Calidad bajo sospecha, de Ana Grynbaum (Rebeca Linke Editoras, 2008) es un relato detectivesco peculiar: da cuenta de todos los azares, errores e ineptitudes en que puede incurrir un detective improvisado. Es también un peculiar alegato anticonsumista: no denuncia la obsesión por el consumo
que la publicidad implanta en el cerebro del ciudadano sino que denuncia la premeditada mala
calidad de los bienes que el ciudadano recibe por su dinero. Es también -en un alarde de ingeniería genérica que equilibra tres géneros en un solo texto-, es también y sobre todo, para mi gusto -y a los efectos de esta columna-, un excelente relato erótico.
En realidad podría argumentarse que la pata erótica de Calidad bajo sospecha es la dominante, ya que el conjunto de la cosa está narrado por Yenny, titular de las peripecias eróticas, con muy poco interés en afanes detectivescos o en denuncias sociales, asuntos en los que se ve implicada por causa de Max, su pareja -pareja abierta, digamos-, un chico con el IQ recalentado y con complejo de justiciero, y asuntos de los que el relato de Yenny nos ofrece una mirada bastante despreocupada y oblicua hasta que el mejor de sus ligues resulta ser un personero de la conspiración infernal que Max ha estado tratando de desbaratar. Creo que con este recuento queda claro que estamos en el terreno de la comedia alocada y del comic. El texto cumple con total felicidad con esas expectativas. Larga vida a la literatura que, además, sabe ser entretenida.
Grynbaum, cuyos retratos femeninos varían notablemente de novela en novela -antes publicó Bitácora de una persecución amorosa (Artefato, 2005, Premio de Narrativa del MEC 2007) y La cuchara universal (Artefato, 2006)- redondea con Yenny un auténtico capolavoro. Sin dones superlativos de observación y de humor sería imposible la apropiación mimética que hace del bichito urbano -muy montevideano- que es Yenny. De la mano de su protagonista y narradora vamos entonces a abundar en la dimensión erótica de Calidad bajo sospecha.
Yenny, la Yenny, es la típica minita de barrio. Su hábitat, campo de operaciones y horizonte mental no van más allá no digamos de tal o cual barrio -su barrio- sino más bien del universo mismo de lo barrial. Está en la cómoda y es perfectamente irresponsable. Mantenida por Max, ya no necesita fingir de cara a su familia que estudia -resulta que yo estudiaba ciencias de la comunicación, dice, por estudiar algo-; de hecho ya no tiene por qué soportar más a su insoportable familia. Flota así en la nada, haciendo apenas el pálido esfuerzo que le demanda la obtención de sus minúsculos placeres. Y bien que sabe ella dónde le pica y con qué quiere que la rasquen. Un porro y un polvito le sirven siempre para llenar una -otra- tarde al pedo. Por lo demás, al buenazo de Max -más que ocupado con sus hobbies y manías- poco le importa cómo llena ella sus tardes.
El desparpajo con que Yenny da cuenta de sus "historias" es cualquier cosa menos habitual en nuestra literatura -especialmente en nuestra literatura femenina. ¿Constituye el desparpajo un valor literario? El desparpajo es el opuesto directo de la metáfora. Ninguno de los dos es más o menos artificioso que el otro. Cuando Yenny dice: Después de una caminata se duerme mejor. Y mucho mejor después de una ducha completa. Me duché lentamente masturbándome una y otra vez, a lo loco, haciéndome arder, está sembrando duros y puros los signos del desparpajo. Ellos son "ducha completa", "a lo loco" y "haciéndome arder". Lo mismo cuando cuenta: Apenas hubimos terminado el habano me tomó por una pierna, como al asalto y allí mismo sobre la alfombra me violó, con mi más sentido consentimiento. Evidentemente hacía tiempo que no mojaba -como dice él- porque tuve que espolvorear abundante limpiador multiuso sobre la alfombra para sacar el olor de su semen. Aquí los signos del desparpajo son "me tomó por una pierna", "me violó, con mi más sentido consentimiento", "mojaba" y "limpiador multiuso". Como se puede apreciar el desparpajo, en tanto figura literaria, no implica tanto -como podría parecer- una lengua suelta sino más bien un sentido particularmente agudo del detalle significativo.
Yenny se enamora, por supuesto, del galán más vistoso -vestía camisa y pantalón sport en tonos melón y melocotón- de la vuelta. Es su mejor ligue, el ligue de su vida. Se enamora "hasta las patas", como diría ella si fuera capaz de darse cuenta de que está efectivamente enamorada. Y se enamora por la mejor de las razones que ella es capaz de concebir: los viajes que Juan -así se llama el galán, con bíblica sencillez- le proporciona le revelan maravillas inesperadas en un hacer que aunque siempre lo encuentra gustoso lo considera ni un punto menos que archisabido. De tal grado resulta el derretimiento -un gran espectáculo de prestidigitación que tenía como escenario principal mi cuerpo- que Yenny experimenta cambios en lo más profundo de su ser. Por ejemplo: decide que ya no quiere probar hombres por pura curiosidad vaginal -como le decimos entre amigas. Comprende que Multicogida y malcogida a un tiempo, una vive hambrienta -en esos términos hablamos entre amigas. Otro ejemplo de la profundidad del cambio: A mi sentimiento embargador lo condimentaba una pizca de vergüenza ajena: el galán apelaba a la cursilería más manida. Descubrí con él que todo ese lenguaje kitsch amorosiento me gustaba mucho más de lo que quisiera admitir.
El apogeo de la pasión entre Juan y la Yenny llega con malos presagios: Dado que estaba en mi segundo día menstrual los coágulos de sangre caían como bombas encima de partes de nuestro cuerpo y se extendían por las sábanas antes de ser absorbidos por el colchón y las almohadas. Ni él ni yo utilizaríamos esa cama a la noche, tanto daba la magnitud del enchastre. En determinado momento Juan se empapó el dedo índice para escribir obscenidades amorosas sobre mi vientre. Pude leerlas mirándome en uno de esos ventanales-espejo que pueblan las paredes de los cuartos de hotel. Me vi tan espléndida como nunca antes en mi vida: él me había adornado con signos amoríferos. Mortíferos en realidad -y para él- resultarán en realidad los signos y los presagios. Porque por debajo del desparpajo y del tono alocado, un poco en sordina para no romper el equilibrio entre las tres patas de la novela, la veta erótica de Calidad bajo sospecha se remata en tragedia, tragedia lumpen, con un lazo sublime entre los personajes a priori menos indicados para sostenerlo, lazo sublime elaborado a pura exasperación sexual. Pero tragedia al fin. Una lágrima se escurre por el rabillo del ojo de la novela sexy.
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(17/12/2008)