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sábado, 28 de diciembre de 2019

Ana Grynbaum - La erotopía del baile en el film “India Song” de Duras

Anne-Marie Stretter vive en un presente perfecto del que solo la muerte la puede sacar. Ella es la esposa del embajador francés en la India durante la década de 1930. Alta, delgada, pelirroja, se mueve permanentemente entre flores e inciensos, en una escenografía “de película”. Sus hobbies, a
los que dedica buena parte de su totalmente ocioso tiempo, son bailar y atraer a los hombres. Hobbies que combina, bailando con uno, y otro, y otro más de sus admiradores, pretendientes y amantes. El embajador, un hombre mayor, no solo lo consiente sino que también colabora. No hay conflicto. La sala de baile de la embajada es como el interior de una cajita musical. Solo fuera de la residencia suena la voz de los pobres y de los locos, de la miseria circundante a la clase de los blancos en las colonias. Sin embargo, Anne-Marie ya no puede tocar el piano por la angustia, apenas puede respirar en el calor de la India, que soporta cada vez menos. “India Song” (film de Duras, 1975) es una elegía dedicada a Anne-Marie Stretter, que reconstruye el personaje para poder despedirlo. Y con Anne-Marie Stretter viaja un paquete de la infancia de Duras, ya mítica, hecha literatura.


El aspecto que me interesa tratar aquí de la película “India Song” es su carácter erotópico*. A golpe de vista ese ambiente de la residencia es artificial como un palacio de cuento de hadas. Duras lo subraya en las indicaciones para la puesta en escena: “Los nombres de ciudades, ríos, provincias, mares de la India tienen aquí sobre todo un sentido musical. / Todas las referencias a la geografía física humana política de “India Song” son falsas (…)”. Pero su falsedad antes que oposición a una verdad objetiva es asociación subjetivo-creativa. India Song es el territorio de un deseo particular. Una creación erotópica.

Anne-Marie es la única mujer que aparece en escena. Pululando en torno a ella cuatro hombres a modo de elenco estable de su corte, su amante oficial y tres más, ocasionales. Un quinto hombre, el vicecónsul de Francia en Lahore, peleará por integrar también el grupo vip, pero su mala reputación lo mantendrá al margen, aunque con irrupciones en la escena que jugarán de contrapunto con la inmovilidad enfermiza y enfermante del lugar. Aparte de ellos, los criados, también varones, caracterizados como nativos, no cuentan como hombres.


El carácter fantasioso de este universo cerrado de Anne-Marie Stretter y los hombres, mariposas atraídas por la luz, es evidente. Deseo realizado. También deseo clausurado. Anne-Marie no puede seguir sosteniendo la escena erotópica en la que vive, no a causa de ningún motivo externo, no puede porque no puede. O no quiere. Pero antes de la caída, de la escena junto con la propia Anne-Marie, la cámara se deleitará largamente con las escenas de baile durante una recepción en la embajada. Allí estará la embajadora en su estado más cercano a la felicidad posible, la felicidad que ella puede imaginar.

Al igual que en los cuadros de las fiestas galantes se sugiere que al margen de la escena el recato ya no es necesario y todo tipo de excesos sexuales pueden cometerse sin el menor escrúpulo. La moral no aplica a los territorios del deseo. La India de Duras es una sociedad sin ley. Pero la autora no pertenece al mismo universo que sus personajes, entrevistada declaró: “La muerte no se muestra. Yo no hago ese tipo de cine. Ni cine de amor, ni de deseo.” Sin embargo, la película rezuma sensualidad y deseo, de una punta a la otra. Y los aullidos desgarradores del vicecónsul cuando es apartado de Anne-Marie hieren el silencio de la noche.

Por otra parte, Anne-Marie viaja a las islas para estar con sus amantes, de la misma manera que los peregrinos de Watteau se embarcan a Citerea. Las similitudes entre “India Song” y la erotopía galante son numerosas. Sin embargo, como mecanismo erotópico lo que predomina en la película es el baile.

El baile 


El baile se justifica en sí mismo, en su belleza y el placer que provoca, a los danzantes y a los mirones. Es posible pensar, no sin razones, que en “India Song” el baile ocupa el lugar del acto sexual pudorosamente irrepresentado. Sin embargo, hay una erótica que se juega en ese mismo danzar, más allá de todas las connotaciones razonables. El baile es una máquina autónoma.

Se supone que el baile da placer a Anne-Marie, pero de la interioridad del personaje con certeza nada sabemos. Lo que en ella encarna es una mirada, ajena, lejana, infantil, situada en una clase social inferior, que idealiza la frivolidad de la clase alta, que en su ingenuidad confunde frivolidad con felicidad.

Esta imagen del baile, en su reiteración y variaciones, que dura y llena el ojo, aparece en lugar central en muchas películas. En “El gatopardo” de Visconti, el baile ocupa una larga y bellísima escena, donde a través de pequeños gestos se codifica todo un universo, los deseos que le dan vida y los cataclismos que lo amenazan. En cualquier versión de la Cenicienta la instancia del baile es medular, es allí donde la caída en desgracia vuelve a ser ella misma, de acuerdo con su verdadera naturaleza, no de sierva sino de princesa.

Cada quien tiene sus propias imágenes del acto erotópico del baile, ya sea provistas por el recuerdo o por el deseo, en las que los productos culturales se fusionan con la experiencia personal.



La hombreriega 


Anne Marie es La Mujer, pero ¿se puede afirmar que “India Song” constituye una versión de la Erotopía del Harén en la que se encarna a una hombreriega…? ¿Viene ella a ocupar el mismo lugar del hombre que colecciona mujeres? ¿Colecciona ella a los hombres con que baila, que la acompañan a las islas, que le declaran su amor…?

No parece que Anne-Marie se concentre en la administración de una colección. Los hombres parecen simulacros antes que seres humanos. Más bien que las cosas suceden como desprendiéndose de la posición que ella ocupa, en el baile, en la sociedad: Anne-Marie Stretter es la embajadora, la principal, el centro de las miradas, y de las habladurías.

Algo propio de ella, que constituye su enigmático encanto, su sex-appeal, imposible de explicar, la ha llevado a ocupar ese lugar, que cuando conoció al embajador lo dejó prendado. Ello no quita que la erótica que se desprende de ella esté íntimamente asociada al poder y al estatus. Pero también al malestar existencial, irreductible, de una clase ociosa, beneficiaria y víctima de “el colonialismo bajo su forma más caricaturesca, más abyecta”.

Por otra parte en la pareja de bailarines está incluida la idea de pareja, gran fantasma erótico-amoroso de Occidente. El caso es que Anne-Marie accede a estar en pareja, con todos los hombres que se lo soliciten. “Ella está para quien la quiera. Se entrega a quien la tome.” La figura de la puta voluntaria o vocacional también asoma…

Lo que resulta claro es que Anne-Marie Stretter no es simplemente una especie de mujeriego invertido. Pero en el campo de las mujeres “devoradoras” de hombres está casi todo por ser dicho.

Según Duras, a diferencia de lo que sucedió con otros de sus personajes, pocas mujeres se identificaron con Anne-Marie Stretter. Ella lo atribuyó al carácter “soberano” de este personaje femenino. Tema sobre el que valdría la pena volver…



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Las citas están tomadas del texto “India Song”, de 1972, que dio origen a la película, y de la entrevista de Duras con Dominique Noguez incluida en la edición de El cuenco de plata.

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* El concepto de “erotopía”, planteado por primera vez en el curso dictado en el Malba, está desarrollado en un libro de próxima aparición. Hay varias entradas sobre el tema en este blog: