miércoles, 27 de noviembre de 2019

Ana Grynbaum - Culpables de ignorancia -

El jurado del Festival de Cannes no dudó en reconocer la calidad de Parásito, de Bon Joon-ho (Corea del Sur, 2019) otorgándole la palma de oro por decisión –por primera vez en muchos años- unánime. Luego de dar una idea general del argumento, sin detenerme en los elementos formales,
comentaré algunos de los aspectos del film que me sorprendieron.


Cuatro integrantes de una familia paupérrima son puestos en espejo con cuatro integrantes de una familia rica y ostentosa. El juego de simetrías y asimetrías, presente en todos los aspectos de la factura visual de la película, está puesto al servicio de resaltar las profundas asimetrías existentes entre los distintos sectores sociales del “exitoso” modelo capitalista surcoreano.

Los miembros de la familia pobre, mentiras y argucias mediante, se van introduciendo en la vida cotidiana de la familia rica para desempeñar distintas funciones serviles. El clásico tema de la dependencia del supuesto amo respecto del supuesto esclavo es actualizado y el desastre se preconiza a poco de avanzar la intriga.

En términos genéricos, la película consiste en una imbricación de thriller con cine político, realizada tan magistralmente que una y otra dimensión resultan inseparables. Lo genial es que a partir de elementos vulgares, incluso trillados, el film consigue una combinación original y brillante, que no solo hace trabajar la cabeza del espectador respecto de la bomba de tiempo que constituye la abismal desigualdad capitalista en cualquier parte del mundo, sino que lo mantiene al borde de la butaca durante dos horas y cuarto.

***

En nuestra difusa sociedad del espectáculo siempre viene bien recordar la existencia de las clases sociales y su lucha por la supervivencia, que es a muerte. A los miembros de la familia de clase baja les sobra astucia para llevar a cabo su plan, pero hay algo de lo que no pueden desprenderse, y que habrá de resultar detonador del drama: el mal olor. Por más esmero que pongan en su presentación personal, a los efectos de cumplir su rol de servicio, las pésimas condiciones higiénicas presentes en el semi-sótano del suburbio en el que hacinados viven, que cuando arrecia la lluvia se inunda y en donde las cloacas desbordan, convertirá el olor a caño que los impregna en una frontera insalvable, la que en su momento incendiará la llama del furor.

En cuanto a los miembros de la familia rica no son tontos, aunque así lo sugiera su opción por la frivolidad, de fuerte inspiración occidental y particularmente estadounidense -llevado al paroxismo de lo kitsch al disfrazarse de indios de western-. Cierto es que ellos actúan con una ingenuidad que los convertirá en víctimas indefensas, pero esa ingenuidad encierra una profunda violencia: la del desconocimiento del otro. Para el caso, la indiferencia respecto de las insalubres y humillantes condiciones de vida de sus servidores.

El más sensible de la familia de los ricos, niño que oscila entre ser catalogado como genio o como psicótico, tiene visiones que terminan por revelarse absolutamente realistas. Es que bajo la pulida superficie del hogar burgués -para el caso, una casa que es una verdadera obra de arte- efectivamente habitan monstruos -no spoilearé el punto-.

Los fantasmas de la desconsideración están hechos de carne y de sangre. Nada los detiene a la hora de la venganza. A quien ocupa el lugar de la mierda, el desperdicio, la mano de obra sobrante ¿qué escrúpulo puede maniatarlo? La lógica de la acción fílmica se fusiona con la lógica de la lucha de clases en una sociedad híper-capitalista, es decir, híper-injusta. Los ricos no pueden ver la conspiración de los pobres que tiene lugar en el seno de su hogar, porque la propia forma frívola en que ellos funcionan implica la ignorancia del submundo de seres que solo en teoría son tan humanos como ellos.

La ignorancia ideológica de los burgueses terminará volviéndose fatalmente contra ellos, así en Corea como en Chile, por poner dos ejemplos de sociedades actuales sobresalientes en cuanto a su desarrollo económico en las cifras mundiales. De hecho, una de las sorpresas que este film me provocó fue enterarme de hasta qué punto la globalización occidentalizó a la sociedad coreana. Cuando aparece alguna referencia a temas tradicionales es para marcar su rareza, por ejemplo cuando la patrona exige a la criada la preparación de un platillo tradicional que esta última no conoce ni de nombre.


Cabe señalar que el parasitismo a que refiere el título aplica tanto a los sirvientes, que mediante confabulación se introducen en el mundo de los amos a fin de usurpar su riqueza, como a la categoría marxista de una clase social parásita, en tanto no produce sino que derrocha y explota a la clase productora. Es de sospechar que esta última acepción sea la preferida del director y guionista Bon Joon-ho.

Las contradicciones aberrantes del capitalismo en Corea del Sur se exponen en las escenas absurdas donde los jóvenes buscan con sus celulares robar wi-fi, no para su entretenimiento, sino para comunicarse con la empresa que les da trabajo a destajo y en pésimas condiciones -tómese en cuenta que Corea del Sur es uno de los principales exportadores mundiales de telefonía celular-. Eso sí, no se trata de optar por el socialismo al estilo Corea del Norte, el punto queda aclarado en una hilarante escena en que uno de los personajes imita a Kim Jong-un mofándose de él.

El espectador cinéfilo encontrará referencias a varios de los mayores realizadores de la producción cinematográfica occidental, como el humor negro-escatológico de Buñuel aplicado a las maneras de la educación burguesa, o el enigmático lugar que ocupa en la trama un pedazo de piedra reminiscente del monolito de 2001, por ejemplo.

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