La experiencia del tiempo es la experiencia del carácter efímero de la existencia, y por consiguiente la fuente primigenia de la angustia.
El tiempo se nos presenta como aquello que en primer lugar fortalece y luego deteriora nuestro cuerpo, así como también nuestras facultades mentales.
Lo padecemos como un flujo perpetuo y aparentemente inextinguible que nos atraviesa sin que haya momento o lugar o circunstancia alguna que nos permita hurtarle el cuerpo, o eludirlo, u ocultarnos de él y de su efecto.
Este perpetuo atravesarnos nos lleva a un máximo de tamaño y de potencia, alcanzado el cual nos deteriora y disminuye hasta que desaparecemos.
En estado de vigilia estamos en todo momento conscientes de la acción de este flujo que nos atraviesa.
De ahí la importancia del sueño: durante el sueño la conciencia del flujo temporal no existe.
Si durante el sueño se perpetuara la conciencia del flujo temporal –o sea: los sueños estuvieran también regidos por la conciencia del flujo temporal- enloqueceríamos.
Si bien es cierto que nos sometemos y nos acostumbramos a esta exposición continua al flujo del tiempo, no es menos cierto que el deseo humano más profundo es no estar allí donde reina el flujo del tiempo.
¿Existe ese lugar? Sí, existe. Si no existiera no seríamos capaces de concebirlo. Los sueños nos enseñan que sí existe el no padecer el flujo del tiempo.
Un lugar donde no existe el flujo del tiempo, donde no existe la conciencia del flujo del tiempo, es un lugar sin devenir.
El devenir no es no es sino la forma en que el flujo del tiempo se hace visible.
Un lugar sin devenir es un lugar sin pasado y sin futuro, es, por consiguiente, un lugar donde sólo existe el presente, donde cada momento del tiempo es un presente.
Habitar el lugar donde no existe el fluir del tiempo implica un salirse, un escabullirse, porque no se puede simultáneamente estar dentro y fuera.
Estar fuera significa estar en otro mundo y ya no en el mundo regulado por el flujo del tiempo.
Este desplazamiento no es necesariamente un desplazamiento físico, no necesariamente hay que irse a otro barrio, otra comarca, otro país u otro planeta.
Vivir fuera del flujo del tiempo es simplemente vivir fuera del flujo del tiempo, cosa que tiene un solo requisito: poder hacerlo.
Si uno, para asegurar la propia existencia, necesita un lugar dentro del funcionamiento de la máquina social, misma que está esencialmente regulada por el fluir del tiempo, entonces uno no puede vivir fuera del flujo del tiempo.
Sólo teniendo asegurada la existencia, o sea: viviendo del otro lado de la máquina social, o sea: en el puro ocio, puede uno encarar la experiencia de vivir fuera del flujo del tiempo.
La finalidad fundamental de la máquina social es la producción del ocio, sin el cual no es posible vivir fuera del flujo del tiempo, o sea, vivir sin la angustia que causa la conciencia del carácter efímero de la existencia.
La única libertad que tiene sentido consiste en salirse de las regulaciones propias de la máquina social, porque esa es la libertad que nos permite, a su vez, liberarnos de la angustia, condición esta sine que non de la felicidad.
Desde que la sociedad se convierte en máquina que se pretende sin afuera, los inconformes con esa situación de entronizamiento del tiempo y de la angustia han estado promoviendo contra-máquinas con la finalidad de demostrarnos que sí existe un afuera y que sí existe un lugar donde no existe el flujo del tiempo.
Es necesario releer la cultura como el producto de esta dialéctica entre la máquina social y las contra-máquinas, entre tiempo y no tiempo, entre angustia y felicidad.
Sólo en esta perspectiva se comprenden en profundidad el arte y el erotismo.
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