D’Annunzio, con Giannini y Antonelli.
Giancarlo Giannini y Laura Antonelli en L'innocente |
Casi al borde de la muerte, Visconti no tiene prurito en
escenificar la obra de un escritor vinculado al fascismo, ni de recorrer -con
su elegancia de regisseur- cada uno de los ángulos del melodrama,
introduciéndose en la tremebundez hasta donde hace falta. La relajación en la
censura de la época le permite además mostrar detenidamente la hermosura de la
Antonelli desnuda de los pies a la cabeza, y también -como al pasar- la de su
amante (Porel), cuyo pene en reposo resulta ya incitante. Pero sobre todo no
teme desafiar el tabú de hablar directamente de los sentimientos amorosos. Como
es sabido, el amor en nuestra cultura está relegado al sospechoso terreno de
las telenovelas y las canciones melódicas, pero aquí Visconti lo sitúa en el
más alto nivel de la producción artística.
¿Inocencia o desconocimiento?
La historia es tan sencilla como terrible, a los
minimizados asuntos “del corazón” hay que tomárselos en serio. Aristócratas y
ricos, el matrimonio de Tullio y Giuliana Hermil (Giannini y Antonelli), sin
hijos, se ve amenazado por la pasión que en Tullio despierta Teresa Raffo (J.
O’ Neill), viuda muy alegre y codiciada por los hombres.
Los diálogos en que Tullio le comunica a Giuliana que ya
no la ama, que Teresa no es uno más de sus idilios pasajeros, pero que no va a
romper su unión matrimonial –Dios sabe por qué- son de una crueldad detallista.
Ella los soporta estoica. Más atormentador aún es el momento en el que,
afectado por los jugueteos sádicos de su amante, Tullio pide ayuda, nada menos
que… a su esposa. Por no mencionar las oportunidades en que marido, esposa y
amante comparten los espacios públicos de la alta sociedad (fiestas, eventos),
donde todos están al tanto de los avatares del sórdido triángulo.
Mientras Tullio pasa con Teresa noches y días, Giuliana se
deprime. Sola, abandona, encerrada en el hogar, los ataques de angustia se
suceden y la dificultad para conciliar el sueño la lleva a un peligroso consumo
de fármacos.
Como los milagros existen, un día viene Federico, el
hermano de Tulio, a pasar unos días en la residencia del matrimonio. Sucede que
Tullio casi no vive en su casa y Federico trae a un grupo de amigos a compartir
agradables veladas. En una de esas veladas el aguijón de la angustia lleva a
Giuliana a buscar consuelo en el grupo de animados jóvenes. No pretende más que
una momentánea e inocente compañía, pero de pronto es atravesada por el rayo de
la mirada del Seductor, encarnado en uno de los amigos de su cuñado: Filippo
D’Arborio.
La cámara no sigue a Giuliana en su momento de gloria, la
deja en paz. Pero sí la muestra renacer de entre sus cenizas de mujer
despreciada. Es claro que bajo el influjo de D’Arborio accede a la brillante
condición de mujer deseada. Su apariencia lo refleja. Pondrá a Tullio sobre
aviso de la existencia del otro. Y en la estación de trenes, en vez de viajar
con Teresa a París, irá a la casa de su madre, en el campo, donde estaba Giuliana,
para tratar de recuperarla.
Por supuesto que es tarde, no podría ser de otra manera,
el código del género melodrama lo dicta. Y tampoco podría no haber sucedido que,
tras su fugaz pasaje por el cuerpo de Giuliana, el seductor volase lejos y para
siempre, pero dejándole -bien prendida- su semilla. Semilla que, pese a las
exigencias de su marido, ella conservará como un tesoro. Dirán que este tema
aparece en muchísimas novelas; de acuerdo, pero con frecuencia aún mayor en la
vida real.
Me centraré ahora en el punto que me interesa: el “amor”
de Tullio.
Amarás / No amarás
Desde las primeras escenas Teresa acusa a Tullio de estar
enamorado de su mujer, cosa que él niega sinceramente. Sin embargo, la amante
percibe el amor de Tullio por Giuliana, aun cuando este no se manifieste y el
propio Tullio lo ignore. Una mujer de mundo no se equivoca con esas cosas.
Pero entonces, ¿cómo se llega a la ruina total del
matrimonio, la familia y las personas de Giuliana y Tullio? ¿Cómo puede suceder
que una pareja de jóvenes ricos y hermosos caigan en la peor de las
destrucciones cuando, amándose como se amaban, parecían destinados a una vida
cómodamente feliz? ¿Por qué Tullio no logra reconocer su amor por Giuliana
hasta que la pisada del otro macho se hace clara? ¿Qué hubiera pasado si a
tiempo hubiera podido darse cuenta de que la amaba? ¿Algo en el orden del mundo
hubiera colapsado…? Pareciera el caso, por la fuerza con que se impone la
fatalidad.
La creciente conciencia sobre la ignorancia profunda de
uno acerca del propio deseo es uno de los vectores que atraviesan como leit
motif la cultura a partir del siglo XX. La constante y desaforada sospecha
respecto de la verdad de sí mismo da la tónica de nuestro clima emocional
cotidiano. La novela “L’innocente” de D’Annunzio fue publicada por primera vez
en 1892. Por entonces la existencia de mandatos sociales operando en nuestra
conducta por fuera de nuestra conciencia, no era un tema que pudiese analizarse
con las herramientas culturales disponibles cuando el film se estrenó, en 1976.
Ni tampoco las mismas herramientas que podemos aplicar hoy en día.
Ser macho y no morir, ni matar, en el intento
En esta película los roles femeninos son mucho más
simples que el rol masculino. Mientras que Teresa representa a la mujer
devoradora, Giuliana encarna a la mujer sumisa. La primera seduce, la segunda
es seducida. Ninguna de las dos mujeres se ve libre de las consecuencias de
amar a Tullio, aunque a la legítima, instituciones mediantes, le va mucho peor.
Tullio ama a su esposa pero no la puede amar, pese a tener
todo a favor –cuando descubre la verdad de su sentimiento ya es tarde. Y cree
amar profundamente a su amante, pero ese amor rápidamente muestra no ser tan
importante. Tampoco le es posible simplemente disfrutar una relación erótica
con Teresa, que Giuliana aceptaría. Teresa va por el todo. Y el Diablo
convierte en horrenda tragedia lo que sería una opereta ligera.
Cuando Tullio re-descubre a su esposa tiene lugar la
escena erótica prínceps de la película. La intensa sensualidad de Antonelli tanto
como de Giannini resalta el drama. En esta escena Tullio no solo reconoce su
amor por Giuliana, sino también su culpa por no haberla convertido, además de
su esposa, en su amante, así como también expresa el valor especial del
erotismo en el amor. En ese momento él puede atravesar la prohibición de amarla
porque ella está marcada por el deseo de otro hombre.
En cuanto a Teresa, Tullio la desea porque ella es la
mujer que “todos” los hombres quieren. Conclusión principal: en su rol de macho,
Tullio es incapaz de apreciar a cada mujer en su singularidad. Romperá con su
amante pero no podrá impedir que su matrimonio se destruya, junto con la
existencia de su mujer y hasta su propia vida. Él no puede aceptar en su
heredad el fruto de otro hombre. No logra amar a Giuliana como para superar esa
“afrenta”. El hijo, que se interpone entre los cónyuges, de ninguna manera se
conjuga con el papel que Tullio está obligado a representar en el escenario
social.
El problema con los sentimientos de Tullio es que son tan
débiles que se hunden bajo el peso de los mandatos sociales, antes de llegar a formularse
o pasado su momento. La esencia del personaje es que no conoce sus verdaderos
sentimientos. Acaso sea él el inocente del título, incluso a pesar de su
accionar criminal. Peor aún, cuando Tullio llega a conocer sus sentimientos, no
sabe qué hacer con ellos. No ha recibido una educación sentimental. La cuestión
conserva toda su vigencia en la actualidad.