El reciente “Libro de sombras”, de Rafael Juárez Sarasqueta, es un objeto estético compuesto por textos e imágenes, que viene firmado y numerado. El autor se ha ocupado también del diseño, haciendo del libro un universo autosuficiente que excluye cualquier intento de división entre continente y contenido. Tanto el exterior como el interior de sus tapas y solapas contienen elementos
para mirar y leer. De los tres relatos que lo estructuran el del medio consiste exclusivamente en imágenes. El objeto libro irradia un aura de trabajo artesanal cuidadoso en los mínimos detalles.
Los relatos también se sitúan en una proximidad íntima, por momentos incestuosa, con la materia. La idea subyacente es que al interactuar con los humanos las cosas cobran vida propia y refractan sentidos poéticos. El peso de la materia también se aplica a la percepción del cuerpo humano como un objeto esencialmente extraño, que mantiene peculiares relaciones con los otros objetos en el espacio. La figura humana que concibe el libro está influida por el mundo de la materia hasta la indecible, las palabras dibujan sus límites a los arañazos.
La gran protagonista del libro es la materia en su capacidad sugestiva, en el extremo inquietante, e incluso siniestra. En ningún caso indiferente, distante o ajena. Su incapacidad para hablar por sí misma genera en torno a ella una atmósfera cargada de ambigüedad y polisemia, a lo largo de cuyos matices Juárez extiende la pluma. Pluma de escritor y de artista, o de escritor-artista, mejor dicho. Pero artista y artesano, próximo y atento al palpitar de la cosa.
“La naturaleza es una casa encantada”
En el relato “La naturaleza es una casa encantada” la Joven Emilia dice que desde que era niña la casa del balneario pretende atraparla.
“Cuando el silencio pesa demasiado y las encorva, la Joven Emilia murmura que la casa gime y las cosas se mueven sin que nadie las toque. Que las puertas se cierran solas y las bombillas eléctricas estallan al encenderse. Que la casa está habitada y a la vez está vacía.”
Las palabras siguen juegos de luces y de sombras. La escritura se convierte en una experiencia mágica, que ilumina el escenario sobre el que se enfoca. Y revela en sus contornos una realidad que se teje cuando el ser humano se aventura más allá de sus propios límites.
La escena sexual entre la Joven Emilia y Equis es la descripción una criatura formada por los cuerpos de las dos mujeres, engendrada por el deseo que los entrelaza.
“La Joven Emilia ve cómo una sombra furiosa escala las paredes y se concentra en el techo de la sala. Luego la ve cuando se retuerce como un millar de serpientes incendiadas. Cierra los ojos con fuerza, empujando el cuerpo de Equis hacia su propio centro, voraz como flor carnívora, cruzándole las piernas por detrás, el cuero de las botas frotando la piel hirviendo. Cada segundo que se consume, cada gota de sudor y de saliva evaporándose sobre las carnes, cada temblor y cada mordida, las acerca a un lugar fuera del mapa conocido.”
“Las yeguas”
En el relato “Las yeguas” un pintor -o pintora-, de brocha gruesa, es contratado/a para materializar el proyecto de intervención de la estatuaria urbana diseñado por una afamada artista internacional. En un solo día el obrero al servicio del arte –porque en el mundo del arte también hay una clase baja, que pone el cuerpo- debe cubrir con un pigmento el cuerpo de las yeguas de siete estatuas ecuestres. Su dimensión de asalariado es subrayada. La artista aparecerá por el terreno a tomarse alguna fotografía en pose de estar pintando con sus propias manos, cosa que no hace en la realidad.
La relación que el pintor proletario va estableciendo con las yeguas lo llevará a una suerte de identificación con éstas. Así como ellas están subordinadas al jinete, héroe de algún evento que la Historia sanciona como memorable, el laburante lo está respecto de la artista que se lleva los laureles. También aquí la materia inanimada cobra espíritu en su contacto con el humano, suerte de definición de lo que son los objetos de la cultura.
En tal sentido el pintor asegura:
“Yo he visto el nombre del jinete cincelado en cada pedestal de granito. Nada recuerda el nombre de las yeguas. Dice mi asociado que el pigmento irá desapareciendo con el tiempo. Los jinetes en cambio, permanecerán.”
El arnés de seguridad del obrero se confundirá con el arnés de las yeguas. Las yeguas estatuarias cobrarán vida para quien ha establecido con ellas una profunda relación cuerpo a cuerpo. El hacedor mantendrá un diálogo imaginario con la artista en el que aceptará entregar su cuerpo desnudo para ser pintado, al igual que el de las yeguas.
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La prosa poética de Juárez persigue vivencias sutiles, en las que imaginación y recuerdo copulan confundiéndose, como sucede con la propia experiencia subjetiva. Bordea el misterio sin reducirlo, escribiéndolo.
El “Libro de sombras” abraza al lector. Y nos recuerda, involuntariamente, que por fuera de los gastados patrones del establishment literario local, con su defensa de un realismo pedestre, Uruguay sigue produciendo escritores. Rafael Juárez Sarasqueta es uno de ellos.