viernes, 3 de abril de 2015

Ana Grynbaum - Arrancarse las agujas de la carne (1), Frida Kahlo -

No sólo en México, pero especialmente ahí, me llamó la atención el nivel de iconicidad alcanzado por Frida Kahlo. Su efigie circula a través de múltiples objetos de consumo masivo, codeándose con el Che Guevara, Marilyn Monroe y la Virgen María. No pude evitar preguntarme qué encarnaría para el gran público esa pintora con la que yo no había tenido –hasta entonces- una relación particular.

Más interpelada aun me sentí cuando, ante el cuadro “Las dos Fridas” no pude contener el llanto... Fue la primera –y hasta el momento única- vez en mi vida que una pintura me hizo llorar. No podía detener las lágrimas ni tampoco alejarme, pese a la cantidad de espectadores que comenzaban a agolparse allí, en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México, en plena tarde dominical.


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Pienso que los cuadros de Kahlo que más me impactan fueron para ella formas de arrancarse ciertas agujas que tenía incrustadas en la carne… Escojo algunos que pueden resultar difícilmente soportables para la sensibilidad común –de hecho, su anecdotario cuenta varios rechazos de obra encargada que la pintora sufrió en vida-. En los cuadros seleccionados la sangre irrumpe a través de las heridas, el cuerpo roto se manifiesta desde sus grietas. Algo desborda hacia el espectador; en ocasiones este desborde es representado por la propia pintura que, como manchas de sangre, enchastra el marco.

Me abstendré de recurrir a los detalles de la vida de Frida Kahlo, por todos más o menos conocida. Lo que me interesa es inferir cierto mecanismo que habría permitido a Frida realizar algunos de sus cuadros más impresionantes. Para eso hace falta subrayar algún aspecto de su estética.

Como La Casa Azul (Museo Frida Kahlo) se ocupa de mostrar, el arte de Frida resulta incomprensible si no se conoce el género de pintura popular llamado exvoto, que en México adquirió una forma peculiar. El exvoto es una narración en imágenes, por lo general acompañada de alguna leyenda, que cuenta una situación existencial en la que la vida o la integridad se ve gravemente amenazada y por ello se pide una intervención divina. El exvoto abarca el pedido y el agradecimiento. En algunos cuadros el milagro ya fue realizado, en otros todavía no y lo que se espera es conmover a cierto poder superior a los efectos de obtener la salvación o la sanación.

Para que la divinidad invocada pueda actuar debe tener cabal conocimiento de la situación. Por eso las imágenes de los exvotos describen las situaciones amenazantes con lujo de detalles. Buena parte de ellos representan escenas donde lo que está en peligro es la salud, a causa de enfermedades o accidentes, y también escenifican las intervenciones médicas, como para que las deidades puedan apoyar la gestión.

La narratividad es una característica central en las pinturas de Kahlo, hasta sus numerosas naturalezas muertas están cargadas de alusiones –lo cual ha sido señalado como la gran diferencia entre Kahlo y los surrealistas-. Tanto es así que las imágenes se vinculan en el plano en forma muy similar a la de las palabras en la página. Y puesto que los cuadros de Kahlo cuentan historias, es necesario no sólo mirarlos sino también leerlos. E incluso es posible unir algunos de sus cuadros como las páginas de un libro…

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He aquí los cuadros escogidos, ordenados cronológicamente –recuérdese que Kahlo pintó entre 1924 y 1954, año de su muerte-. Aclaración: cuando me refiero a Frida al describir los cuadros estoy hablando del personaje representado y no de su autora –en la medida en que esta distinción sea posible-.



Unos cuantos piquetitos,1935

En “Unos cuantos piquetitos” (1935) la mujer asesinada se muestra tan desnuda como decorada con heridas sangrantes –desnudada a la fuerza: el zapato que le queda puesto da fe de ello-. El autor de las heridas mortales, con expresión satisfecha, embadurnado con la sangre de su víctima, permanece de pie, con el arma ejecutante en la mano. Está tan entero que ni el sombrero se le ha salido. Ella también está entera, a pesar de todo. Difícil no captar el carácter sexual de la escena.



Recuerdo de la herida abierta, 1938 

De “Recuerdo de la herida abierta” (1938) tan sólo queda una foto –el original se quemó en un incendio-, que muestra la carne rota, la sangre desbordante, el pie mutilado. Pero en este cuadro la mujer no sólo está viva sino también coquetamente ataviada. La rotura corporal es visible exclusivamente gracias al levantamiento de las vestiduras. Por la herida brota una planta; el cuerpo vivo produce.



Las dos Fridas, 1939 

En “Las dos Fridas” (1939) la sangre que sale de las heridas se confunde con los bordados del vestido blanco. La mano de una de las Fridas sostiene la tijera que corta el cordón de donde brota la sangre. Uno de los corazones exteriorizados está entero, el otro seccionado de forma tal que el corte lo muestra por dentro. Ambas Fridas están, sin embargo, enteras y se erigen majestuosas.



La mesa herida, 1940 

En “La mesa herida” (1940) –cuadro misteriosamente desaparecido en la Unión Soviética- los cuerpos heridos se multiplican. La sangre no brota sólo del cuerpo de Frida sino también de la mesa, de la enorme y grotesca figura que la abraza, y también de los pies del esqueleto o de las tablas del piso… Las heridas afectan a cuerpos animados e inanimados por igual, no hay límite. Pero se trata tan sólo de una representación: los cortinados teatrales dan cuenta de ello.



La columna rota, 1944 

En “La columna rota” (1944), la columna vertebral de Frida es al mismo tiempo una columna jónica -podría pertenecer a un templo-. La columna presenta múltiples quiebres, el cuerpo está abierto al medio -como si fuera una res-, pero, de todos modos, milagrosamente, se mantiene en pie. Los clavos, diseminados, permanecen hundidos en la carne; sin embargo la figura humana se mantiene –a ultranza- entera y exhibe una belleza innegablemente sensual. El pelo de Frida está despeinado, ella está desnuda excepto por una tela que oficia de taparrabos; el paisaje acompaña con sus grietas. Sin embargo los pechos permanecen enteros y erectos, en una suerte de contrapunto con todo el resto, como señalando que aun quebrada, que aun sometida a los aparatos que comprimen y penetran su cuerpo, es posible la belleza estética y el goce sexual. Es el milagro de la creación: Frida pariéndose a sí misma –como en el cuadro “Mi nacimiento” (1952)-.


El venado herido, 1946 

En “El venado herido” (1946) las flechas continúan incrustadas en la carne. Al igual que en el cuadro anterior, donde los clavos tampoco fueron desprendidos de las heridas. Pero, a pesar de los flechazos, Frida salta y corre en el bosque.



El círculo, 1951 

En “El círculo” (1951) la voluptuosidad aún enciende al cuerpo, pero éste es ahora tan sólo un pedazo. Un fragmento de cuerpo siendo devorado por el revoltijo de la materia. Todavía queda goce, pero ya casi no queda cuerpo. El cuerpo, territorio del goce, sostén de la artista, se está desmoronando. En 1954 sobrevendrá la muerte para Kahlo, pero ya antes será cada vez más difícil sostener el pincel, sus líneas se volverán cada vez más imprecisas. La enfermedad se ha impuesto. Ya no le será posible tomarse a sí misma como modelo, la belleza la ha abandonado.

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Pues sí, ganó la enfermedad y llegó la muerte, pero antes de eso hubo treinta años de producción de cuadros, todos ellos realizados a posteriori del accidente que a los dieciocho años vaticinó a Kahlo un futuro casi inexistente... Al principio ni siquiera se creía que pudiera sobrevivir, luego parecía imposible que volviera a caminar…

Expresar sus heridas en el plano del cuadro fue la forma que encontró Frida Kahlo de poder soportarlas y también de convertirse en la artista que llegó a ser y cuya figura continuó creciendo incluso después de su muerte. Era como si al pintar se arrancara las agujas que la lastimaban, al menos lo suficiente como para poder vivir y realizar su obra.

En el penúltimo y antepenúltimo cuadro de la selección aquí presentada, los objetos punzantes siguen metidos en el cuerpo, como si ya no fuera posible separar la carne de los elementos que la agreden y la amenazan. En el último cuadro no hay figuras enteras: se desintegraron. Es la hora de la muerte.

Pero si los cuadros de Kahlo son lo que son y conmueven al punto que conmueven no es sólo porque le sirvieron para salvarse, para poder existir, pues –como sabemos- vivir en sí no es necesario. Los cuadros de Kahlo son expresión de un erotismo especialmente perturbador, porque emerge–como la sangre- desde las heridas, físicas y espirituales. Mostrar las heridas en su máximo arrebato es condición de posibilidad de la erótica de Kahlo y, al mismo tiempo, de su existencia.

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Sitios recomendados

Sobre Frida Kahlo:
http://www.fridakahlofans.com/mainmenu.html

Sobre exvotos:
http://www.nlm.nih.gov/exhibition/exvotos/anatomyespanol.html

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