sexual de Catherine M. (Anagrama) y La rendición (Tusquets). En ese contexto ambas se ocuparon del rol del culo en la vida erótica. El objetivo de estas notas es comparar ambas versiones.
MILLET
Las formas favoritas de sexualidad de Millet son el encuentro casual y la partouze, el sexo en grupo, muy especialmente cuando ella es la única dama que participa. Su libro es la crónica de las innumerables circunstancias en que se entrega a desconocidos y en que complace las exigencias de grupos masculinos de la más diversa naturaleza, amigotes en un apartamento o desconocidos en parques o parkings atraídos por la gratuita oferta.
A Millet lo que le interesa es lo previo, la convergencia, las circunstancias. Desatada la acción se limita a detalles aislados y sobre todo, exteriores. Nunca intenta dar cuenta de lo que sucede en la intimidad de su espíritu durante la entrega. O bien desconfía de sus aptitudes literarias para dar cuenta de algo tan elusivo, o bien parte de la base que el desfile de las sensaciones y emociones es repetitivo, y que sólo son interesantes, porque variadas, las circunstancias.
Tan parca se vuelve nuestra autora al desatarse la acción que más allá de eludir la intimidad espiritual de la experiencia, tampoco se esfuerza demasiado por ser concisa ni precisa en el racconto de los meros hechos. Utiliza la palabra coger (baiser) sin especificar las diversas modalidades concretas en uno u otro momento. Cuando dice coger se refiere a coger por cualquiera de sus orificios ad hoc o por todos a la vez. En esta especie de borramiento de todos los detalles una de las víctimas es el culo.
Millet cuenta que para ella era natural pedir que le acaben en el culo, era un reflejo en ella tomar la verga y dirigirla hacia el ano como si tal cosa, ya que ese era su primitivo método anticonceptivo, legitimado por una visión de su cuerpo como un todo en el que no había jerarquías ni en el orden moral ni en el del placer, y en el que cada parte podía, en la medida de lo posible, sustituir a cualquier otra.
Puesto que para ella es indiferente el orificio por el que se la penetre encuentra aceptable que se utilice la palaba culo para toda la parte baja de su persona, y asegura que la docilidad con que entrega el ano nada tiene que ver con un gusto por la sumisión, ya que nunca buscó ponerse en una posición masoquista, sino con la indiferencia por el uso que se haga de los cuerpos.
BENTLEY
La perspectiva de Toni Bentley sobre el asunto es directamente la contraria. Su libro cuenta cómo, en un momento de transformación total –a la manera del que padeció Pablo en el camino de Damasco-, al experimentar por primera vez la penetración anal comenzó a curarse de sus traumas más profundos y a acceder a grados de experiencia espiritual hasta entonces para ella inimaginables.
Por supuesto que semejante transformación –desde la entrega misma en adelante- sólo fue posible al haber encontrado al amante ideal –al que ella sólo nombra con la palabra Hombre-, ideal tanto en lo que hace a la sabiduría en la materia, como en lo que hace al tamaño de la verga.
A Bentley no le interesan en absoluto las circunstancias. Sólo le importa el momento en que tiene la verga entera alojada en el culo. La única circunstancia que cuenta es la ansiedad de la espera del bendito momento.
Dar el culo, para ella, y sin eufemismos, es aprender a rendirse, es asumir una posición de sumisión sexual, es instalarse en el centro mismo del propio masoquismo femenino, abierta, dispuesta, vulnerable. Sólo desde allí, desde más allá del dolor y de la humillación, es posible el comienzo de la sanación y el acceso al amor y a la dicha, porque si amas a tu hombre como si fuera Dios, es Dios mismo el que te coge. Es en la dominación, dice Bentley, donde encuentro la libertad.
Bentley habla desde su experiencia con su amante, Hombre, que la ha enculado –contaditas- doscientos noventa y ocho veces –en sesiones de hasta tres horas de duración- a lo largo de algo menos de tres años. Experiencia en la que llegó a conocer y dominar el orgasmo anal: “El camino hacia el orgasmo es una línea recta desde mi culo hacia el centro de mi ser, hacia el centro del mundo. A un nivel siento que su polla –perdón por el españolismo- desencadena mis contracciones y entonces mis contracciones desencadenan las suyas… pero entonces las suyas desencadenan las mías… Las contracciones en mi culo, contracciones involuntarias: el orgasmo anal”.
Según la autora, cuando una mujer tiene una verga metida en el culo, se centra de verdad. La receptividad se convierte en actividad, no en pasividad. La verga perfora el yang –el deseo de saber, controlar, comprender, analizar- y obliga al yin –la apertura, la vulnerabilidad- a aflorar a la superficie. Así, ser cogida por el culo es ser cogida en su feminidad. Esa es, para la mujer liberada, la única manera de acceder a su feminidad y conservar la dignidad. Vive así una experiencia que su intelecto nunca le permitiría.
Dar por el culo a una mujer tiene que ver claramente con la autoridad –concluye Bentley. La autoridad del hombre: la total aceptación de esa autoridad por parte de la mujer. Hoy en día, reflexiona, el coño es demasiado políticamente correcto, hay que apuntar al culo, el patio de recreo de anarquistas, iconoclastas, artistas, exploradores, niños, hombres calenturientos y mujeres desesperadas por renunciar, incluso temporalmente, al poder que el movimiento feminista conquistó con tanto esfuerzo y a tan alto precio. El sexo anal equilibra la balanza entre una mujer con demasiado poder y un hombre con demasiado poco.
COMPARACIÓN
Una misma adhesión a la práctica –en principio rechazable por sucia y humillante- genera dos legitimaciones de índole radicalmente opuesta. Para Millet no hay jerarquías ni en el orden moral ni en el del placer que justifiquen la exclusión del sexo anal del menú. El razonamiento es sencillo, cuanto más amplia es la utilización del cuerpo mayor es la posibilidad de acceder al máximo posible de placer. Bentley, por el contrario, sí establece una clara jerarquía en las prácticas sociales: el sexo anal es para ella la panacea universal, permite alcanzar la dicha y a través de ella el amor, que se revela amor a Dios, y finalmente, en cierta medida, permite restablecer el equilibrio entre los géneros, vulnerado por el triunfo del feminismo.
Coincidirá el lector en que es difícil optar entre posiciones tan disímiles. Evidentemente que el problema no existe para la porción de las mujeres que simplemente rechazan el sexo anal por sucio –pero Bentley niega que tal cosa sea cierta, mediando un mínimo de prevención-, humillante –pero Bentley asegura que la humillación desaparece apenas se alcanzan las etapas superiores de la práctica-, y dolorosa –pero el dolor es sólo la puerta de entrada del Reino de la Dicha. Millet no se asusta con un poco de suciedad, no encuentra humillante nada a lo que se somete voluntariamente y sabe que el dolor es algo que se aprende a manejar y que tiende a disminuir progresivamente.
En cuanto a la porción de las mujeres que acepta el sexo anal me parece que los goces y los placeres que de ello obtienen adhiriendo a uno o al otro modelo, son prácticamente irreconciliables y sobre todo para nada intercambiables: aquellas que hayan llegado a practicarlo con la indiferencia milletiana es probable que ya no puedan aspirar al descubrimiento por ese medio de lo sublime que ofrece el paradigma bentleiano, y a la vez, aquellas que han accedido a la familiaridad con lo sublime que ofrece el modelo de Bentley, jamás podrían retroceder y conformarse con aceptar el enculamiento como par inter pares con el resto de la variedad del menú sexual completo.