Elmer Bäck como Eisenstein |
Eisenstein en México |
El bagaje intuicional así adquirido lo aplica Greenaway para imaginar qué pudo haber sucedido durante la estadía de Eisenstein en México, período de dos años que marca un giro para mal y para peor en su vida y en su obra.
En 1929, luego de los éxitos clamorosos de “¡Huelga!”, “El acorazado Potemkin” y “Octubre”, Eisenstein es autorizado a viajar a Occidente como niño mimado de la cinematografía soviética. Lleva en el bolsillo un contrato, firmado por uno de los grandes mogules de Hollywood.
Pero el anticomunismo, que progresa rápidamente en los Estados Unidos y en particular en el mundo del cine, le impide realizar su proyecto. Robert Flaherty, el gran documentalista, le sugiere entonces montar un proyecto para filmar en México, donde los costos son muy bajos. Eisenstein consigue fondos a través del grupo de intelectuales norteamericanos de izquierda que lidera el novelista Upton Sinclair y viaja a México, con su cameraman de cabecera, Eduard Tisse, y con el actor.
El consejo de Flaherty era bueno: Eisenstein está de inmediato fascinado con México y pronto tiene claro su proyecto, que titula “¡Que viva México!”. Todo parece ir de la mejor manera. Se calcula tres meses de filmación, luego la edición en Estados Unidos y el regreso a la URSS con un nuevo triunfo bajo el brazo.
Sólo que el bueno de Sergei tiene una deuda. Una de esas deudas que temprano o tarde pero hay que pagarlas. Y que a menudo hay que pagarlas en el peor momento, con consecuencias devastadoras. Que fue, según Greenaway, lo que le pasó a su biografiado.
La deuda de Sergei es con su propia vida, con su cuerpo, con su sexualidad, con su maduración como ser humano. A los treinta y tres años de su edad aún es virgen. O, para ser más precisos con un detalle no menor: homosexual y virgen.
En ese México recontra-católico (acaba de terminar la primera Guerra Cristera) y en medio de un rodaje, era el peor momento y lugar para que Sergei pagara su deuda. Su personalidad explosiva, la desmesura de su imaginación y la profundidad de sus sentimientos estallan en un verdadero desenfreno, y pierde el control de su vida, precisamente en el momento y en el lugar en que debía ser especialmente cuidadoso.
Absorto en su descubrimiento de la sexualidad Sergei suelta las riendas del rodaje, los meses pasan sin cumplirse los plazos de producción, Stalin se inquieta por la tardanza en regresar de su cineasta estrella, los gringos que lo producen se impacientan y le mandan un supervisor que resulta de dudosa honestidad y por demás conflictivo.
Elmer Bäck y Luis Alberti |
El mundo entero se derrumba sobre la cabeza del genio ruso mientras éste se enamora más y más de su amante mexicano –un amor, por lo demás, tan imposible como peligroso, ya que Palomino, casado y con hijos, es vástago de una familia rica y poderosa que no está dispuesta a soportar el escándalo, inminente dada la conducta desaprensiva de los tortolitos. Fue precisamente la familia de Palomino la que una vez partido Eisenstein (exigido su regreso por Stalin en persona, y presionado por la Migra mexicana como “extranjero indeseable” –tal y como unos años después lo sería Malcolm Lowry), hizo lo necesario para ocultar el affaire, del que efectivamente quedan muy pocas huellas testimoniales.
La lectura que hace Greenaway de la peripecia mexicana –la pérdida de la virginidad con consecuencias catastróficas para el rodaje y para las relaciones con el poder soviético- echa luz sobre el antes y el después de la vida de Eisenstein.
Sobre el antes: porque es impactante asumir a un Eisenstein virgen, inmaduro vital y emocionalmente, como una especie de freak, de niño prodigio que inventa para el cine toda una técnica narrativa y una estética apabullantes en su brillantez, y que a la vez genera con sus films la imagen que durante décadas será la que el público masivo tenga de momentos claves de la historia rusa del siglo XX.
Sobre el después: porque la conducta irresponsable de Eisenstein vinculada a la pérdida de la virginidad y al asumirse como homosexual-asuntos que Stalin conocía al dedillo ya que agentes soviéticos seguían de cerca al cineasta-, lo hacen caer de su pedestal, de su condición de intocable en tanto genio del cine soviético, y le significarán la frustración, a base de aplazamientos y censuras, de buena parte de su obra posterior, obra que además se verá reducida a panegíricos nacionalistas y de culto al líder, según las necesidades coyunturales del régimen.
Así pues, entiendo que debe verse “Eisenstein en Guanajuato” como una imaginación de lo que fue la peripecia mexicana, imaginación que –alimentada por un amor desmesurado, capaz de generar intuiciones profundas- permite, llenando un vacío biográfico, mejor explicar el conjunto de una vida. Todo esto, en tanto amante que soy del cine de Eisenstein, me parece relevante y valioso en el film de Greenaway.
Desde mi interés en las cuestiones de erótica, tengo que decir que la profundidad y la sutileza con que Greenaway, desde su estilo barroco, distanciador, exuberante por momentos, trata la relación entre Sergei y Palomino, merece los mayores elogios. Los excesos estilísticos de Greenaway mantienen el relato siempre a la distancia justa para alejarnos del melodrama y para recordarnos de quién estamos hablando. Y la escena del desfloramiento de Eisenstein, que dura no menos de diez minutos y es tan atrevida como se la pueda desear en plan muy exigente, es una verdadera joya, hecha de esteticismo, intensidad y humor: mientras con habilidad y autoridad termina con la virginidad de Sergei, Palomino no deja de endilgarle con tono profesoral rollazos acerca del sangrado de los capilares anales, el Viejo y el Nuevo Mundo, las profecías a que obedecieron los aztecas, la sífilis que los españoles llevaron a Europa, el origen ruso de los pueblos americanos e ainda mais.
En cuanto a Elmer Bäck como el Sergei que Greenaway intuyó, me parece insuperable e inolvidable, para decirlo en pocas palabras.
Eisenstein en México |