viernes, 7 de noviembre de 2014

Ana Grynbaum – La conspiración de los imbéciles -

Si yo fuera Pierre Menard escribiría las sátiras de Swift. Podría comenzar por aquella de la cual Kennedy Toole tomó el epígrafe para La conjura de los necios, el Ensayo sobre la suerte de los clérigos. Relacionaría la famosa cita (“Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él.”) con el conocido cuento El traje
nuevo del Emperador. Con  lo cual, fatalmente mi intento terminaría siendo otra cosa, porque Pierre Menard, como se sabe, no cambiaba un punto ni una coma…

En fin, intentaré ser Ana Grynbaum –para lo cual, por lo menos y desde ya, cuento con el nombre-.

El Ensayo sobre la suerte de los clérigos se encuentra en el volumen titulado Escritos sobre la religión y la Iglesia. Swift lo publicó por primera vez en el periódico The Intelligencer (Dublin, 1728) bajo el título: Una descripción de lo que el mundo llama discreción. Por entonces tenía 61 años, y llevaba un largo periplo de intensa acción y reacción respecto de las instituciones de su época, periplo en absoluto caracterizado por la discreción –antes bien, todo lo contrario-.

El ensayo comienza con un supuesto elogio de la discreción en tanto virtud… pero como cualidad de la gente mediocre, la que sigue al rebaño: personas que viven evitando, sistemáticamente, convertirse en blanco de la envidia y los celos de sus congéneres. Se trata de una discreción que consiste en procurar no manifestarse, no jugársela, pasar por la vida sin “levantar olas”, y, llegado el caso, “hacerse la mosquita muerta”. Es decir, vivir la vida en su mínima expresión, tratando de no correr riesgos, camuflado, escondido, “con el culito apretado”, huyendo de cualquier deseo que pueda llevar a una exposición. En el extremo: vivir como si se estuviese muerto.

Como mecanismo satírico Swift emprende el supuesto elogio de la discreción, para afirmar que no hay talento tan útil para ascender en el mundo, ni que ponga a los hombres fuera del alcance del azar, como esa cualidad que generalmente poseen las personas más necias, y que en el habla común se llama discreción; una especie de prudencia inferior, con ayuda de la cual, las personas de menor nivel intelectual, sin cualquier otra calificación, van por el mundo con gran tranquilidad, y con buen trato universal, sin ofender ni ser ofendidos. 

En cambio, hombres de eminentes habilidades, así como virtudes, a veces ascienden en la Corte, a veces en el Parlamento, y a veces incluso en la Iglesia, sólo para finalmente caer en desgracia, ser proscriptos o condenados a muerte, meramente por envidia de sus virtudes  y genio superior. 

Y aquí viene el párrafo de donde Kennedy Toole tomó su epígrafe: Esta mala suerte, que generalmente afecta a los hombres extraordinarios en el manejo de grandes asuntos ha sido imputada a diversas causas que no necesitan ser aquí establecidas, cuando obviamente una de ellas ocurre, si lo que cierto escritor observa es correcto: a saber, que cuando un gran genio aparece en el mundo, todos los imbéciles conspiran contra él. Y si ésta es su suerte cuando emplea sus talentos a solas, sin interferir con la ambición ni con la avaricia de ningún hombre, ¿que podría esperar, cuando se aventure a buscar privilegios en una corte, sino la oposición universal cuando esté subiendo la escalera, y que cada mano esté pronta para tirarlo al llegar a la cima? Y en este punto, la suerte generalmente actúa directamente en contra de la naturaleza; puesto que en la naturaleza encontramos que los cuerpos llenos de vida y espiritualidad ascienden fácilmente, y es difícil que caigan, mientras que a los cuerpos pesados les cuesta subir, y se vienen abajo con gran velocidad, proporcional a su peso; pero encontramos a la suerte cotidianamente actuando justo al revés de esto. 

Swift, que fue clérigo, ironiza que el talento de la discreción no es tan útil para nadie como lo es para el clero. Pero no se refiere a cualquier tipo de discreción: Esta especie de discreción, que tanto celebro, y que de todo corazón recomiendo, tiene una ventaja aún no mencionada: ella pondrá, a quien la abrace, a salvo de toda malicia y variedad de partidos. La discreción como mecanismo de defensa, algunos dirán.

Para ejemplificar, Swift compara la suerte de dos clérigos llamados Corusodes y Eugenio. De Corusodes dice que nunca entendió una broma, ni tuvo la menor concepción de ingenio. Trataba a sus inferiores del clero con gran rigurosidad, pero era extremadamente tolerante con las faltas de sus superiores y de las personas muy ricas. Nunca era sensible a la menor corrupción en las cortes, los parlamentos o los ministerios. (…) Tenía muchas máximas generalizadoras prontas para excusar todos los descarríos de estado: los hombres no son más que hombres, (etc.). Además, sus sermones eran breves e inofensivos, y su contenido se amoldaba a la perfección a las coyunturas del momento y a las opiniones prevalecientes. Swift abandona el retrato de este clérigo encontrándose éste en plena carrera hacia el éxito, escalando velozmente hacia la cima de la Escalera Eclesiástica, que tiene grandes probabilidades de alcanzar; sin el mérito de una sola virtud, moderadamente provisto con las partes menos valorables de la erudición, absolutamente desprovisto de cualquier forma del gusto, el juicio o el genio. 

Por su parte, Eugenio, que salió de la misma Universidad (Oxford) por la misma época que Corusodes, tuvo la reputación de ser un chico anticuado y estaba, lamentablemente, poseído por un talento poético (…) Hubiera tenido una excelente facultad para la oratoria, si no hubiera sido -en ocasiones- un poco demasiado refinado y tendiente a confiar demasiado en su propio modo de pensar y razonar. Cuando aplicaba a un puesto vacante recibía como respuesta habitual que había llegado demasiado tarde, porque se lo habían dado a otro justo el día anterior. 

Eugenio terminó en una vicaría a cambio de una modesta suma de dinero anual, en las zonas más desiertas de Lincolnshire, donde su espíritu casi se va a pique con las reflexiones que le deparan la soledad y las decepciones; se casó con la viuda de un campesino y aún está vivo, absolutamente indistinguido y olvidado; sólo algunos de sus vecinos han escuchado, por casualidad, que fue un hombre notable en su juventud. 

También Swift terminó su vida decepcionado respecto de sus muy altas ambiciones, ocupándose de los pequeños problemas de su vicaría -como quien dice: del barrio-. Peor aún: tres años antes de su muerte fue declarado mentalmente incapaz. No faltaron quienes pretendieron reducir toda su obra a los garabatos de un loco o de un enfermo, aunque muy pocos escritores hayan tenido la lucidez y la concisión de Swift. Pero ya no importa: la posteridad tiene la última palabra.

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¿Qué es lo que me fascina de la escritura de Swift…? En este falso elogio de la discreción, que es el Ensayo sobre la suerte de los clérigos -como en otros de sus textos-, con firmes trazos se dibuja un reverso que es el verdadero protagonista, un reverso que no es, por cierto, la apología de la indiscreción, sino otra cosa. La actitud indiscreta del satirizador pone al descubierto, en primer plano y con lujo de detalles, precisamente aquello que cierto orden de cosas pretendía hacer desaparecer mediante el disimulo: la obscena desnudez del Rey, que despojado de la dignidad que le prestan sus trajes, no es más que un simple ser humano.

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Excepto la cita del epígrafe de La conjura de los necios, que está sacado de la edición española del libro (Anagrama), la traducción del inglés de los fragmentos de Swift es mía. El texto original se encuentra disponible en: http://www.online-literature.com/swift/religion-church-vol-one/13/


Jonathan Swift sin peluca, retrato de Rupert Barber,
1744-5, National Portrait Gallery, Londres. 

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