hasta la náusea la manía de las listas: cada usuario tiene la suya y exige que se la tenga en cuenta),
en total doce títulos, que tienen en común, aparte del tema sexual, el haberse publicado en la
segunda mitad del siglo XX y ser el producto de autores de habla inglesa, con una sola excepción. No discuto el derecho de Esquire de publicar lo que le parezca con el título que se le antoje. Por lo demás, nadie puede pedirle a Esquire autoridad en materia literaria, menos en estos tiempos de involución o desaparición del quehacer crítico en materia literaria (ver en este blog la entrada de Ana Grynbaum: ¡¿La crítica literaria ha muerto...?!). La pieza en cuestión, con su lista, no hace sino ilustrar la mentalidad estadounidense según la cual todo lo que se debe tener en cuenta sucede en su aquí y su ahora.
Ahora bien, de acuerdo con este informe, la número uno –la primera en la lista- de las novelas eróticas más sexis de todos los tiempos” sería “El teatro de Sabbath”, de Philip Roth (1995). No soy lector de Philip Roth. Hace mil años leí “El lamento de Portnoy” y “La caída de los ídolos” (original: The great american novel), y me parecieron muy buenas, especialmente la segunda, con su cruce de literatura y béisbol. Pero, por la razón que sea (la misma por la que no leí tantas novelas que quizá debí haber leído), de ahí en más no volví a leer a Roth. Por consiguiente encontré en el dictatum de Esquire una invitación a ponerme al día con el autor. (Se me ocurre ahora –creo en las conspiraciones del inconsciente- que por aquel entonces se me cruzó el descubrimiento del otro Roth, Joseph, y que, sin tomar consciencia, por supuesto, opté entre ambos, o sea: guardé el significante Roth, para quien en mi opinión, más lo merecía).
“El teatro de Sabbath” (464 páginas en la edición Vintage) es, en mi opinión, un fracaso literario, evidente por detrás de los oropeles y talenteos con que Roth se esfuerza por disimularlo. Uno sabe cuándo lo que está escribiendo no funciona y cuándo uno se está empeñando en maquillar un cadáver. La novela narra el último tramo de la vida de Mickey Sabbath, y digo el último porque en la última página el protagonista nos tiene prometido suicidarse, por más que le venga costando hacerlo. El relato avanza sirviéndose de una vasta constelación de viñetas provenientes mayormente de su pasado: rara vez la narración se sincroniza con el presente de su protagonista. La muerte trágica de su hermano mayor, sus años de marionetista y de director de teatro, sus décadas de pasota mantenido por su mujer, son tópicos sobre los cuales su memoria regresa una y otra vez.
Ahora bien: demasiado a menudo, por no decir que siempre, esas viñetas dan más cuenta de aquellos con quienes Mickey se ha relacionado que de Mickey mismo. Nunca, o casi, Roth nos comunica vivencialmente la relación de su personaje con los otros. Las viñetas dan cuenta, no sin agudeza, de los otros, no de Mickey, que es en el relato una especie de centro vacío. No sabemos en lo íntimo quién es Mickey, lo que sabemos es con quiénes se ha relacionado.
El relato oscila, errática y casi imperceptiblemente, entre la primera y la tercera persona, sin más consecuencias que coquetear con lo confesional, y constela la experiencia vital de su personaje –cincuenta años de vida desfilan en la calesita de las viñetas- ciñéndose a los hechos de su vida sexual. Sólo la dimensión sexual de su experiencia parece contar para él: Nikki, su primera esposa, que desaparece sin decir palabra; su segundo matrimonio, que es un fracaso estrepitoso; su adoración por su amante ninfómana, Drenka, cuya voracidad sexual no perdona a nadie en el vecindario, para beneplácito de Mickey; su expulsión del único curro que consigue en décadas –da clases en un liceo- por mantener conversaciones telefónicas sexuales con una alumna; su visita a un viejo amigo en la que se roba los calzones de la hija adolescente e intenta seducir a su mujer, y así siguiendo. Y siempre sin dar cuenta de la intimidad de su personaje, como si su personaje fuera incapaz de acumular un saber de sí, o de compartirlo.
Si para muestra basta un botón, tomemos el de la blusa de la adolescente que durante el espectáculo callejero de marionetas que ofrece Mickey joven se fascina a tal punto que permite que una de las marionetas le abra la blusa y exhiba un pecho. Cerca hay un policía que suspende el espectáculo y se lleva al marionetista a la comisaría y luego al juzgado de faltas. Todo el asunto lleva mucha tinta –quince páginas- , pero el momento del deseo y de la seducción es omitido en tanto relato y sólo nos es referido como un sucedido. Salimos de la escena sabiendo más del abogado defensor, de la testigo, del policía y del juez que de Mickey que en toda la escena no es más que una vaga silueta.
El punto al que voy es este: “El teatro de Sabbath” –teatro de la memoria de Sabbath, sobre todo- da cuenta –un conteo superficial, por cierto- de la vida sexual de un fulano al que todo le va de mal en peor, y que luego de pagarse una tumba con dinero robado, está pronto para abandonar definitivamente la escena. Con su personaje central vacío, con sus viñetas que dan cuenta sólo de los otros, y con todo el distanciamiento que este dispositivo narrativo implica, en esta novela no hay ni una pizca de erotismo.
“El teatro de Sabbath” no es una novela erótica porque no da cuenta del Deseo de su personaje en ninguna de sus formas y en ninguna de sus fases. Para que una novela sea “erótica” no basta con que trate acerca de la vida sexual de sus personajes: es necesario que su objetivo sea dar cuenta del Deseo, el fantasma más elusivo que haya inventado la cultura de Occidente. ¿Cómo? Dando cuenta del deseo que aqueja a su personaje en toda su insondable especificidad y complejidad. Lo sexual en esta novela está tratado tan fríamente como en un formulario médico o policial. (Rescato apenas la última escena con Drenka, en la víspera de su muerte devorada por un cáncer. Ella llora al recordar los maravillosos excesos a que los orilló el delirio deseante).
El libro en cuestión no convence, ni como literatura erótica –porque no lo es- ni como historia del calvario sexual de un fulano, porque nunca nos acerca al personaje lo suficiente como para que podamos compadecerlo. Se lo puede comparar con Nabokov por el cinismo y por los ripios de estilo, pero no con su referente profundo, que es Bashevis Singer.