domingo, 30 de julio de 2006

Sobre "La cultura masoquista" de Ana Grynbaum, reseña de Jorge Albistur para Brecha


Los cielos de la mazmorra 




Este libro no es solamente la información sobre la llamada “cultura BDSM”. Es también un estudio sobre los límites o ilímites humanos comprometidos por este movimiento, su historia, su incidencia en la psicología o la psicopatología, sus con-tactos con otras formas alternativas de la sexualidad contemporánea, y sus perspectivas en un mundo que cada vez más acepta cualquier avance hacia la libertad y el placer. BDSM es la sigla que forman bondage(prácticas eróticas de restricción física), dominación, sadismo y masoquismo. Ana Grynbaum reconoce que “es aún difícil visualizar una cultura BDSM en el Río de la Plata por fuera de la web”, y explora en una serie de prácticas tanto más atrayentes cuanto más aparecen todavía amparadas por la clandestinidad. Los sex shopsofre-cen, sin embargo, los materiales necesarios para la “escenificación” sadomasoquista.

La sesión desenvuelta en la mazmorra –término elegido para subrayar mejor el carácter íntimo, privado y a la vez sórdido– despliega, en efecto, una especie de teatralización. Los participantes “representan” sus fantasías valiéndose de cuerdas, látigos, cadenas, mordazas, cinturones de castidad, máscaras, antifaces y ele-mentos mecánicos que provocan y ayudan a satisfacciones más in-tensas. Como toda re-presentación supone una cierta distancia contemplativa, es fácil ver que los seres involucrados en este ritual no están totalmente jugados al instante. Un simulacro, al menos, de la felicidad, sería el olvido absoluto en la sensación al rojo. Pero la soledad en el éxtasis, como en cualquier espectáculo, es aquí relativa. Ana Grynbaum señala la existencia de “este tercero ineludible para que haya una escena masoquis-ta”, y hasta aventura la siguiente interpretación: “a nuestro parecer, el tercero fundamental está en la figura de otro (Dios o demonio) que se ubica entre el sumiso y el verdugo”.Un afuera, una perspectiva de trascendencia prolonga así al presente del placer, y hasta parece que los otros mundos ni siquiera estuvieran contenidos en éste, como quería André Breton.

Un centro de interés del libro está en cómo su orden se desplaza, precisamente,desde el análisis de un erotismo de excepción –sexualidad desgenitalizada y deliberadamente desquiciada– hasta otro análisis que enfrenta a lo que cabría llamar un verdadero estilo de vida. Esta “filosofía” es parte de la sensibilidad de nuestra época y postula el vivir según los deseos para alcanzar el goce como supremo objetivo. Cierta prolija nota cuestiona que “placer” y “goce” sean verdaderamente sinónimos, y desarrolla el concepto de Lacan sobre este último, siempre de naturaleza erótica y que “adviene cuando el sujeto pierde el control de sí mismo”. Sea como fuere, en ambos niveles multiplica Grynbaum las enriquecedoras referencias a Leopold von Sacher-Masoch, Freud, Bataille, Lacan, Foucault, Deleuze y otros analistas que han asomado a los fondos de la compleja sexualidad humana. Cuando recorre la historia, y los fenómenos tangenciales al masoquismo, hay planteos inconvincentes: los envíos al amor cortés, por ejemplo, pues el juego trovadoresco es demasiado distante de lo físico, y la desacertada convocatoria a los “místicos medievales”, ya que la mística es inconcebible sin el individualismo renacentista y a él pertenecen naturalmente, y no a la Edad Media, los mencionados San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús.

La autora acierta, sin duda, cuando en-cuadra a la experiencia sadomasoquista en las relaciones de poder, tan definitorias siempre en las sociedades humanas, y especialmente en nuestros tiempos. Grynbaum cree que aquí el poder “se convierte en un fenómeno lúdico que permite desnaturalizar los roles de dominación y tomar distancia respecto de ellos”. De algún modo ha de obrar, sin duda, ese paradójico efecto purificador. Sin embargo, cada jugador del juego BDSM sale a la captura de su sueño, y “Freud mostró cómo apoderarse del objeto del deseo equivale a do-minar el mundo”. La posición sumisa, en este sentido, se revierte fácilmente hacia otra imagen de la dominación, y también ésta es más lúdica en la apariencia que en los pro-pósitos profundos.

El libro se extiende también en asuntos más previsibles: los contactos entre el sadomasoquismo y las minorías apartadas de la sexualidad tradicional; las aproximaciones a una concepción del cuerpo como realidad cultural, ya no biológica, que explica los tatuajes y piercings pero también trasformaciones más audaces y agresivas, destinadas a alterar el orden corporal que la sexualidad determina como imperativo aparente.

Según parece, el BDSM se ha lanzado a su legitimación en la hora de los derechos humanos. “Se autodefine por lo que no es: no es abuso sexual.” Todo se resume en SSC, nueva sigla que, en traducción española, significa “seguro, sensato y consensuado”. Se insiste en que, antes de iniciar el juego, los participantes acuerdan cuál será su frontera y contemplan la posibilidad de rescindir el contrato en cualquier momento. Pero cabe sin duda preguntarse si el límite no es la negación misma de la opción por el goce, como igualmente si el “consenso” no implica la renuncia a los dictámenes del deseo tiránicamente individual. El consenso abre un territorio vedado, un más allá prohibido en aquel “des-orden razonado de todos los sentidos” que investigara Arthur Rimbaud. Más sincero será reconocer, con Ana Grynbaum, que “el mundo es violento” y “la cultura BDSM es parte del mundo”. Por muchas razones cabría quizá llamarla, con mayor propiedad, una contracultura.

(8/7/2011)

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