en forma erudita, en la tradición que emplea el recurso a lo sobrenatural para dar cuenta de ciertos aspectos no evidentes de la conducta humana.
Su autor dual, V y Z, nombre del colectivo formado por Sandra Gasparini y Hernán Bergara, logra en el libro un estilo propio, independiente de cada uno de los escritores intervinientes. Los diez relatos presentan un universo común, con relaciones libremente establecidas, que se propone, con éxito, ubicarse más allá de los sectarismos, literarios y morales, especialmente los de la nueva moral sexual post-feminismos. Sus protagonistas son seres que han superado las dimensiones de los humano tal como se las consideraba hasta el siglo XX, que viven tele-transportados a través de redes sociales y aplicaciones, pero atravesando experiencias mucho más bizarras y más divertidas que las del común.
El “problema” del autor
Tal vez como reacción a la existencia imbuida de academicismo literario de sus autores -la cual se refleja en distintas reflexiones metaliterarias, el uso de notas a pie de página y variadas referencias, y que la biografía de los autores apoya- “Inzombio” opta por una escritura experimental. Ella favorece la persecución de ciertos convencionalismos para hacerlos explotar. Especialmente los estereotipos de género sexual y literario. Llevando el asunto a uno de sus extremos, el último relato se despacha en una guerra transnacional entre poetas y prosistas.
“Somos una entidad vinculada con las prácticas literarias” se auto-define V y Z en nota al pie, aunque anteriormente sea señalado el origen del nombre en relación con una banda de música: “V y Z Top”. Probablemente se trate de una referencia inventada, a la manera de Poe, quien aparece -explícitamente- como una de las principales fuentes literarias. Según la información de solapa, la música junto con la literatura, forman parte de los intereses en común de Sandra Gasparini y Hernán Bergara.
De hecho, el tan mentado problema del autor, que a tantos simposios ha dado lugar, resulta simplemente disuelto en el ejercicio de la narrativa. Igual suerte de licuefacción corre el no menos discutido problema de la voz narrativa. La fragmentación en soluciones divergentes es la respuesta. Así el yo femenino deviene sin pedir permiso masculino, y luego plural, tercera persona, etc., sin solución de continuidad y sin conflicto. Ello responde al realismo propio de los tiempos que corren.
Ciertos tópicos se van enhebrando a través de los diferentes textos. En primer lugar la experiencia erótica como vivencia más auténtica y valedera que todo el cotillón de consumo masificado. Experiencia solo parcial y momentáneamente asible, necesariamente rara en este mundo de muertos vivientes, que vendría a ser el nuestro.
El derecho a dejarse penetrar
La apuesta a la inter-penetración, o penetración recíproca, atraviesa varios de los relatos para alcanzar su clímax en ciertas escenas de sexo sobre-humano, es decir superior a los marcos instituidos. Y dentro de lo instituido caben también incorporaciones recientes, como la nueva moral sexual que proscribe el piropeo.
En “Bitácora de sospechas” alguien le grita a la protagonista desde un auto: “con ese culo, mi amor, tirá la concha a la basura”. Y ella “en vez de mirar al gorilón y descuartizar a todos los conductores machos alfa (…) tuvo su primera revelación: la poesía era el Mal. Los piropos debían ser ilegales no por ser subgéneros del acoso callejero, sino por ser subgéneros de la poesía.” Y, tarde, responde al conductor: “Poeta de mierda”. La escena tiene lugar en el contexto de la mencionada guerra entre poetas y narradores.
En “Los cumplidos del candidato” se bromea con el tópico de la penetración en “un mundo más filoso y directo. Es una punta, un empalamiento agazapado, a punto. Un falo sin promesas, sin representación. Sin vueltas: si te descuidás, tenés el mundo adentro”. Lo mejor de los cumplidos de Trevor es que se cumplen.
Venciendo el temor al acoso la co-protagonista de “Body alien” intima con un hombre proveniente de Venus. Cuando el extraterrestre ve a su compañera comiendo chocolate se le dispara una experiencia orgásmica: “Toda la cama, de las patas al colchón, empezó a vibrar como si fuera un celular enorme. Todo se empezó a ir de costado, como si caminara. Ella se asustó un poco pero vio en sus ojos una paz tan clara en la tensión que no preguntó nada porque además era él el de la convulsión. No sabía si era yo que veía cualquier cosa o qué pero él comenzó a volverse translúcido.”
El derecho a la mutua penetración y a que los varones puedan alcanzar el goce sexual receptivo aparece ya en el primero de los relatos -“El lobo”- y reaparece en varios de los subsiguientes. Sin embargo, tras la caída de algunas pesadas cadenas del patriarcado, permanece un cosquilleo erótico que no desprecia lo fálico, como no desprecia ninguna fuente de goce, y que recorre el libro cual suerte de manifiesto.
Así en “Meeting in Queen’s Lane”, haciendo gala de un humor sin miedo al absurdo, el deseo de Cavendish se expresa: “Ella era tan igual a su amor de antes, es decir de siempre, a su amor fantasma, a su pasado hecho amor, que no había forma de querer negarse. La profesora, sin embargo, no era galesa: era de Gaiman, Chubut. Pero Gaiman es más Gales que Gales, esto dicho por los propios galeses, ojo. Mejor aún: la profesora era más galesa que su primer amor galés, y dejarse penetrar iba a ser además otra forma de la eternidad, porque que te rompa el culo un galés equivalía, a escala, a la independencia de Gales”. El coito se convierte en “una reparación histórica”, secuela de la Guerra de las Malvinas. La capacidad de delirar la historia -tal como Deleuze y Guattari desarrollaran en “El Antiedipo”- no está ausente de estas narraciones.
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Para los personajes demasiado humanos de “Inzombio” en la mutación está la esperanza. Y la forma de una escritura torrencial, aunque culta y muy cuidada, es el camino.