“En lo más espeso del juncal, ya junto al río, en la tierra húmeda, me había hecho un colchón de hierba tierna y me había armado un techito con hojas de palmera, y ahí acostumbraba descansar a la hora del sol insoportable. Los escarceos con mi par de nínfulas insaciables me habían dejado agotado. Agarrotado, como siempre, porque esa es mi condición, pero exhausto.”
El fauno duerme su siesta, perfectamente feliz en la floresta. Pero el sueño se ve perturbado, porque sueña que ha caído en el mundo de los “homúnculos” –como denomina a los hombres- y se va convirtiendo en hombre… La crítica a la “homunculidad” –digamos, en lugar de “humanidad”- es ineludible, aunque se la plantee casi en sordina y el lector deba acceder a ella a través de la reflexión, si así lo desea, porque el libro puede leerse como mero artificio literario que se basta a sí mismo. Pero algunos lectores no podemos resistir la tentación de seguir las pistas que llevan del libro al mundo, y especialmente, al mundo de los libros –y de las películas-.
Tres son las situaciones de cautiverio por las que atraviesa nuestro fauno, tres locaciones diferentes que aluden a universos culturales específicos. Una jaula en el smog de esa Londres decimonónica, presa del delirio de la investigación científica en su -inescrupuloso- apogeo (“El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde”); un palacio de mármol dentro de un oasis en medio del desierto, como en Arabia u otra de las exóticas tierras a las que viajaba -primero con su imaginación- la Europa aventurera e imperialista de hace más de un siglo (comparable a la China completamente irreal de “El jardín de los suplicios”); un club de pervertidos sexuales que realizan espectáculos de hazañas eróticas para su diversión, típico de algunas de las novelas eróticas clásicas (“Historia de O”, por ejemplo), pero que también es como un programa de televisión, de estructura circense, de los que abundan en nuestra “pornografizada” sociedad del espectáculo –o “sociedad del espectáculo de la intimidad”-.
En los tres escenarios tanto los homúnculos como las “hembras de homúnculo”, usarán y abusarán del prodigioso “portento” de la bestia, enorme miembro con capacidad orgásmica tan ilimitada como la de una mujer, irrebatiblemente itifálico, como una máquina sexual, pero también como una máquina que permite explotar al sexo; puesto que el sexo, en el Aparato Capitalista que se dispara en el siglo XIX, constituye una industria y una materia prima a explotar como cualquier otra. Pero el fauno no se queja ni se rebela.
Tan manso como un animalito de peluche, este fauno es una bestia filosófica, que contempla la vida de los homúnculos, con la distancia que le proporciona su incapacidad para el habla, mientras añora el paraíso perdido, con sus nínfulas alegres, “profundas”, gimnásticas y pícaras. Un misterioso “chip”, de inefable realidad, introduce en este fauno en vías de “humunculización”, la violencia del lenguaje y la cultura, y con ella las dimensiones del tiempo, el pasado, la memoria y la muerte.
“Para peor: por momentos la opresión del incesante goteo del Tiempo se me volvía literalmente insoportable. En esos momentos Lo Que He Hecho y Lo Que Haré tironeaban de mí partiendo al medio cada instante y vaciándolo de toda Vida. La nostalgia de la dulce vida sin ayer y sin mañana que vivía en la espesura me anegaba el alma y me hundía en la melancolía.”
A través de las fantasías recurrentes del protagonista en torno a su poder para desgarrar, lastimar, matar a quienes se le ofrecen como “víctimas”, y a través de la voracidad supersticiosa de estas últimas, que llegan a ver en la bestia al propio Cristo, la crítica social que encierra el libro se centra en dos supuestos que -todavía hoy- diagraman la existencia de los humanos. Estos supuestos, conviven, sin menguar el uno la potencia del otro; cohabitan en nuestro “subconsciente” –diría Lissardi-. Estos supuestos, que actúan como mandatos inconscientes, son: “El sexo te condena” y “El sexo te salva”. Subsidiario uno de la educación cristiana, producto de la “revolución sexual” el otro. Una revolución sexual que no empezó ni terminó en los años 60 y que constituyó una suerte de religión del sexo.
Arrodillado sobre el reclinatorio, con la boca a la altura del sexo de la bestia, el anciano Caballero Leopoldo -¿hará falta subrayar la referencia a Sacher-Masoch?-, entra en una “crisis emocional”:
“Me arrepiento –dijo, forzando un poco la voz para hacerse oír-, me arrepiento de haber adorado a tantos dioses menores y de no haber tenido paciencia para esperar al Rey de Reyes. Entonces, con dedos ya torpes, y temblorosos, me descapotó. Su expresión era la de aquel a quien por única vez en su vida se le permite abrir el Sancta Sanctorum.”
Por este camino se llega al referente ideológico principal del libro: Pier Paolo Passolini, especialmente con su “Teorema”. La ironía que introduce Lissardi, es que su “Cristo” no tiene sexo con cada una de las criaturas que encuentra en su camino para hacer que la vida de estas dé un giro, sino para que todo siga exactamente como está, en la más absoluta banalidad. Acaso ésa sea la verdadera condena –en caso de haber una-: ahogarse en el aire de nuestros tiempos.
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En este libro de Lissardi la bestia humana no es el hombre dividido entre el bien y el mal, atormentado por la imposibilidad de conjugar definitivamente una vida “normal” con sus más “profundas” tendencias, voluptuosas y asesinas, tal como lo expresa Jean Renoir en su versión de “La bestia humana” -de Zola-, y también en su versión de Dr. Jekyll y Mr. Hyde –de Stevenson- titulada “El testamento del Doctor Cordelieu”-.
La bestia encarna aquí la potencia sexual exacerbada, la exasperación del sexo como mera performance. La máquina de coger propia de la imaginería post revolución industrial –“El supermacho”, de Alfred Jarry es el referente princeps en este sentido-. En la post-postmodernidad, la actividad sexual se ha liberado de toda represión, pero también se ha vaciado de cualquier sentido que se le hubiera podido atribuir. El sexo es una locomotora desaforada que no conduce a ninguna parte. ¡Por qué debía de hacerlo…!
“Empecé la faena. Mete y saca. Cada vez más rápido sin jamás cruzar la línea. La punta del portento llegaba a lamer las puertas del útero y retrocedía. La velocidad y la precisión arrancaron un aplauso apreciativo de la compañía.”
Parafraseando a Hannah Arendt, podemos decir que, ya no se trata de la “banalidad del mal”, sino del “mal de la banalidad”. Un mal de nuestro tiempo –es decir: una característica de nuestra época-, que afecta también a las prácticas sexuales, inevitablemente.
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- Las citas de "La bestia", de Ercole Lissardi, corresponden a las páginas: 1, 53, 88 y 85 respectivamente, de la edición de Hum, Montevideo, 2010.
- Sobre la “pornografización” de la sociedad actual ver: Ercole Lissardi, "La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en Internet", Editorial Paidós Argentina, 2013.
- Acerca de la vivencia del tiempo ver la entrada “Consideración del tiempo” (23/10/15).
- Acerca de la “bestia humana” ver la entrada “La escena incestuosa” (16/10/15).