La actual propuesta de bajar la edad de imputabilidad penal en Uruguay
parece una sátira de Swift. Pretender solucionar el problema de la delincuencia
encarcelando a los chicos es tan grotesco y tan atroz como proponer terminar
con el hambre en Irlanda matando a los hijos de los pobres. Una sociedad en la
cual los adultos se asumen como tales, y especialmente asumen su responsabilidad
sobre los niños y adolescentes, no deposita “el Mal” en los más jóvenes.
La delincuencia es para los adolescentes, en primer lugar, una
conducta de riesgo. Nadie puede ignorar la enorme cantidad de chicos que son
empujados a la actividad delictiva por parte de adultos que los usan como
brazos ejecutores o directamente como carne de cañón. Y no sólo se exponen a
enfrentamientos con la policía o con ciudadanos armados, también se matan entre
sí por un quítame-de-ahí-esas-pajas.
Los chicos que adoptan conductas delictivas con frecuencia asumen como
propio el destino de una muerte trágica. Conociendo sus historias personales,
en muchos casos, se puede deducir que arriesgan fácilmente la vida porque no le
tienen apego. Es que su existencia fue desvalorizada mucho antes, acaso desde
la propia concepción. ¿Qué importa terminar con ella? Acaso así logren un
instante de gloria, en algún lugar de su fantasía. Porque los chicos fantasean
mucho, como sabemos.
Partiendo de la base que el verdadero problema de la seguridad en
relación con los adolescentes es la situación de riesgo en que éstos se
encuentran, analicemos esta palabrita tan trillada: “seguridad”.
La Seguridad como construcción
social
Estamos tan acostumbrados a oír hablar de Seguridad en el discurso
mediático y la opinión pública por éste alimentada, que no solemos cuestionar
los sentidos del término. Ni nos llama la atención que, por obra de los Medios,
”seguridad” se haya convertido en el reverso de “criminalidad” en forma tan
simple y pura.
Una escucha ingenua podría llevar a pensar que la criminalidad es el
peor de nuestros problemas sociales y que nunca, en ningún lugar del mundo, fue
peor que aquí y ahora… En cambio, una escucha suspicaz interroga la floreciente
industria sin chimenea de la Seguridad, cuya materia prima es, justamente, la
Inseguridad…
David Le Breton ha estudiado las distintas maneras en que determinadas
poblaciones se sienten en peligro, la percepción que tienen del riesgo y las
actividades que emprenden los individuos para evitar, o para exponerse, al
riesgo en su vida cotidiana.
Plantear el tema de la seguridad en estos términos implica resaltar la
dimensión subjetiva del miedo y reconocer el peso del imaginario colectivo en
los sentimientos más íntimos de cada persona.
Los temores de los seres humanos varían de un individuo a otro, de un
sector social a otro, entre las diferentes culturas y entre los distintos
tiempos históricos. La cuestión no puede ser tratada a partir de un esquema
general y abstracto, si el objetivo es atravesar el plano de la “ideología de
la seguridad”, parienta del Estado policíaco.
En riesgo
El riesgo es parte de la condición humana y crecer implica aprender a
cuidarnos, porque somos vulnerables. Cada uno de nosotros hace su propia
valoración del riesgo en función de su percepción del mundo y los peligros, así
como de las propias capacidades para enfrentarlos. Esta valoración personal,
como cualquier otra, está permeada por las visiones que atraviesan el
colectivo.
La inseguridad no es solamente un cuco que amenaza desde el otro lado
de la ventana. De hecho, es altísimo el número de accidentes –a menudo fatales-
que suceden en el seno del hogar y, frecuentemente, mediante el uso de
implementos de confort –especialmente electrodomésticos-. ¿Por qué no dirigir
campañas para que los electrodomésticos se vuelvan más seguros?
Por otra parte, conocemos el alto riesgo de morir o quedar malheridos
a causa de un accidente automovilístico a que nos exponemos tan sólo con salir
a la calle, incluso como simples peatones. ¿Por qué no hacer campaña para la
baja de los dispositivos de velocidad de los autos? ¿Acaso los fabricantes no
pueden producir autos que no funcionen a más de cien kilómetros por hora?
Paradójicamente, desde hace algunas décadas, en nuestra cultura, el
discurso mediático se pronuncia con un énfasis sospechoso a favor de la
erradicación de todo peligro para el ciudadano. Los eslóganes se repiten como
consignas: “Hay que Invertir en Seguridad”, “El Problema de la Seguridad es
Urgente”. Sin embargo la conjugación de su insistencia en ciertos aspectos de
los riesgos y su omisión de otros no apunta sino a manipular nuestros miedos.
No hay que perder de vista que todas esas consignas propagandísticas tienen
como finalidad modelar nuestra opinión y con ello nuestra conducta, puesto que,
como precisa Le Breton: "La medida ‘objetiva’ del riesgo es entonces una ficción política y
social, no es la misma según los criterios de evaluación, se alimenta de un
debate permanente entre los distintos actores sociales pues implica
consecuencias económicas y sociales a menudo considerables." (1)
Más allá de la delincuencia, el progreso de la ciencia y la tecnología
incrementa en forma alarmante aquellos peligros de los cuales los individuos no
nos podemos proteger. Estamos absolutamente expuestos a los desastres
ecológicos y a las catástrofes atómicas y nucleares, por ejemplo. En
comparación con los daños que produce el “avance” de la cultura occidental, a
pesar de toda la espectacularidad que ponen en juego los Medios, la
delincuencia resulta un mal menor.
La seguridad de los adolescentes
Por supuesto que la inseguridad respecto de la delincuencia es para
los montevideanos hoy un problema. ¡A cuántos de nosotros les han robado la
billetera, a cuántos les han vulnerado la intimidad de su hogar! Pero, entre
dejar la puerta de casa abierta y condenar a los adolescentes… hay un abismo,
en el que conviene no caer.
El verdadero problema de la seguridad en relación con los niños y los
adolescentes es brindarles las condiciones para que puedan vivir seguros y
crecer tranquilos. En lugar de proponer “defendernos de ellos”, como si fueran
zombis fugados de la pantalla, hay que concentrarse en pensar cómo “defenderlos
a ellos” del mundo que los pone en peligro. Puesto que a este mundo los
trajimos nosotros, los adultos, su seguridad es nuestra responsabilidad.
Por la vulnerabilidad propia de los adolescentes, ellos están en
riesgo en una medida mucho mayor que los adultos. Y no sólo están en riesgo de
caer en la delincuencia o en la toxicomanía, las conductas de riesgo que más
frecuentemente se mencionan a su propósito. Es enorme el número de chicos en
nuestra sociedad que atraviesa uno de los peores riesgos: la amenaza a su
identidad. Y más allá de las identidades individuales, la identidad del
adolescente como tal: su derecho a no ser ya un niño pero tampoco un adulto
todavía.
Los adolescentes están en peligro de no poder desarrollar una
existencia plena, experimentando y aprendiendo a estar en el mundo,
equivocándose y cambiando, si la sociedad les niega su reconocimiento en tanto
personas en devenir.
El adolescente no es un adulto: cuestión que se pasa por alto en una
propuesta que apunta a derribar las fronteras entre la responsabilidad adulta y
la conducta adolescente. Bajar la edad de imputabilidad penal es el verdadero
crimen que debemos evitar.
(1) David Le Breton, Conductas
de riesgo. De los juegos de la muerte a los juegos de vivir, Topía, Buenos
Aires, 2011, p. 24.