cinefilia tenía sentido –los sesenta, principios de los setenta. En aquellos tiempos las películas de nivel artístico eran muchas y a menudo era difícil verlas o volver a verlas. Para eso estaban los cineclubes. Hoy las películas de nivel artístico son pocas y no hay película que Internet mediante, no se pueda conseguir.
Por supuesto, dado que el tiempo en televisión es tirano, me quedaron cosas por decir en el programa de Carlos. He aquí algunas de ellas, las que conciernen al rostro en las escenas eróticas.
Voy a referirme a tres películas -una de ellas sin duda cine integralmente erótico, pero las otras dos centradas en otros temas- que tienen en común que en cada una de ellas hay una escena erótica en la cual el rostro y su expresividad juegan un rol central. Las películas son El silencio, de Ingmar Bergman (1963), Perros de paja, de Sam Peckimpah (1971) y Enemigo al acecho, de Jean-Jacques Annaud (2001).
1.Bergman.
Estreno de El silencio en Suecia, 1963 |
Decir de Bergman que es el gran poeta del rostro humano es repetir una verdad comúnmente aceptada entre los conocedores del cine de calidad. Cada una de sus películas lo demuestra. En su obra maestra de erotismo, El silencio, en la que el tema central es el deseo en manifestaciones extremas y complejas, la expresividad del rostro es decisiva. Tomemos la escena en que Esther, que cela y desea a su hermana Anna, la encuentra en una habitación del hotel en el que están parando, en la cama con un tipo del que sólo sabemos que no habla el mismo idioma que ellas y que es el mesero del bar de la esquina.
Entre ambas hay una discusión muy violenta en la que queda en claro el resentimiento de toda la vida que guarda Anna hacia su hermana por la superioridad intelectual con que la humilla. Esther sale y Anna queda llorando, presa de intensa angustia. Entonces, en una toma larga y frontal, el fulano se acerca por detrás a Ana, le remanga el viso y la penetra. A medida que el hombre hace, el rostro de Anna pasa del llanto histérico al sollozar medio aplacado y profundamente triste y finalmente a la irrupción del placer, al punto que al final del plano ya no sabemos si el hondo suspiro es de aplacamiento o de goce.
2. Peckimpah.
Peckimpah tiene asegurado un lugar relevante en la historia del western por Pat Garrett & Billy the Kid y por La pandilla salvaje. Lo suyo no es precisamente la sutileza psicológica, sin embargo en su Perros de paja hay una escena erótica psicológicamente muy intensa que vale la pena recordar.En su viejo estilo macho-man Peckimpah nos presenta la escena en que dos patanes lugareños terminan por cogerse a dúo a Amy, la mujer de David, lugareño también, pero que regresa al pueblito natal graduado universitario. Amy se entrega al primero de los patanes, sin saber que el segundo espera turno y que la tendrá per angostam viam y dolorosamente. La escena comienza con Amy provocando al primer patán. Cuando este va a por ella, ella se resiste. El patán entonces recurre a la violencia. Ella continúa resistiéndose, pero su resistencia es cada vez más aquiescencia, hasta que colabora con entusiasmo. Pero cuando pasado el clímax le toca el turno al otro, con el que el primero colabora sujetándola, la resistencia de ella es auténtica y sólo es aplacada por la resignación y el dolor.
De la provocación a la falsa resistencia y a la entrega gozosa, y de allí otra vez a la resistencia y a la desesperanza y la resignación, se trata de una escena de sexo compleja hasta la ambigüedad. Esta ambigüedad, en la remake de 2011 desaparece en buena medida. Son los tiempos de la corrección política, no hay lugar para las honestidades machistas tipo Peckimpah.
3. Annaud.
Enemigo al acecho es una excelente película de guerra. Relata momentos de la batalla por Stalingrado, en particular el duelo, en medio del caos bélico, entre un francotirador ruso y uno alemán. En principio este sería el contexto menos adecuado, y sin embargo hay en el film una escena del más intenso erotismo.Tania y Vassili son soldados rusos. Están enamorados, aunque no se atreven a decírselo uno al otro. Una noche Tania va a donde duerme Vassili, un rincón entre ruinas, donde los soldados se tienden en el piso a pocos centímetros uno del otro. En el silencio de la noche sólo se oye el gotear de una cañería rota. Todo sucederá en silencio, sin decir una palabra, y casi en la inmovilidad, porque cualquier movimiento puede terminar con el sueño nervioso de algún vecino.
Tania desnuda con movimientos mínimos el vientre de Vassili, y luego el propio. No hay prolegómeno algún, Tania ha venido a sellar en la carne este amor inesperado al borde de la muerte. Vassili la penetra. No puede haber un gemido, ni siquiera un suspiro demasiado fuerte. Entonces -talento del director, o de la actriz- la intensidad del éxtasis amoroso está dado con los ojos y la boca de Tania. Tania abre la boca y abre, desmesuradamente, los ojos, y así permanece inmóvil mientras Vassili la coge. Como si por la boca se le fuera el alma y como si sus ojos vieran maravillas celestiales. Tania se ha convertido en la Santa Teresa de Bernini en el momento exacto de la transverberación. La escena es de una sensualidad y una espiritualidad extraordinarias. El director y la actriz confían en una estrategia de expresividad que en manos de gente menos talentosa pudiera haber resultado en el ridículo y que en las de ellas resulta en una representación de lo sublime.
He aquí, pues, tres escenas eróticas en las que los movimientos del alma afloran en el rostro de sus protagonistas, y a través de los cuales la fusión de los cuerpos en la cópula cobra todo su sentido. Sólo artistas profundamente consustanciados con la peripecia de sus creaturas pueden producir estas sutilezas de expresividad en la representación de muy distintas formas del deseo.