderito blanco y corderito negro, el lagarto que a la segunda foto corrió a internarse en el monte, aves nunca vistas –al menos por mí- y, lo que sin ninguna duda era un indicio: la boca de una madriguera de roedores. Aprendí a distinguir el balido de los corderitos del de las ovejas adultas, y presencié cómo se llamaban a la distancia hasta encontrarse… Hubo amaneceres envueltos en niebla y pre-amaneceres naranja brillante… 













Al igual que Teresa, según la recreara Fray Juan de la Miseria o Bernini, fui mutando yo también hasta alcanzar diversas formas… 



Aquí como la Pacha Mama

Aquí como híbrido entre Silvina Ocampo y el Pato Darkwing

Para finalmente volver a mi forma esencial de escritora, aunque sin la gracia con que Teresa fuera representada: 



Iba mi espíritu elevándose, grado a grado, estadio por estadio, hasta que de pronto el principio de realidad se impuso bajo la forma de un gato y, de un soplo, tiró abajo mi edificio de siete pisos. Mejor dicho de una gata, tan joven como preñada. Pronto quedaría al descubierto por qué nos seguía con irrefrenable vehemencia. No se trataba tan sólo de un envío del Maligno para recordarme que había “abandonado” a mi gata Chichi en Montevideo… 


Llegados a este punto, hay que reconocer que uno de los pilares de nuestro bienestar durante la primera estadía en la Posada Serrana fue la calidad de los desayunos: bizcochos, escones y tortas fritas recién preparados. Sin embargo, en esta segunda visita, el desayuno -acto inaugural del día- entró a fallar… La primera mañana, siendo los únicos visitantes, nos esperaba un pan de molde de supermercado y unas fetas raquíticas de algo que dudo en llamar jamón y queso… Peor aún fue lo que sucedió a la mañana siguiente, estando las cinco cabañas ocupadas, cuando el operativo desayuno se transformó en una variedad del juego de las sillas. ¡No había víveres suficientes para todos los comensales, siquiera para una ingesta frugal! 

La tercera mañana éramos los únicos huéspedes nuevamente… Considerando la posibilidad de vernos enfrentados en la feroz lucha por el mendrugo entre los propios miembros del grupo familiar, desistimos de tomar el desayuno en la posada. Ni el patrón ni la empleada acusaron recibo… 

Ya no había duda, si al dueño de la posada no le importaba hambrear a sus comensales, estando en el medio del campo y no contando con más comercios que un par de paupérrimos almacenes a varios kilómetros de distancia: ¡cómo podría la gata estar bien alimentada! Era evidente que el animal padecía de hambre crónica. ¡De qué terrible manera se introducían las miserias del mundo en nuestras idílicas vacaciones de primavera! La naturaleza humana puede poluir el mejor de los paisajes de un plumazo. 

La decepción recién comenzaba, pero no abundaré en sus detalles. No me voy a extender narrando los avatares del día en que no pudimos almorzar en el Mesón de las Cañas porque a la una menos cuarto todavía no habían abierto la cocina, ni en el Parador Salus, porque después de recorrer centenares de metros desde su entrada con el pavimento deshecho nos topamos con un cartel anunciando que estaba cerrado hasta nuevo aviso, ni que terminamos almorzando en el centro de la ciudad de Minas –en un restaurant llamado Ki-Joia- una carne carbonizada, sometidos al desprecio de un mozo que tal vez quiera a los turistas, pero si no son montevideanos. 

No voy a perderme en pormenores desagradables, porque no me gusta que me tachen de quejosa y, además, la culpa es mía si me tragué la pastilla de “Vacaciones en Uruguay”, “Uruguay Natural”, etc., que en este país ni siquiera hay una guía confiable que califique la atención brindada en los lugares turísticos. De todos modos, nada pudo aguar nuestras vacaciones, bien nos arreglamos para comer en la cabaña durante los restantes días; comimos frío y con las manos, pero exquisiteces al fin. 


La experiencia más estremecedora se dio la primera noche que el cielo estuvo completamente despejado: la Vía Láctea en todo su esplendor sobre nuestras cabezas… Y exclusivamente sobre nuestras cabezas porque, como descubrimos en ese preciso momento, en la posada no había absolutamente nadie aparte de nosotros: ni visitantes, ni huéspedes, ni un perro que nos ladrara en caso de que algún malhechor decidiese traspasar el portón de madera… 

Para mi sorpresa, al saberme sola en el medio de la nada, a quilómetros de cualquier centro poblado, no sentí miedo. Mucho mayor temor me provoca la soledad en la selva de cemento. Mi medio pomelo se inquietó un tanto. Me dijo: Si te gusta el turismo aventura, la próxima venimos calzados. Pero ¡no! A las armas las carga el diablo. 

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La peor prueba a que nos vimos enfrentados llegó desde el interior mismo de nuestra cabaña: se tapó el water. Intentamos comunicarnos telefónicamente con el dueño del establecimiento –en las entrañas de la naturaleza llevábamos el celular-, pero sólo pudimos dejar un mensaje en el contestador, que jamás fue respondido. Ante la situación de emergencia sanitaria barajamos la posibilidad de regresar a la ciudad un día antes de lo previsto –y de lo pagado- pero finalmente decidimos quedarnos y entonces, en una verdadera demostración de que los poderes inefables existen, ¡el water, tardó un día entero, pero se destapó solo! ¡Milagro! 

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No llegué a ninguna parte en mi recorrido místico, apenas logré definir que es la sensación de inmensidad lo que me fascina de aquel lugar. Comprobé -una vez más- que la naturaleza humana, al igual que el diablo, nunca dejan de meter la cola en nuestros asuntos. Pero sí algo gané, y no poca cosa: mi iniciación en la lectura de Teresa, que bien merecido tiene ser la patrona de los escritores en lengua española.- 

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Las fotos de la Sierra de Minas (Departamento de Lavalleja, Uruguay) fueron tomadas por Ercole Lissardi y Marcelo Bonaldi Grynbaum, mis compañeros de ruta. Las imágenes de Teresa están sacadas de Internet. 


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