Hasta donde yo sé el primer texto en la
literatura uruguaya que elabora un diálogo con la pornografía es El infierno
tan temido (1962) de Juan Carlos Onetti.
Foto de Jesse Fernández, 1971 |
El desafío que se plantea Onetti en este
texto consiste en ir más allá de lo permitido pero sin romper las reglas del
juego. Y lo logra haciendo un uso calculador y taimado, como veremos del
recurso estilístico que normalmente asegura la respetabilidad de un texto: la
elipsis -que deja "lo que sigue" librado a la imaginación del lector.
En efecto: como se recordará el elemento central del relato son las fotos
obscenas que Gracia le envía a Risso, en las que se la ve teniendo sexo con
amantes ocasionales. Onetti, que en el resto del relato, como es su manera, es
morosamente minucioso, no nos describe el contenido de esas fotos, pero no
haciéndolo nos obliga -precisamente porque son el elemento central del relato,
sin el cual no se comprenden las reacciones de Risso, que son el contenido del
relato-, nos obliga, decía, a imaginarlas muy concretamente, nos guste o no, so
pena de que el relato no funcione.
Ahora bien: no es que nos invite a
llenar los lapsus represivos -como era la práctica habitual por entonces- con
algún vago estereotipo más o menos sexoso: nos obliga a recalentar nuestra
imaginación obscena porque si no lo hacemos aquello que nos cuenta simplemente
no tendrá sentido. Es más: nos obliga a producir una verdadera escalada de
obscenidades para que tenga sentido la escalada de reacciones de Risso ante
cada nueva fotografía -reacciones estas que sí nos son detalladas
minuciosamente.
¿Nos deja pues librados a lo que,
identificándonos de manera inevitable con Gracia, seamos capaces de imaginar
como puesta en imagen de lo obsceno? No. Calculador y taimado, como decíamos,
le da una mano a nuestra imaginación suministrando pinceladas ínfimas,
marginales, dispersas, casi subliminales, apenas lo imprescindible para
gatillar nuestra imaginación.
"Foto parda, escasa de luz, en la
que el odio y la sordidez se acrecentaban en los márgenes sombríos".
"El hombre estaba de espaldas (...) la mujer sin cabeza clavaba
ostentosamente los talones en un borde de diván, aguardaba la impaciencia del
hombre oscuro". "Sola, empujando con su blancura las sombras de una
habitación mal iluminada, con la cabeza dolorosamente echada hacia atrás, hacia
la cámara, cubiertos a medias los hombros por el negro pelo suelo, robusta y
cuadrúpeda". "Trajinaba sudorosa por la siempre sórdida y calurosa
habitación de hotel, midiendo distancias y luces, corrigiendo la posición del
cuerpo envarado del hombre". "Caras adelagazadas por el deseo,
estupidizadas por el viejo sueño masculino de la posesión (...) con una dura
sonrisa, con una avergonzada insolencia". "La yegua -en cueros y
alzada". "La suciedad del mundo, la torpe y errónea visión
fotográfica, las sátiras del amor".
Pornografía de los años cincuenta |
¿A qué remiten estos
indicios, diseminados a lo largo del relato, que Onetti nos da para que
imaginemos el contenido de las fotos que Gracia se saca mientras tiene sexo con
sus amantes ocasionales? La visión impía de las miserias de la desnudez, la luz
plana e implacable de los flashes, los encuadres azarosos, remiten sin duda,
como único modelo icónico disponible, a las fotografías amateurs, torpes y
crudas que producía el protonegocio pornográfico de aquel tiempo. Onetti
pretende que imaginemos las fotos que envía Gracia a partir de ese modelo. Ojee
el lector el capítulo dedicado a los cincuentas de la Colección Rotenberg de
fotografía pornográfica, que editó Taschen hace un par de años, y tendrá una
idea bastante precisa de lo que el texto de Onetti pretendía de la imaginación
de su lector. En El infierno tan temido la degradación de la pureza originaria
(Gracia creyó las palabras bonitas, los absolutos que le propuso Risso) sólo
puede terminar en el resumidero de la más obscena de las imágenes del amor que
Onetti conoce: la de la pornografía sórdida, sin maquillajes de su época.
En resumen: si no
cumplimos con la tarea que se nos ha asignado de saturar de obscenidad -a
partir del modelo pornográfico- nuestro acto de lectura, entonces El infierno
tan temido sencillamente no funciona, es letra muerta. El corazón del texto lo
ponemos nosotros, o el acto de comunicación artística no tiene lugar. De más
está subrayar la conexión entre esta erótica de la obscenidad, más virtual que
objetivada en el texto, construida con la complicidad activa del lector, y la
dialéctica entre inocencia y corrupción, entre pureza y degradación que recorre
la totalidad de la obra de Onetti.